¡Praesto Summ! (II)

San Pablo, octubre 1983

Cuando a principios de octubre de 1983 me tocó volver a San Pablo para lo que eran prácticamente visitas “ad limina” que cada tanto todos los miembros de la TFP hacían para ver y estar un tiempo cerca de Plinio, el fundador, supuse que mi estadía en el Praesto Summ sería más o menos parecida a la anterior, por lo que no estaba demasiado preocupado. Además, sabía que había algunos parientes y amigos míos pasando una temporada también, por lo que supuse que mis semanas o meses en Brasil no resultarían del todo desagradables.

La realidad a la que estaba por aterrizar – y no me era desconocida – era una TFP dividida entre los Éremos de San Bento y Praesto Summ y sus seguidores o simpatizantes y un grupo grande de personas, no necesariamente aglutinadas en un sub-grupo o entidad, pero que no compartían ni el estilo de vida para-religioso ni los manierismos y actitudes de los primeros. El líder de los Éremos era Joao Cla, mientras que los segundos, digo una vez más, no parecían estar tan estructurados. Con algunas excepciones, los Éremos de Joao Cla aglutinaban a las generaciones más jóvenes, mientras que los otros representaban a los más veteranos dentro de la TFP.

En el medio, y dejando a todos más o menos conformes, la figura de Plinio jugaba un papel pacificador, logrando con una ambigüedad estudiada, no pronunciarse ni a favor ni en contra de nadie. Visitando las distintas casas o “sedes” de la TFP en San Pablo, el Dr. Plinio lograba ser el centro indiscutido del grupo, y admirado (al menos de la boca para afuera) por todos como “profeta inerrante” con la misión de derrotar a la Revolución y restaurar la Civilización Cristiana. Y al no pronunciarse formalmente sobre la evidente división existente dentro de la TFP, dejaba que su autoridad fuera usada y abusada por ambos bandos para sus propios fines.


El Dr. Plinio vivía a diario manifestaciones, sobretodo pero no exclusivamente por parte de los más jóvenes, de lo que un observador podría llamar “culto a la personalidad”. Nos parecía natural estar pendiente de cada detalle de la vida y gustos de una persona con una misión y un papel tan trascendente. Cualquier miembro de la TFP que se precie tenía una colección de fotos de Plinio en distintas etapas de su vida, desde la pequeña infancia, y la madre del Dr. Plinio, Doña Lucilia, era venerada como una santa. “Reliquias” con pelo del Dr. Plinio circulaban entre nosotros (todavia me quedan dos, una de cada uno), y Joao Cla tenía en su poder un pedazo del traje ensangrentado – de un accidente casi fatal que Plinio sufrió en febrero de 1975 – que repartía frugalmente entre los más privilegiados.

Todos sabíamos que a Plinio le gustaba la leche “Las Tres Niñas” de Argentina, el agua Perrier de Francia, usaba “pochettes” de 47-11, no le gustaba la sopa de arbejas y pasaba a visitar la tumba de su madre los domingos después de misa. Y constantemente a su lado estaban Fernando Antúnez (un chileno que fue durante años como un secretario privado, en la foto atras de Plinio, de costado, durante una visita del mismo a la tumba de su madre) y Joao Cla, que desde 1975 hasta la muerte de Plinio en 1995 tuvo un rol cada vez más importante en la vida de la TFP. Es interesante notar que hoy por hoy, estos dos cercanos colaboradores de Plinio quedaron en bandos diferentes de la fraccionada TFP, el primero con la TFP Francesa y el segundo liderando los Heraldos del Evangelio.

En fin, ese era el ambiente en octubre de 1983, cuando llegué a San Pablo desde Nueva York. E igual que la vez anterior, me fui directamente al Praesto Summ, donde pasaría mi estadía una vez más. Pero cualquier ilusión que yo albergaba sobre una estadía tranquila y relajada, rápidamente se evaporaron al comprobar que una disciplina exagerada había remplazado el estilo de vida anterior.

En lugar de Martín Pieres, estaba de jefe un nipo-brasileño llamado Ogushi. Ogushi no era mal tipo, y dentro de todo razonable, pero tenía un energúmeno (japonés también) llamado Sergio Akitomi, a cargo de la disciplina. Años después puedo decir que Akitomi era (o sigue siendo, no sé) un sádico. De baja estatura como la mayoría de los japoneses, circulaba por el Praesto Summ con una varita en la mano. Su papel era asegurarse que en todo momento, la postura de los habitantes de la casa fuera adecuada a lo que alguien había decidido que tenía que ser: erguida, hombros para atrás, mentón recogido. Lo gracioso (gracioso años después pero no tan gracioso en aquel entonces), era que esta postura tenía que ser mantenida a todo momento, incluso durante las comidas. Para completar el cuadro, el brazo con el tenedor o cuchara tenía que levantarse hasta la altura de la boca, y no se como había que tragar el bocado con el mentón recogido (y con la mirada baja, naturalmente). Akitomi me inspiraba terror, ya que sin previo aviso uno podía recibir un varitazo o, peor, interrumpir el almuerzo o comida para ir al patio, hacer 20 o 30 saltos “sapito” y volver a comer el plato frio. (El la foto almuerzo en el "refectorio" o comedor de San Bento).

A mí me admiraba que había algunos veteranos de este tratamiento, que parecían hacerlo todo bastante bien. Pero Akitomi tampoco los dejaba tranquilos a éstos. Ya que no los podía acusar de ningún incumplimiento formal en su postura, inventó la denuncia de “imponderable relajado”. El “imponderable relajado” se daba cuando, pese a estar cumpliendo con todas las normas, había un “no sé qué” que le mostraba a Akitomi que su víctima no estaba haciendo suficiente esfuerzo en hacer las cosas bien. Y ahí venía el varitazo, las flecciones, los sapitos o alguna otra penitencia apropiada.

De más está decir que me ingestión de alimentos se redujo drásticamente del momento de mi llegada al Praesto Summ. Y yo que ya era flaco logré bajar algunos kilos más. Mamá tiene una foto por ahí que me muestra en esos días, y la verdad que me parezco un poco a esos sobrevivientes de los campos de concentración, pero con saco y corbata...

Durante unas dos semanas sobreviví este tratamiento, pero aún no había sido formalmente aceptado en el Éremo. Estrictamente me faltaba pasar por la ceremonia de recepción, en la que el candidato, prostrado en el piso, oía lo que los otros miembros de la casa consideraban sus defectos. Acto seguido, y previa penitencia, se hacían los votos frente al sagrario, y uno podía decir que formalmente ya era un “eremita”. Solo entonces uno estaba autorizado a vestir el hábito y “ser uno más”. Mientras tanto, yo circulaba (junto con otros candidatos), a la cola de los cortejos y en los “segundos turnos” de las comidas. Y la verdad que para pasar todo lo que estaba pasando, sin ni siquiera usar el prestigioso hábito, era un horror. Así que día por medio le preguntaba a Ogushi cuándo iba a ser mi ceremonia de recepción que nunca llegaba.

Lo que sí llegó fue el 25 de Octubre, mi cumpleaños. Y era una fecha que yo estaba esperando. La estaba esperando porque por esos días en San Pablo estaba mi prima María Josefina (hermana de Cosme y Mario), que preparaba la mejor mousse de chocolate que yo había probado en mi vida hasta ese momento. Una mousse oscura, espesa y riquísima... También en San Pablo estaba mi Tía y Madrina María Ester, que tenía un departamento de lo más elegante y que me daba un refugio de tranquilidad al que me escapaba unas horas cada vez que podía. La combinación era propicia, y ya habíamos quedado que el 25 de Octubre me iba a almorzar a lo de Teté, a tomar mi primer whisky, un súper almuerzo y mi mousse de chocolate. Y después de dos semanas de mal comer y peor vivir en el Praesto Summ, la verdad que estaba contando los días y las horas para este almuerzo...

Esa mañana, me acerqué a Ogushi y le pedí permiso para salir al centro, ya que tenía este almuerzo previsto por mi cumpleaños. Fue entonces cuando me dijo que no iba a ser posible, ya que ese mismo día, es más, en ese mismo momento empezaba mi ceremonia de recepción. Ni siquiera obtuve permiso para hacer un llamado telefónico para cancelar el almuerzo. No olvido que las familias en general, pero la mía en particular, era bastante mal vista, y nos referíamos a la familia como la “FMR” que quería decir “fuente de mi revolución”, indicando que la Revolución se nos había transmitido por la familia. A mi me gustaba contra argumentar que de hecho a mi se me había transmitido la “Contra-Revolución”, pero eso no disminuía el desprecio que sentían por lo que consideraban distracciones de una vocación más alta.

Pero esa discusión no la tuvimos esa mañana, y antes que me diera cuenta estaba prostrado en el piso de la capilla oyendo todo tipo de acusaciones en mi contra, a cuál más disparatada que la anterior. Para ser franco, no me acuerdo de todas ni del detalle, pero la línea general era la misma de siempre, que me separaba de los demás como un tipo que leía demasiado y que no demostraba suficiente entusiasmo por el Dr. Plinio. Estas acusaciones eran graves en el entorno en el que estaba entonces. Y pese a ser las mismas de siempre, no por eso fueron breves. El “capítulo” (como nos referíamos a esta ceremonia) fue tan largo que todos se fueron a almorzar y a dormir la siesta, dejándome ahí prostrado esperando que vuelvan. Cuando volvieron, siguieron por un rato más, y cuando me dieron la orden de “¡súrgite!” (¡levántese! en latín) la verdad que mis músculos estaban tan mal que casi no lo puedo hacer. Pero lo hice, y de rodillas oí mi penitencia e hice mis votos que me obligarían durante el tiempo que estuviera en el Praesto Summ.

La penitencia fue que por tiempo indeterminado estaría bajo el castigo de “desprecio”. El “desprecio” consistía en vestir al reo con una túnica verde chillón para separarlo de los demás. Yo no podía mirarle la cara a nadie, y mientras durase el castigo no podía hablar con nadie tampoco. Y a la hora de comer, me tenía que arrodillar en el comedor en una esquina, y comer de un plato en el piso. Lo gracioso era que el que me servía la comida tiraba cucharadas de arroz por todas partes y lo minúsculos pedazos de carne o acompañamiento siempre caían afuera del plato, naturalmente. Obviamente me comía todo, ya que estaba con hambre y, por una vez, no eran demasiado estrictos en mi “postura”.

Este castigo duró tres días, hasta que Ogushi me autorizó a ponerme el hábito común e integrarme al grupo. Para colmo me dijo que Joao Cla había dado instrucciones que mi castigo durase solo un día, pero que él se había olvidado y duró tres. ¡Mala suerte!

Eventualmente, con varios días de atraso, llegué a lo de Teté a comer un merecido almuerzo y mi tomar primer whisky. Y en una de esas copas de postre azul oscuro que tenía de vajilla, sacó de la heladera la mousse de chocolate que me había estado esperando todos esos días. Estaba medio dura y pegajosa como se ponen las mousses viejas. ¡Pero me la comí toda y repetí! Y pese a que María Josefina ya se había vuelto a Argentina, al día de hoy le agradezco esa mousse, que fue, indiscutidamente, una de las más ricas que nunca probé.

Alfonso

Comentarios

Anónimo dijo…
Alfonso

Tienes un don muy bueno para escribir y describir situaciones, ambientes y personas. Felicitaciones, también "disfruté" de los dones de Akitomi,así como de Marróm Glacé así le llamaban a José Mario, este último sacó de quicio a varios que lo levantaron de las solapas y lo pusieron a punto de ser estrellado contra algunas paredes.

De él guardo la dudosa distinción de que cuando salí de ahí para ir a la Camándula, me dijo: "o senhor é o único com o cual eu no pode", supongo que será que no pudo sacarme de mis casillas, estuve a punto claro está.

Recuerdo muy bien a Cosme y Mario, estupendas personas y estoy de acuerdo en la apreciación de que en cierto momento las cosas cambiaron, me parece que la TPF se proletarizó.

Cordiales saludos,

Patricio Padilla
Punisher dijo…
Eres valiente en recordar, todo lo vivido, en tfp. Yo estube como 2 años, relacionandome con esta gente. no te dire que fue una experiencia negativa, pero hay cosas, que a mis 14 años, no podria permitir. Cosas que sabes que eran consideradas normales, como que te abrieran la correspondencia , te controlaban el telefono, etc. Estube en Sao Paulo,(Borges Lagoa) y en Madrid,(Calle Lagasca y tambien en un eremo que tenian en la sierra). Fue agradable recordar.
Abraços

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