En la campiña francesa

Reuilly, octubre 1984

Después de haber pasado mis primeros 8 meses en Sudáfrica, tuve que volver a Estados Unidos. Yo estaba por cumplir 21 años, y papá estaba haciendo los trámites necesarios para sacar la famosa “Green Card”, y mi presencia, como uno de los americanos de la familia, era necesaria para firmar no sé que papeles.

En esa época, África del Sur sufría varios tipos de presiones y boicots de la comunidad internacional por no avanzar lo suficientemente rápido en el desmantelamiento del famoso “apartheid”. Y una de las consecuencias de esta situación era que Estados Unidos no aceptaba vuelos directos de South African Airways. Lo que me venía bárbaro, ya que para ir de Johannesburgo a Nueva York no me quedaba otra que pasar por Europa.

Fui armando un plan entonces para pasar por Paris y Londres, donde no sólo había sede de la TFP sino que también tenía parientes. En París estaban Tío Rafa (hermano de mamá) y Mario (hijo de Tío Cosmín), y en Londres estaba Cosme, hermano mayor de Mario. No olvidemos que todo esto antecede a la época de los e-mails y las comunicaciones casi instantáneas de hoy. Entonces había que escribir cartas que tardaban entre una semana y diez días en cada dirección. Para comunicaciones más urgentes, en la TFP teníamos un sistema que denominábamos el “grafonema”. El “grafonema” no era más que un mensaje grabado en una cinta de casete, que se enviaba por la línea telefónica. Pero la verdad que este método era usado para cosas mas “oficiales”, por lo que mis arreglos de viaje fueron todos por carta. Y los arreglos no fueron fáciles.


Las primeras noticias que recibí de ambas ciudades, fue que no sería muy bien visto que un miembro de la TFP se dedique a hacer turismo. Sobretodo que nos encontrábamos (según la visión de los que objetaban a mi viaje) a las puertas del Gran Castigo prometido por Nuestra Señora en Fátima, que internamente en la TFP se conocía como “la Bagarre”, palabra francesa que quiere decir “desorden, caos, confusión”.

Hay que aclarar que en la TFP vivíamos pendientes de “la Bagarre”. Era parte fundamental del andamiaje ideológico del grupo. La lógica interna que la justificaba era que la situación del mundo había llegado a un estado de tal decadencia y depravación, que sólo un castigo de dimensiones quasi-diluvianas podría mover las almas a la conversión. De más está decir que la conversión no era tan importante como la muerte de millones de “revolucionarios” que traería como corolario la victoria de los “contra-revolucionarios” (nosotros, naturalmente). Y si uno analizaba el desequilibrio de las fuerzas enfrentadas (la TFP contra todo el mundo), no quedaba mucha alternativa a una intervención Divina como el único medio de salir airosos en la contienda.

Por eso la “Bagarre” se esperaba ansiosamente, y cualquier acontecimiento internacional de cierta gravedad podía ser el punto de explosión de la “Bagarre” y cuando, finalmente, los revolucionarios (la masonería, las “fuerzas secretas” y tantos otros) perderían el control de la situación. Algunas áreas en el mundo eran más proclives a crear situaciones “Bagarre-osas”, y el Medio Oriente era una de ellas. Tanto la guerra de los 7 Días como la de Yom Kippur en 1973 fueron “casi” detonantes de la elusiva “Bagarre”. Y, pese a que no recuerdo que 1984 fuera un año especialmente “Bagarre-oso”, en la TFP siempre vivíamos pendientes de su llegada, y por eso la reticencia de recibirme en un plan turístico.

De mi parte, consideré esas objeciones como falsas, ya que sabía perfectamente que los miembros de la TFP que vivían en Europa de ninguna manera evitaban conocer los lugares lindos de Europa. Claro que nunca lo llamarían turismo, sino peregrinaciones o viajes apostólicos. Pero si algunos lo podían hacer, yo también. Así que les aclaré a Tío Rafa y a Cosme que la verdad que no me importaba mucho lo que otros dijeran, y que para Europa me fui.

Una vez en Francia, me enteré que Tío Rafa y Mario estaban basados no en París, en la sede que teníamos en el barrio de “Asnieres Sur Seine”, sino en una casa en Reuilly, a unos 80km al sur de Orleáns, donde “Avenir de la Culture” tenía sus computadoras y organizaban con mucho éxito campañas de “mass mailing” contra la inmoralidad en la televisión. Así que para ahí partí, en una Renault Traffic manejada por Estanislao Binachini.

La casa que la TFP tenía en Reuilly era una vieja granja. Vieja para estándares argentinos, ya que una construcción del siglo XVIII no es muy vieja en Francia. Era una construcción en “U”, donde el cuerpo central era la casa, una de las alas hacía de garaje, y la otra servía de casa a un matrimonio de cuidadores que se ocupaban del mantenimiento. Rodeando la casa había unos bosques, y por ahí cerca pasaba un río. La casa misma era de paredes anchas y esa piedra medio amarillenta muy típica de casas antiguas.

Ahí pasé unos días muy agradables, interiorizándome de técnicas de “mass mailing” que la TFP Francesa había aprendido de especialistas norteamericanos. Me impresionaron mucho las computadoras que tenían, ya que en esa época estas no eran tan comunes como ahora, y las que tenían en Francia eran muy avanzadas para la época. Aproveché el viaje para sacar varias ideas que de vuelta en Sudáfrica puse en práctica cuando lanzamos una revista contra un diario izquierdista financiado por la Conferencia Episcopal de Obispos Sudafricanos. Pero esa es otra historia.

Una tarde salimos con Mario a remar por el río cercano en un bote que guardaba en el garaje. Fue un paseo muy lindo. Pasamos debajo de algunos puentes, y cada tanto en la orilla se veía una casona o algún “chateaux”. Conversamos un montón, ya que a Mario no lo veía hace muchos años, y me pareció que estaba conociendo la campiña francesa desde un ángulo que pocos turistas veían.

Una noche, después de comer, estábamos conversando con Tío Rafa y varios de los demás latinoamericanos que vivían en la casa – ahora me doy cuenta que francés no había ni uno – cuando de repente se oyen unos tiros de escopeta, muy cerca. Nos acercamos a la puerta de entrada, y vemos a la distancia que el cuidador parecía estar medio borracho, y estaba expresando de esa manera su disgusto con nosotros. Vaya a saber que resentimiento tenía contra estos extranjeros que ocupaban la granja... Tío Rafa sugirió que nos metamos todos adentro de la casa, y por buena medida apaguemos las luces para ofrecer un menor blanco a la escopeta del ebrio. Yo, sin embargo, estaba viniendo de Sudáfrica donde todos los blancos iban armados, y no me parecía que mostrar miedo a este inferior iba a resolver nada. Así que le dije que me parecía que lo que había que hacer era quedarse ahí parados, en la puerta de entrada abierta, ya que era poco probable que un borracho cobarde hiciera nada peligroso. Y si mostrábamos miedo, por el contrario, podía envalentonarse aún más y hacer algún otro disparate.

A Tío Rafa no le parecía muy buena idea, así que ahí me quedé solo, con una copa de licor en la mano, perfectamente recortado por la luz que salía de la casa a mis espaldas, con la puerta abierta y disfrutando (o aparentando disfrutar al menos) el frescor de la noche, le guste o no le guste al cuidador borracho. Confieso que estaba un poco nervioso, ya que la posibilidad que algún escopetazo fuera dirigido a la casa no era del todo imposible, pero no pasó nada.

Si mal no recuerdo, pasé en Reuilly cerca de una semana. Ciertamente no fue una semana de turismo en el sentido más común de la palabra. No caminé durante horas guía en mano de museo en museo como lo haría más adelante. Pero confieso que lo poco que vi de Francia en esos días me gusto, y me pareció que conocía más de cerca de la esencia del país que estaba visitando. Y eso es mucho.

Alfonso

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