Del Impublicable Mamotreto a la World Wide Web

Siempre creí que para ser quienes somos tenemos que combinar tres ingredientes:

Genética: Nuestros genes tienen un papel en decidir sobre nuestras personalidades y por lo tanto sobre nuestras vidas.

Educación: La educación que recibimos de nuestros padres y otros en nuestros años “formativos”.

Libertad personal: El famoso “libre albedrio” que nos permite tomar decisiones propias más allá de lo que los dos condicionantes previos nos indiquen.

Cada persona usará estos ingredientes en distintos porcentajes, y la mezcla que resulte nos brinda quienes somos.

Sirva esto de introducción para explicar mi relación con la genealogía.

* * *

Mi abuelo Carlos Federico (“Tata”) Ibarguren Aguirre dedicó muchos años de su vida a investigar sus antepasados. En la era anterior al email o a internet, se correspondía con genealogistas, hurgaba archivos y recorría bibliotecas juntando datos que terminaron formando lo que el se denominaba su “impublicable mamotreto”, una obra escrita a máquina, cientos de páginas con muchas correcciones, papelitos pegados y notas agregadas a mano en los costados o parte de atrás del papel.

Como dice el refrán, “nadie es profeta en su tierra”, y la verdad que a ninguno de sus hijos le interesó mucho el tema de sus antepasados. Los años pasaban, Tata envejecía, y el mamotreto seguia tan “impublicable” como siempre. Hasta que en 1991, cuando volví a Argentina desde Sudáfrica, se dió la oportunidad de empezar a pasar a una computadora el famoso mamotreto.

Un hermano de Tata, “Tio” Enrique Ibarguren, había decidio que era hora de que el mamotreto saliese a la luz, y que llegara, al menos, a la Biblioteca del Jockey Club. Y tenía los medios y la voluntad de hacerlo. Asi que arreglamos el precio de cien dolares, me acuerdo, por cada tomo del mamotreto pasado a computadora e impreso. Cada tomo eran unas 300 páginas en Word. Yo me compré entonces una Mac LCII y me puese a escribir.


Como ya conté antes, yo conocí a Tata de grande, y mi trabajo con el mamotreto me dio, en seguida, tema de conversación para rato. Varias veces por semana, camino a casa, paraba en su departamento en el séptimo piso de la esquina de Vicente López y Ayacucho, y whisky de por medio, le sacaba tema para que se entretenga contándome anécdotas sobre si vida y la de sus antepasados, así como también sus apreciaciones sobre la historia argentina. Cada tanto me agarraba la mano y mirándome con sus ojos azules me preguntaba… “pero che… vos crees que esto le va a interesar a alguien?”

Tomo a tomo fueron sumándose las páginas que dejaban ser manuscritos y se convertían en código digital listo para entrar en el cyber espacio. Además de la Biblioteca del Jockey, una copia para Tio Enrique y otra para Tata, un par de personas más fueron comprando la colección completa, y otros encargaban algún tomo sobre el apellido con el que estaban más relacionados.

Mi prima Cecilia Ibarguren Estrada, pintora, dibujó los escudos para ilustrar la obra, y con la aprobación de Tata y Tio Enrique me convertí, por un tiempo al menos, en el editor “de facto” de este trabajo, y la venta de algunos tomos me redituaba una pequeña ganancia que en aquellos tiempos de soltero no me venía nada mal.

Pero la vida siguió brindándome sorpresas inesperadas. Tuve que volver a Sudáfrica ya que ni de la Empresita ni de la venta del mamotreto podía vivir en Argentina. En mi ausencia, mis padres siguieron el trabajo de tipeo y fotocopiado, y cuando finalmente volví a Argentina, me conseguí un trabajo mas “en serio” y mi participación en la edición y reventa del mamotreto terminó.

Pero todos esos meses de lectura, revisión y tipeo de cientos y cientos de páginas con las biografías de mis antepasados ciertamente habían dejado su marca. Recién salido de la TFP, vi en el estilo y contenido de Tata, una visión de la historia argentina que me atraía. No era la visión “blanco y negro” que se predicaba en el grupo, donde los buenos eran todos santos y el resto unos perversos. Los personajes que Tata traía a mis manos eran gente de carne y hueso, con sus virtudes y defectos, haciendo lo que tenían que hacer en su contexto histórico aún no contaminado con el análisis retrospectivo en manos de idealistas del futuro.

Tratando de re-insertarme en una Argentina que prácticamente no conocía, el descubrimiento de mis antepasados me dio un sentido de pertenencia, en lo genético al menos, que nunca había sentido antes. Sentir que pese a todas mis visicitudes (incluyendo haber nacido en Estados Unidos!), yo era más argentino que el dulce de leche, fue algo que me sirvió mucho. Claro que no era suficiente. Seguia siendo en el fondo, “sapo de otro pozo”, ya que ni mi educación ni mis opciones personales habían seguido los caminos de la mayoría de los argentinos de mi ámbito social y mi generación. Tal vez fue por eso que me aferré aún más a mis antepasados, que del otro lado de la muerte me recordaban a mí, que cual judío errante habia deambulado por el mundo, cual era mi país y el papel de mi familia en el mismo.

Fue en 1997, si mal no recuerdo, ya casado e instalado en nuestro departamento de la calle Austria, que por primera vez tuve mi propia computadora conectada a internet con una cuenta de Sinectis. Puesto a explorar programas de genealogía, me encontré con uno gratuito y muy fácil de usar, creado por los mormones. Se llamaba el Personal Ancestry File (o PAF). En mis ratos libres me puse a cargar nombres, y en un par de meses, habia creado una base de datos con el contenido de los tomos I y II del mamotreto, sobre Los Ibarguren y Los Aguirre.

Como Sinectis ofrecía un sitio web gratuito, subí al mismo lo que había hecho en un formato muy rudimentario. Muy pronto, la vorágine de Puerto Trinidad y mi mudanza a nuestra casa nueva en Berazategui me desconectó de mi proyecto, que murió olvidado una vez que mi cuenta de Sinectis se cerró, como tantas otras, por falta de pagos y en el “default” mas absoluto creado por mi falta de trabajo que eventualmente me llevaría a emigrar a Estados Unidos.

Pasaron años y una vez, instalado en mi casa de Yucaipa y “webeando” encontré, no se como, los archivos GEDCOM con la base de datos de unos 2,200 nombres que yo mismo había creado. No lo podía creer! Ahí estaban mis bases de datos, olvidadas pero todavía intactas! Ni lerdo ni perezoso, me hice una vez más de la copia gratuita del infaltable PAF y comprobé que todo estaba tal cual lo había dejado. Me sentía como un arqueólogo! Descubriendo el equivalente a cuerpos incurruptos!

Una cosa llevó a la otra, y contando con algo de tiempo libre, en una posición económica ciertamente mejor que la que había dejado en Argentina, me puse a investigar mis opciones, buscar programas de genealogía, investigar servidores de internet, y al fin decidí abrir una página de genealogía para publicar en la web los datos que ya tenía de antes, mas los millares de nombres que esperaban ver la luz del día en el “impublicable mamotreto”.

Lamenté comprobar que el sitio www.elmamotreto.com ya existía. También existía www.losantepasados.com. Finalmente pensé en www.genealogiafamiliar.net, sólo para darme cuenta más tarde que la página de Martín Alberto Heredia Gayán en http://cablemodem.fibertel.com.ar/genealogiafamiliar/ ya existía, aunque no tenía registrado el nombre del dominio. Habiendo ya pagado el precio del registro, decidí mandarle un mail explicándole lo que me había pasado, y pidiendole disculpas / permiso por el uso del mismo nombre, a lo que me contestó que no tenía problemas.

Empecé entonces a entusiasmarme, lenta e inexorablemente, con el tema. Provisto de un software que realmente privilegia la muestra de los datos en internet, empecé a cargar datos y biografías del mamotreto. Tenía tanto trabajo por delante que era enervante! Me parecía que por más que cargara nombres, siempre iba a haber más. Para peor (o mejor!), de a poco la página iba siendo descubierta por desconocidos para mí, que compartían el mismo interés por la genealogía y la historia, y me empezaban a mandar sus propios aportes, correcciones, agregados…

No faltó para que lo que al principio fue una página estrictamente familiar (en lo que se refería a mi familia), rebalsara los límites de la misma. Me causaba asombro al principio y gracia después como iban llegando a mi página personajes que yo nunca supuse estaban de alguna manera (aunque remotísmimamente) ligados a los mios. Desde Napoleón a Mirtha Legrand, de Pushkin a Pablo Neruda, todo tipo de personajes se iban sumando. Respiro con alivio al comprobar que, al menos por ahora, Maradona no nos ha honrado con su presencia. Pero, como decía Tata sobre los caminos de sus investigaciones genealógias, “si hubiera aparecido un negro entre mis antepasados, ciertamente lo ponía… simplemente no apareció”.

En todo este proceso, que ciertamente absorbió y sigue absorbiendo horas y horas de mi vida, el apoyo de Dolores es constante. Hemos llegado, quiero creer, a un modus vivendi que me permite dedicarle tiempo a mi hobby genealógico sin general fricción en casa. La verdad sea dicha, la genealogía no le importa nada, pero sabe que me divierte y en eso queda el tema.

Muy pronto, empecé a entablar correspondencia con gente que me mandaba datos y me felicitaba por la página, entre ellos, quiero destacar a José Apellaniz y a Juan Manuel Medrano, que estuvieron entre los primeros a “descubrirme” y me ayudaron y siguen ayudando de una manera extraordinaria. Más tarde se sumó Isabel Blaquier, que suplia conocimientos previos en el tema con ganas de investigar y la buena suerte de heredar documentos de un tío genealogista que terminó también sumando mucho a la página.

Me causó mucha alegria poder conocerlos a los tres en mi último viaje a Argentina. Nunca antes había entablado yo una amistad primero por correspondencia a miles de kilómetros, para después ver esa correspondencia premiada con una afinidad de temas y comodidad en el trato como tuve con “mis amigos genealogistas” en Buenos Aires.

La comida a todo lujo con José y su madre en Buenos Aires, mi visita al departamente de Juan Manuel, y el asadito en la casa de Isabel, sean tal vez tema para algún recuerdo más adelante. Valga decir que a los tres les estoy muy agradecido y confio que nuestra amistad es de las que durarán en el tiempo, pese a la distancia.

Dejando a los vivos de lado, yo se que cuando quiera “los muertos” – como les dice Victoria – me están esperando, conectándose conmigo a través del teclado de mi computadora, siempre listos para cubrir en segundos, la distancia (tanto en el tiempo y en el espacio) que separa la tierra donde están enterrados y los lluviosos valles de Portland.

Para mí, nada mejor después de un día de trabajo, sobretodo esos días grises y lluviosos, poder olvidarme de la realidad circundante y conectarme, a través de mis antepasados y sus parientes, con una época que la distancia ha romantizado, albergando, en un rinconcito de mi alma, la esperanza que mi tributo a ellos también me proteja a mí y a mis hijos del olvido de las generaciones futuras.

Como decía Leopoldo Lugones en un verso que Tata cita en la primera página del ya publicado mamotreto,

“Que nuestra tierra quiera salvarnos del olvido,
Por estos quinientos años que en ella hemos servido”

Comentarios

Anónimo dijo…
Este blog ha sido eliminado por un administrador de blog.

Entradas más populares de este blog

Tradición Familia Propiedad

¡Praesto Sum! (I)

Plinio Correa de Oliveira