El Opus Dei y yo

Buenos Aires 1996 / California 2004

No me acuerdo exactamente cuando oí hablar por primera vez del Opus Dei. Ciertamente fue cuando todavía estaba en la TFP, y el Opus no era para nosotros nada más que otra de las muchas organizaciones “falsa derecha”. Bajo esa denominación agrupábamos a cualquier otro grupo, persona o movimiento que aparentaba tener una postura similar a la nuestra, al menos en algunos aspectos, pero que, al no reconocer nuestro papel único, providencial y profético en la gran lucha Contra-Revolucionaria, no merecía mas que nuestras sospechas y sorda enemistad, aunque por razones tácticas hubiera que mantener una aparente amistad.

En la misma bolsa “falsa derecha” se encontraban lefebristas, tradicionalistas, nacionalistas y muchos individuos, públicos o anónimos, que de alguna manera militaban “a la derecha” del progresismo, comunismo, socialismo, teología de la liberación, democracia cristiana, liberalismo, relativismo… -- y la lista podría seguir pero no tengo todo el día – pero ciertamente a nuestra “izquierda”, ya que nosotros éramos la única derecha auténtica. De hecho éramos más que la derecha. Éramos lo único sano que quedaba en la Iglesia, que por aquel entonces se había reducido a nada más que una estructura llena del humo de Satanás.

Como además estábamos peleados con la rama no-TFP de la familia Ibarguren, yo no tenia ni idea que tíos y primos desconocidos eran curas, numerarias o súper-numerarios del Opus (o “de la Obra” como aprendí mas tarde). Fue de hecho con el re-encuentro de mamá con tata (y por consiguiente con el resto de la familia), que empecé a aprender sobre la existencia del Opus y de cómo funcionaba. De a poco me iba enterando que este o aquella también “era del Opus”, y me llevo un tiempo entender que “súper” numerario era menos que numerario a secas. Y yo que siempre había supuesto que “súper” era más... ¿Y por que “numerario”? ¿De donde salio esa palabra?

Lo primero que me llamo la atención es que nadie se presentaba y me decía, “soy Fulano de Tal, del Opus Dei”. Yo, acostumbrado a que mi militancia en la TFP era imposible – o casi imposible – de ocultar, aprendí rápido que la pertenencia al Opus se averigua discretamente y se nunca se publica. Nunca se niega de frente – que yo sepa – pero no se publica. No tardé mucho en darme cuenta, que a diferencia del lado Beccar Varela de mi familia, el lado Ibarguren había sido tierra fértil de vocaciones a la Obra de Monseñor Escriba de Balaguer. Y de a poco los fui conociendo.

Me acuerdo que pasando unos días de verano en El Retoño, la que había sido estancia de tata a punto de ser entregado a nuevos compradores, nos enteramos que una prima hermana, Catalina Gallardo, por entonces numeraria y para mí desconocida, estaba de “convivencia” en una quita cercana. Con su hermana Maria Eugenia (odiaba que le digan Coca) y otro primo, Antonino, nos subimos al Renault 6 de los Gallardo y manejamos hasta Balcarce donde irrumpimos en la quinta preguntando por mi prima Cata. Habían terminado alguna charla o algo, y Cata salió a saludarnos, pero nos dijo que se estaba yendo con las otras chicas del retiro al mar (programa al que naturalmente no estábamos invitados!) ¡Ah no! Saque a relucir mi credencial de primo desconocido recién llegado de Sudáfrica, y con el apoyo de su hermana Maria Eugenia y Antonino la convencimos de pasar una tarde con nosotros en lugar de ir a la playa. Pobre Cata… no se si se habrá aburrido como una ostra. El hecho es que no se de donde se materializaron un par de guitarras, y nos sentamos los cuatro en el pasto mientras ella y Antonino cantaban “Sapo Cancionero” (uno de mis favoritos) y otros clásicos. Después fuimos a almorzar a Balcarce, en un boliche del otro lado del Museo Fangio, y saciados nuestros estómagos y curiosidades, la llevamos de vuelta a la quinta. (Cata se fue de la Obra hace unos meses y le deseo lo mejor!)

Más allá de la familia, empecé también a conocer súper-numerarios en el frente laboral. De hecho una tía segunda mía me introdujo a Alberto Ballvé, profesor fundador del IAE (el equivalente argentino al IESE), que me dio trabajo primero para ayudarlo a hacer unas presentaciones en PowerPoint, y me contrato después como gerente administrativo de una consultora que mantenía con dos socios en San Isidro.

Alberto era un tipo macanudo, que me brindó su amistad y ayuda durante muchos años. De hecho en los momentos mas oscuros de Puerto Trinidad, cuando trabajaba sin cobrar, algunas “changas” de Alberto ayudaban a pagar nuestras cuentas. Y fue él quien me abrió la puerta a otras amistades que perduran al día de hoy, como la de Pablo Corradi, Alejandro Larrive, Juan Salas y tantos otros. Me pregunto a que se dedica hoy. Se que con el tiempo, el IAE creció mucho, construyo un “súper” campus en Pilar (derecha) gracias a la generosidad de Goyo Pérez Companq, y a Alberto lo pusieron de patitas en la calle, sin mucha ceremonia, sus mismos compañeros supernumerarios, directores del IAE, una vez que se les subió a la cabeza lo importantes que eran con el edificio nuevo (supongo yo). Pero me estoy adelantando.

Naturalmente, mas allá de conocer a familiares y amigos del Opus, mi conocimiento de la historia, estructura interna, normas y forma de vivir de los numerarios era mínima. Eso iba a cambiar rápidamente una vez que primero conocí y después me casé con Dolores, mi mujer.

Dolores, como yo, había salido de su casa muy chica, e igual que yo había dedicado su vida a la misma organización a la que pertenecían sus padres. Igual que yo, le llegó el momento de salir, y grande fue mi sorpresa cuando, igual que yo, fue tratada como un paria por los que – en teoría – habían sido sus amigos.

Digo sorpresa porque cuando la conocí a Dolores yo ya había aceptado que las prácticas internas de la TFP eran ridículas, nocivas y muy poco cristianas. Por eso ya no me sorprendía que cualquiera que saliese fuera un “apóstata”, cuya condenación eterna estaba prácticamente garantizada y que, si tenía suerte, se arrastraría durante el resto de su vida en medio de la mediocridad y la desdicha.

Digo sorpresa porque hasta ese entonces, mi imagen del Opus era mas bien positiva, confirmada de alguna manera indirecta por la amistad familiares y otros que me parecían (y me siguen pareciendo) muy buena gente. Si sumamos a esto el hecho que el Opus Dei es ciertamente parte de la Iglesia, mientras que la TFP, en el mejor de los casos, se manejaba en una auto-definida periferia, la verdad que no estaba preparado para el rencor, ignorancia y pequeñez con que trataron a Dolores una vez que cambio su vida de forma definitiva y eligió casarse conmigo.

No me interesa listar ahora (se lo dejo a Dolores, si quiere, para algún otro día), la lista de comentarios y actitudes que me pusieron mentalmente “en la vereda del frente” al Opus. Baste decir que mi mujer viene primero, y al sentirme atacado en la forma que la trataban, la opción no era difícil. Pero no tardé mucho en darme cuenta que hay mas semejanzas entre el Opus y la TFP de lo que muchos (sobretodo en el Opus) quieren admitir. Especialmente en lo que hace al “manejo” interno de las personas, la interpretación de lo que es la “vocación” y sus consecuencias, y una cierta arrogancia que con el tiempo va generando círculos cerrados en si mismos que terminan siendo campo fértil de abusos y desvíos.

Ciertamente al Opus le falta mucho – y Dios quiera que nunca llegue – a ciertos abusos quijotescos que caracterizaba a la TFP y que hoy solo sirven para hacer estos recuerdos mas divertidos. Pero no olvidemos que estos abusos tampoco se dieron en la TFP de la noche a la mañana. Fueron posturas que fueron evolucionando durante años.

Para terminar, una ultima anécdota.

Desde que trabajaba con Alberto Ballvé en San Isidro, hace ya diez años, era su costumbre invitarme, año tras año, a un retiro anual organizado por el Opus en la famosa Chacra para hombres que no eran de “la Obra”. La verdad que nunca había ido a un retiro en mi vida y no tenía ningunas ganas de empezar, así que siempre evadía el tema y terminaba no yendo. Me acuerdo que ya en mi último año en Buenos Aires me invitó otra vez, y casi le digo que sí, motivado más por mi agradecimiento a su ayuda que por otra cosa… pero logré resistir y al final no fui.

Una vez acá en California, me hice amigo de un tipo bárbaro: inteligente, interesante, conservador y… supernumerario! Obviamente estoy destinado a moverme en este ambiente toda mi vida! Pero bueno, este amigo, igual que Alberto me invita a un retiro. Por lo visto me iban a seguir invitando hasta que fuera, así que finalmente di el brazo a torcer y me anoté, previo pago de 200 dólares, para el retiro de dos o tres días que tendría lugar en el St. Thomas Aquinas College cerca de Santa Bárbara.

El lugar (izquierda), muy lindo, rodeado de montañas y vacío de sus estudiantes habituales por las vacaciones de verano. Lo teníamos prácticamente todo para nosotros y de a poco me fui relajando y sintiendo cómodo. El retiro lo predicaba (no estoy seguro si esa es la palabra) un cura norteamericano que hablaba muy bien, y rezaba la misa con toda la solemnidad y respeto que era de esperar. Yo ciertamente estaba acostumbrado al silencio, así que eso no era un problema, y rezar un Vía Crucis escrito por el fundador no me era desconocido tampoco. Almorzar oyendo cassettes con alguna conferencia… digamos que ¡ya lo había hecho antes!

Pero yo había estado en la TFP muchos años, y uno nunca baja la guardia del todo. Siempre hay que estar atento, no vaya a ser que justamente cuando uno se relaja el demonio nos hace una mala pasada. Así que no me costo mucho notar una noche en la capilla, cuando hace su aparición un señor de pelo rubión medio largo (alarma!), pantalones un poco ajustados para mi gusto (ALARMA!!!), y una forma de caminar medio afectada (ALERTA ROJA!!!) que hace una genuflexión y se arrodilla con los demás. Tal vez lo hubiera ignorado después de un rato, si no fuera porque al terminar un momento de silencio, este señor se pone a liderar la Salve Regina y da algunas instrucciones finales en una voz que ya no me gusto nada. No pude dejar de pensar “¿!que hace este maricon acá!?” Porque la verdad que esa fue la palabra que me vino a la mente.

Naturalmente le comente a mi amigo mis impresiones del retiro (de hecho estábamos juntos durante el mismo), incluyendo la muy mala impresión que me causo este hombre, que en la mas inocente de las interpretaciones era un amanerado que no se controlaba demasiado. Pude ver que a mi amigo tampoco le agradaba demasiado el personaje, pero enseguida la necesidad de defender la institución primó sobre sus opiniones personales, y me explicó que era un muy buen hombre pero que trabajaba en un ambiente muy distinto al nuestro y bla bla bla…

A las pocas semanas tuve oportunidad de ver al numerario amanerado (para no llamarlo por su verdadero nombre). Llegó a un picnic en un auto deportivo, camisa rosa con varios botones desabrochados, jeans blancos apretados y sandalias de cuero sin medias. En mi libro estaba todo dicho.

Lamento no ser más amplio o caritativo, pero no creo que vuelva a un retiro del Opus. Tal vez el que salga perdiendo sea yo. No se. Veremos.

Alfonso

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