¡Praesto Sum! (I)

San Pablo, mediados de 1982

Con el pasar del tiempo las diferencias de enfoque dentro de la TFP sobre a qué precisamente estábamos llamados se fue acentuando. Por un lado estaban los que propiciaban la acción pública de la esfera “político-social” y preferían hablar sobre temas de actualidad bajo un enfoque católico (conservador, naturalmente), y por otro lado había un creciente número de personas que veían a la TFP bajo un punto de vista más religioso y buscaban la santificación dentro de un estilo de vida que imitaba al de una orden religiosa. Digo imitaba, porque en aquel entonces aún no tenía ni aprobación ni supervisión eclesiástica.

Estas diferencias crecían con el pasar de los años, pero mientras el Dr. Plinio (izquierda), el fundador, viviese, no llegarían a mayores, ya que de alguna manera él mantuvo ambos “bandos” (efectivamente al final de su vida ya eran bandos) creyendo que hacían lo correcto. La animosidad de ambos quedó al descubierto cuando después de la muerte de Plinio en 1995, ambas facciones iniciaron múltiples acciones legales en todo el mundo, con vista a repartirse “la herencia” ideológica y hasta material de la obra del fundador. Hoy por hoy, el sector “acción publica” sobrevive bajo varios nombres en varios países, llevando a cabo campañas similares a las del pasado, y el otro sector consiguió aprobación del Vaticano para operar bajo el nombre de “Heraldos del Evangelio” y también tienen presencia en varios países del mundo.

Pero este desenlace estaba muy lejos de ser soñado por mí o cualquier otro a principio de los 80. No sólo era impensable la lucha fratricida que vendría, sino que la misma muerte de Plinio era tema tabú, ya que su ausencia como líder con una misión “profética” no era algo para lo que había que prepararse. Es más, algunos sectores más devotos hasta aventuraban la hipótesis de la inmortalidad de Plinio, comparándolo con Elías y Enoch, que según la Biblia aún viven en el Paraíso.

La influencia del estilo de vida para-religioso, para llamarlo de alguna manera, empezó a irradiarse desde un antiguo monasterio benedictino que la TFP compró y expandió en San Pablo, Brasil, donde al principio pasaban temporadas de piedad – estilo retiro – muchos miembros de la TFP, pero que bajo el liderazgo de Joao Clá (derecha) se convirtió en residencia permanente de muchos más jóvenes. Este estilo de vida incluía el uso de un hábito que combinaba un “look” monástico con botas y cadena que le daban un toque militar (Orden de Caballería), el rezo cantado del Oficio a varias horas del día, el silencio, votos de pobreza, clausura, castidad y obediencia, y varios toques más o menos habituales en las órdenes religiosas.

Por varias razones, ese centro se convirtió por esa época en un magneto que atraía a cualquier miembro de la TFP, particularmente si era menor de 30 años. Haber pasado una temporada en San Bento usando el hábito era considerado muy “in”, y no tardó mucho tiempo antes de que Cosme y Mario, que como siempre estaban un paso adelante en mi progreso en el grupo, fueron a pasar una temporada en San Bento.

Y por más que el estilo de vida religioso nunca fue lo mío, por más que los cuentos que oía sobre la disciplina férrea que reinaba en la casa me asustaban, por más que me aterraban las penitencias varias que daban a los que no seguían las reglas como debían, las ganas de “pertenecer” eran más fuertes y empecé a insistir que yo también quería pasar unos meses en Sao Bento.

Cuando finalmente se me dio la oportunidad, me enteré que en lugar de ir a San Bento me iban a mandar a una casa nueva que se había abierto cerca de la otra, para acomodar al creciente número de candidatos. Le habían puesto de nombre “Praesto Sum” (la frase del profeta Samuel diciéndole a Dios “Estoy Listo”) y estaba diseñana como una répilca, en un contexto arquitectónicamente muy diferente, del ex-monasterio benedictino.

Porque esta casa no era nada más ni nada menos que una quinta, con un gran parque y unas construcciones de un estilo medio colonial / alemán que de religioso no tenía nada. Donde San Bento tenía una capilla muy linda, Praesto Sum había convertido un cuartito cualquiera en capilla. Donde San Bento tenía un claustro de lo más monacal, Praesto Sum tenía palmeras y esa vegetación brasileña, tropical y llena de vida que nunca me gustó. Donde San Bento tenía una buena biblioteca, poblada por los que antecedieron a Joao Clá en el manejo de la casa, Praesto Sum tenía un par de estantes con pocos libros. Sin embargo, dejando de lado estas diferencias, se suponía que el estilo de vida era el mismo, y pasar una temporada en Praesto Sum era igual de prestigioso que pasar una en San Bento.

Así llegué una noche, lleno de expectativa. Dormí pésimo, porque no quería hacer nada mal al día siguiente. Ya en el Eremo de Pilar nos despertábamos todas las mañanas con el toque de doce campanazos. En el tiempo que sonaban las doce campanas, que se tocaban espaciadas por unos segundos, uno tenía que estar formado en el lugar indicado para rezar las oraciones de la mañana y empezar el día. Y como yo no sabía bien a que velocidad iban a tocar la campana en Praesto Sum, me desvelé tempranísimo, mucho antes de la campana, y me quedé en la cama esperando. En la cama porque no había otro lugar para esperar. La casa que usábamos para dormir había sido particionada en pequeñas celdas, donde sólo cabía la cama y una mesa de luz. Y ya había oído cuentos de que en Presto Sum soltaban a la noche un perro feroz que patrullaba los jardines, por lo que no había a donde ir...

Pero ni bien empezó a sonar la campana, ahí estaba yo de pié, y caminando rápidamente hacia el punto de reunión, ubicado en un gran patio frente a la casa principal. Nos formamos en un par de filas, rezamos en exorcismo breve y yo ya estaba listo para nuestras duchas cronometradas... cuando el “quidam”, un argentino llamado Martín Pieres, anuncia que íbamos a ir directamente a tomar el desayuno, así como estábamos, en “robe de chambre”. Después del desayuno en pijama, se hizo el anuncio que ese día iba a haber mucho trabajo en el jardín, por lo que no nos íbamos a poner los hábitos, sino ropa de trabajo. Y al día siguiente, en vez de trabajar en el jardín, son pusimos a ensobrar la revista “Catolicismo”, también en ropa de fajina. ¡No tardé mucho en darme cuenta que la imagen de disciplina estricta era un cuento!

Salvo la comida que era horrible, como siempre me pareció la comida en la TFP brasileña, el resto del día a día no estaba tan mal. Rezábamos, durante la mañana oíamos grabaciones de conferencias de Plinio y a la noche íbamos a oír otras conferencias en vivo y en directo, se mantenía cierto orden y disciplina pero no mucho peor (o mejor) a lo que ya estaba acostumbrado en Argentina bajo José Antonio Tost.

Lo que siempre me gustó de ir a Brasil era que uno se encontraba con miembros de la TFP de muchos países, o con argentinos que uno no veía hace mucho tiempo porque vivían afuera. Y pese al silencio (que en el Praesto Sum no era tan riguroso tampoco) siempre había oportunidades para conversar y ponerse al día en que estaba haciendo quien.

El punto alto de la semana era naturalmente cuando el Dr. Plinio venía de visita. Ahí sí que todos estábamos con los varios hábitos limpios y en nuestra mejor forma. Plinio se instalaba, previo paso por la capilla, en un gran salón con ventanales, a “despachar”, como le decían a su trabajo de atender gente, y resolver asuntos con su secretario privado, un chileno llamado Fernando Antúnez. Y generalmente, antes o después del “despacho”, nos dirigía unas palabras a todos los que, por unos minutos, nos arrodillábamos a su alrededor.

Estas palabras, o “palabrinhas” como les decían, eran sobre temas varios, sea algún comentario sobre la actualidad, o un llamado a mayor fervor y dedicación “a la causa de Nuestra Señora” o algún recuerdo de su vida pasada. Claro que estas palabras eran disecadas al hartazgo más tarde, ya no había conversación que se precie de tal sin abundantes referencias a la persona, obra o ideas del fundador, el Dr. Plinio.

Así pasó mi primera estadía en el Praesto Sum. No sería la última. Y así como durante el tiempo que pasé ahí esa vez, me sorprendió cuan exageradas eran las historias de disciplina draconiana, tuve oportunidad en mi segundo viaje de comprobar que los cuentos no eran tan exagerados. Es más, se quedaban cortos. Pero esos recuerdos vendrás más adelante.

Alfonso

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