Maldiciendo al Obispo de Viedma

Bariloche, Marzo 1978

¡Finalmente había llegado de hora de mi primera caravana! Hacía casi un año que yo vivía en el Eremo de Pilar, y todavía no se me había dado la oportunidad de subirme a la camioneta con los demás, y empezar a recorrer pueblo por pueblo, casa por casa, para llevar nuestra lucha ideológica anticomunista a cada rincón de la República Argentina. La razón de ser del Eremo de Pilar era supuestamente la acción pública para pregonar el mensaje a los lugares más alejados, y la verdad que pasar mes tras mes en una quinta en José C. Paz, con esporádicas “campañas” a la salida de alguna misa en Buenos Aires o en la popular calle Florida, no era lo que a mí con mis 14 años (¡qué grande!) me parecía importante.

La caravana que ser armó, con Ushuaia como objetivo, tenía un carácter apostólico, ya que uno de sus miembros, Andreas Merán – un austro-argentino que conoció la TFP Brasileña a través de Francia – era nuevo en el grupo y la caravana seguramente presentaría oportunidades para cementar su convicción que estaba haciendo lo correcto al considerar dedicar el resto de su vida “a la causa”. Confieso que en esa época me daba un poco de envidia que bien se los trataba “a los chicos de apostolado”, como les decíamos a los que recién entraban en contacto con la TFP. Obviamente que conmigo, u otros hijos de miembros de la TFP cuya “pertenencia” al grupo se daba por descontada, el trato era un tanto más directo y menos aterciopelado. Pero volvamos a mi primera caravana.

El año era 1978, y hacía dos que los militares estaban en el poder. Naturalmente no pasaba mucho en la Argentina que los militares no permitiesen, por lo que era clave obtener permisos, tanto a escala nacional, como al nivel de Cuerpo de Ejército, para que la TFP pueda circular libremente. Me acuerdo que Fernando Gioia se ocupaba de mantener un fichero actualizado con nombres de militares. Este fichero cambiaba mucho, por motivo de los cambios de destino de sus miembros, dada la naturaleza mas bien móvil de la carrera militar. Supongo que como herramienta básica de supervivencia, era importante cultivar buenas relaciones con el ejército, y es innegable que entre varios oficiales de entre los rangos más bajos – no todos – el mensaje anticomunista de la TFP resonaba útil y hasta importante.

Habremos salido de Buenos Aires ya con algún permiso o recomendación, y nos dirigimos a Viedma, capital de Río Negro, donde no sólo conseguimos permiso de la Gobernación a cargo de no me acuerdo que militar, sino también que nos regalaron estadía en un hotel muy bueno de Bariloche. Lamentablemente no me acuerdo el nombre.

Y en Bariloche estábamos, vendiendo una edición de la revista “Tradición Familia Propiedad” que transcribía la obra de Plinio Correa de Oliveira titulada “La Libertad de la Iglesia en el Estado Comunista”. Este era un análisis de la difícil situación de la Iglesia Católica detrás de la cortina de hierro. La cortina de hierro... ¡qué épocas! No me acuerdo de todos los que estábamos en Bariloche bajo el liderazgo habitual de José Antonio Tost. Obviamente Andreas, como dije antes. Me acuerdo de mi Tío Pancho (Francisco Ibarguren), si mal no recuerdo Hernán Mora, Marcelo Dufaur y otros más.

Todo iba sobre ruedas, y yo estaba excitadísimo con la idea que después de Bariloche empezaba el viaje al sur que no paraba hasta Ushuaia. Me parecía una gran aventura llevar “a la ciudad más austral del mundo”, el titulo por el que argentinos y chilenos se pelean hace tiempo. Ya Bariloche me parecía magnífico. Todos esos edificios de piedra, el Nahuel Huapi, los bosques de pinos. Fue la primera vez en mi vida que entré en contacto con un paisaje tan poco argentino... o más bien tan poco bonaerense, donde la chatura de la pampa, sólo cortada por el monte de los cascos de estancia es lo único que se puede apreciar.

Pero Bariloche era otra cosa. Muy parecido a fotos que había visto de Europa. Y una arquitectura tan distinta, forzada naturalmente por la nieve: techos a dos aguas, una catedral gótica muy linda, el Centro Cívico y la estatua de ese jinete cuyo caballo no parece dotado de mucha energía. Habíamos visitado también un par de fábricas de chocolate, y realmente el “humor” de todos era de lo más alegre y positivo. Pero este clima alegre y distendido no iba a durar mucho más, porque un buen día nos enteramos que el Gobernador, presionado por el obispo, nos había retirado el permiso para seguir haciendo campaña y pidió que dejáramos el hotel de la Provincia donde estábamos alojados.

Vale la pena aclarar que Monseñor Miguel Esteban Hesayne, entonces Obispo de Viedma tenía entre nosotros fama de tercermundista, progresista, izquierdista, zurdo, como se lo quiera llamar. Yo era muy chico en aquel entonces para estudiar a fondo estos temas, pero algunas lecturas posteriores sobre la actuación de este obispo en particular me lleva a pensar que no estábamos demasiado equivocados en la calificación que le dábamos. Sea como fuere, la furia que nos dio a todos el cambio producido en nuestra situación fue enorme. Pasamos de vivir en la comodidad de un Hotel espectacular, y de tener todo el respaldo necesario para seguir nuestro viaje a ser puestos de “patitas en la calle”, como dicen, y ver efectivamente truncas nuestras posibilidades de seguir rumbo al sur. Y nuestro odio se concentró en el Obispo, pese a que se podría argumentar que el Gobernador era igualmente culpable de esta iniquidad.

José Antonio y algún otro decidieron entonces que esto no podía quedar así. Y empezamos a preparar, para nuestra última noche en el hotel, una ceremonia en la que maldeciríamos al Obispo por su nefasto papel. Todo se haría con la solemnidad que tal acto merecía, y así fue.

Nuestro grupo tenía varios cuartos, todos ubicados en el mismo piso del Hotel. Esto presentaba una oportunidad única para incorporar a nuestra ceremonia, un cortejo a paso lento. Los cortejos “solemnes” se habían puesto de moda en la TFP por aquella época, impulsados más recientemente en los Eremos de Sao Bento y Praesto Summ. Nosotros, en el Eremo de Pilar, no queríamos ser menos, y buscábamos cuanta oportunidad se presentaba para hacer nuestra propia imitación local de las prácticas brasileñas...

El acto empezó con la reunión de todos los participantes en una de las habitaciones del hotel. Formados en dos filas con las camas de por medio, y prendiendo sólo suficientes luces para darle al cuarto un ambiente mas recogido y solemne, rezamos algunas oraciones. Veinticinco años después no tengo ni idea que pasaba por la cabeza de los adultos presentes, pero doy fe que yo me tomaba todo muy en serio. Y todos parecían igualmente compenetrados de la importancia histórica del momento.

Terminada esta primera fase de la ceremonia, José Antonio dió la orden para lanzar el cortejo, y de dos en dos fuimos saliendo del cuarto al pasillo del hotel. Los dos que abrían la solemne procesión llevaban velas encendidas, seguidos por uno portando una pequeña foto de la madre del Dr. Plinio, y atrás de éste otro llevaba un pequeño estandarte con nuestro león rampante. El resto de nosotros seguía a estos cuatro (en total éramos como diez.)

Nos dirigíamos a otra habitación donde se llevaría a cabo la maldición al Obispo. A paso lento por el pasillo del hotel. En eso, inesperadamente (aunque era lo más normal del mundo considerando donde estábamos) se abrió una puerta y un invitado del Hotel amagó a salir al pasillo, seguramente para dirigirse al ascensor y de ahí a la calle. En pocos segundos, el sorprendido invitado evaluó la procesión que avanzaba sobre el alfombrado colorado del hotel, y se metió devuelta en su cuarto. Me lo imagino espiando por la mirilla de la puerta y viéndonos pasar a todos. Dos a dos, a paso lento y constante. ¿Qué habrá pensado...?

Finalmente llegamos al otro cuarto (la buena idea había sido elegir un cuarto relativamente lejos para que el cortejo se pueda desarrollar en su totalidad...) y ahí una vez más nos formamos en dos filas enfrentadas, con las camas con acolchados floreados entre nosotros. Era en este cuarto que la fase final y más jugosa de la ceremonia tendría lugar. Leyendo de un viejo misal, alguien comenzó a recitar el rito de la maldición. Todavía me acuerdo de una parte donde se dice algo en el sentido “que se extinga la luz de la gracia” sobre esa persona. En ese momento es cuando el ritual indica que una vela se tira al piso y se rompe, como símbolo de la muerte (creo yo) de la vida espiritual del maldito. Sólo que la vela cayendo sobre la moquette de la habitación del hotel produjo un pisotear apresurado para no incendiar el cuarto o, más probablemente no dejar demasiada marca, aunque una quemadura quedó.

Con esto hecho sentimos que nos podíamos retirar de Bariloche con la frente en alto, ya que no habíamos dejado pasar sin castigo el deleznable acto del Obispo. Y así terminó esa caravana y las ilusiones de mi primer viaje a Ushuaia.

Ignoro que efecto habrá tenido la maldición sobre el Obispo de Viedma. Sé que del acto en el Hotel no se volvió a hablar nunca más. ¿Será que alguien se enteró del disparate y castigó a José Antonio por hacer esto? No creo. Lo más probable habrá sido que los adultos presentes se dieron cuenta, tarde o temprano, que lo que habían hecho era algo para mantener más bien discreto, y así quedó. Sí sé que Andreas se quedó en la TFP, por lo que, o no habrá entendido mucho lo que estaba pasando, o le habrá encontrado, aunque sea años después, alguna explicación lógica.

De mi parte, iba a tardar unos años más en empezar a atar algunos cabos, y darme cuenta que cosas como estas eran síntomas de que algo andaba muy mal, primero en el Eremo de Pilar, y más adelante en la TFP en general. Mientras tanto, con mis 14 años, me sentía grande e importantísimo de poder participar en actos de esta solemnidad y trascendencia espiritual.

Y cuando el Obispo de Viedma rinda cuentas a la Justicia Divina, estoy seguro que en la Gran Balanza donde se pesan todos nuestros actos, nuestra maldición trasnochada no le habrá pesado en contra.

Alfonso

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Tradición Familia Propiedad

¡Praesto Sum! (I)

Plinio Correa de Oliveira