El corazón y el esqueleto según San Pablo
El Domingo pasado probé una iglesia nueva. No una religión nueva (¡no se alarmen!), pero me cansé del cura con pelo teñido y cuya cara bronceada en medio de la lluvia y nubosidad de Portland delataba a un frecuentador de la pantalla solar. Desde que había empezado a ir a la parroquia de San Antonio de Padua en Tigard, alternaban las misas dominicales el párroco (descripto más arriba) y un cura hindú que realmente hablaba bien y cuyo respeto por la liturgia era bienvenido. Durante meses jugué a la ruleta rusa, ya que nunca sabía que cura me iba a tocar. Si me tocaba el hindú podía relajarme y las posibilidades de una misa con cierta espiritualidad y recogimiento eran grandes. Si me tocaba el párroco, me tendría que “bancar” la hora siguiente para no escandalizar a mis hijos, ya que lo que realmente tenía ganas de hacer era irme a otra parte y dejar a este cura-showman haciendo lo suyo sin mi presencia. Pero no se puede. Finalmente, poco antes de mi viaje a Argentina en Julio, el hindú