Exalumnos

Ya conté en otro de mis recuerdos (Regina Angelorum) si no todo, mucho de mi experiencia escolar al márgen del sistema de educación acreditada en la Argentina de mi infancia. Así como Alvin Toffler dice que los colegios modernos, con sus horarios y disciplina, fueron diseñados con el objetivo de servir de “day care” para los hijos de los obreros que necesitaban las fábricas surgidas durante la Revolución Industrial (¡y al mismo tiempo prepararlos para ocupar sus lugares cuando les llegase el turno!), nuestro mini-Colegio tenía como único objetivo prepararnos para la gloriosa gesta que nuestros padres ya habían emprendido, cuyo desenlace -- al mismo tiempo sangriento y glorioso era inminente -- llegaría en cualquier momento.

    Pero como bien sabemos, el desenlace ansiado no llegó nunca. La Bagarre aún se hace esperar, nuestro profeta Plinio murió en un hospital paulista en 1995, y la “orden de caballería” creada por él se convirtió en un mounstro de siete cabezas, incapaz de vivir en paz consigo mismo, y convulsionado por estertores fratricidas en el que es difícil reconocer la romántica visión de los “esclavos, guerreros y monjes”, esos “cruzados del siglo XX” que esperaban confiados sobrevivir un castigo apocalíptico y llegar a un “Reino de María” en el que estaban llamados a ser señores de importancia.

    Pero, la verdad sea dicha, nuestro colegio ya había fracasado en su objetivo formacional (no entremos acá y ahora en sus fallas educacionales) mucho antes de que el sueño de nuestros padres se desvaneciera en la luz implacable de la realidad. Mucho antes de la muerte de Plinio y el requiem (literal y figurativamente hablando) de sus sueños, los exalumnos del Regina Angelorum habíamos emprendidos nuestros caminos en la vida que nos llevaron lejos (¡a algunos más lejos que a otros!) de la visión que tenían nuestros padres cuando nos pusieron ahí. Como resultado, más allá de compartir algunos recuerdos de la infancia, no existía entre nosotros un espíritu de camaradería como existe muchas veces entre compañeros de clase en otras instituciones educativas.

    Cada uno “tiró para su lado”, y los contactos entre algunos eran puntuales y excluían a los demás. Naturalmente, yo me seguía viendo con algunos de mis primos y mis hermanos, y durante mis días en la TFP todavía me cruzaba con Andrés Lamoliatte, pero los hermanos Brocca, los Echeverría, los Lamoliatte y Ezequiel Mesquita, para no hablar de otros más chicos como los Dufourq que participaron del colegio después de que yo saliera, eran personas desconocidas para mí, con los que, racionalmente, conocía una afinidad histórica, pero sin ninguna afinidad emocional.

    Para mi sorpresa, eso cambió a fines del año 2018. Mi hermana Estela armó un grupo en Whatsapp, y se puso en campaña para incluirnos a todos los que (varones y mujeres) participamos del colegio desde su fundación hasta su fin. El éxito de esta iniciativa fue inmenso. Excluyendo unos pocos que no se sumaron, se formó (a la velocidad de un rayo) un grupo de personas que, por lo visto, estaban sedientas de un espacio para compartir con sus viejos compañeros de clase sus vivencias presentes y pasadas. Mensaje tras mensaje, fueron tomando forma y fuimos conociendo a otros que habíamos dejado atrás, olvidados. Ya todos adultos, y todos con distintas experiencias de vida, sea en lo familiar o en lo profesional, me sorprendió muy agradablemente que nuestras experiencias de la infancia fueron lo suficientemente fuertes como para generar un vínculo que, en gran parte, superaba las circunstancias presentes de cada uno.

    Naturalmente, como siempre es el caso en grupos de esta naturaleza, gran parte del éxito del mismo se debía a que los participantes querían que el grupo fuese exitoso, y donde se hace el esfuerzo, no es difícil superar las diferencias. El nivel de comunicación llegó a ser, al principio, frenético. Olvido el récord de mensajes diarios, pero frecuentemente superábamos los 2000 mensajes. Todos recordábamos el pasado y compartíamos nuestro presente con avidez. Ningún tema o anécdota era demasiado banal o importante para no ser tradado. Mensajes de texto y de voz, fotos y videos, comunicaciones grupales o individuales… no taramos mucho en establecer una amistad y una confianza que, era obvio, yacía durmiente bajo el paso de los años, pero estaba esperando sólo una chispa para despertar.

    No pasó mucho tiempo sin que empezáramos a soñar con un encuentro personal. Geográficamente dispersos por el mundo, los exalumnos del Regina Angelorum y su rama femenina vivíamos en Argentina, Chile, Paraguay, Brasil, Estados Unidos... ¡y Gabón! Pero las distancias no eran suficientes para amedrentar nuestro entusiasmo. Estela y Pascal (miembro honorario del grupo pese a no ser él exalumno), ofrecieron su quinta cerca de General Rivas en la Provincia de Buenos Aires para realizar el primer gran encuentro internacional de exalumnos.

    Los que pudieron se juntaron en abril 2019 para un fin de semana inolvidable. De mi parte no pude viajar, pero no quise estar afuera y mandé este verso que leyó en mi nombre durante la “Comida de Gala” (los hombres con saco y corbata, por favor…) mi amigo Marcelo Brocca:

Aquellos fueron días tormentosos.
Muchas profecías se cumplían.
Los malos cada vez más monstruosos.
Parecía que las puertas de infierno ya se abrían.
Un fin de siglo sin duda Bagarroso.

En Brasil, Chile y la Argentina,
hubo quienes creyeron discernir,
como un rayo de luz que todo lo ilumina,
la visión celestial de un porvenir
de belleza y pureza cristalina.

Dejaron sus familias y carreras,
y siguiendo a un profeta brasileño,
salieron a la calle y las aceras,
persiguiendo todos un sueño,
que exigía contra todos combatieran.

Quisieron salvar a sus hijos de este mundo,
de la carne y sobre todo del demonio,
y para eso no dudaron ni un segundo
en invertir tiempo y patrimonio
en fundar un colegio tremebundo.

Regina Angelorum era el de varones,
y las chicas tenían otro separado.
En la calle Juncal nos daban las lecciones,
pero suponer excelencia es demasiado
cuando estábamos ahí con otras intenciones.

Era variado el plantel de profesores,
Borracine, Voiseau, Burini o Mesquita.
Algunos eran buenos, otros peores.
Pero mejor olvidar lo que irrita,
o el maltrato arbitrario a los menores.

Y los años pasaron. El colegió cerró.
Cada uno emprendió su camino,
y para nadie fue fácil vivir de verdad
o perdonar y olvidar tan gran desatino.

Pero acá estamos, casi todos unidos,
los pocos que fuimos, lo mucho que somos.
Todos tenemos ya seres queridos,
y aunque ni siempre pensemos lo mismo,
sabemos que juntos no estamos perdidos.

Que Dios nos proteja todos los días,
y nos ayude a cada uno de veras,
que aunque ni todo es como antes creías,
muchas cosas sí son verdaderas.

Que Dios mantenga este grupo de amigos,
sanos, felices, unidos y santos,
y que siempre puedan reírse conmigo
(o darme una mano en mis llantos),
hasta el día que juntos al cielo lleguemos.


    No se habían vaciado del todo las más de 50 botellas de vino que se consumieron en el evento cuando (¿cómo podía ser de otra forma?) comenzamos a planificar el próximo encuentro. Terminó definiéndose la casa de la familia Lamoliatte a orillas del lago Gallegué en Chile, donde decidimos congregarnos en enero 2020. Y esta vez pude viajar desde Portland.

    Fue un viaje inolvidable. En avión de Portland a Santiago y de ahí a Temuco, y en colectivo hasta Curacatuín, donde me esperaban Jaime Lamoliatte, Isidro BV, Ezequiel Mezquita y Patricio Ham que me llevaron al lugar del evento, cerca de Lonquimay. En la “Casa Colorada” donde nos alojábamos la mayoría de los participantes, me encontré con el resto de la partida. Como era de esperar varios no pudieron venir, y uno de los que quiso venir no pudo, ya que mi hermano Luis llegó hasta la frontera desde Argentina… sólo para darse cuenta que había olvidado sus documentos, por lo que, naturalmente, ¡no lo dejaron cruzar! Extrañamos su ausencia, pero festejamos la presencia del resto.

    A varios no veía hace tanto tiempo que, para todos los efectos prácticos, se puede decir que eran para mi desconocidos. Pero, al igual que lo que había sido hasta ahora la experiencia “online”, no fue difícil disfrutar de todo lo que tenemos en común. El maestro de ceremonias fue Jaime Lamoliatte, que (¡oh feliz coincidencia!) trabajaba para una bodega chilena de primer nivel, lo que ayudó a mantener el flujo generoso de vinos de gran calidad, lo que siempre viene bien a una conversación deshinibida.


    Mucho antes del viaje, pensé que no podía dejar de escribir un verso alusivo al encuentro, para mantener la tradición del encuentro anterior, y esa primera noche, todavía cansado del larguísimo viaje, leí al grupo estas líneas:


En una era de atentados recurrentes,
y en un piso oscuro con forma de pasillo,
compartimos en turnos diferentes,
cosas que poco tenían de sencillo...
cosas que formaron nuestras mentes.

Ese fue nuestro colegio tan querido,
aquel que nuestros padres eligieron.
Alguno salió un tanto malherido,
otros aprendieron todo lo que oyeron,
pero experiencia hemos todos adquirido.

Al final nos fuimos todos y crecimos,
y crecimos cada uno por su lado.
No fue fácil encontrar nuevos caminos,
y pese a haber cada tanto resbalado
a una linda vida todos accedimos.

Cada uno no hizo más de lo que pudo:
Fiscal, piloto, gerente o abogado
(y muchas otras cosas no lo dudo).
La opción era nadar o hundirse ahogado.
Pararnos bien de pie… o ser felpudo.

Somos grandes, nuestras vidas ya son largas.
¡Hace mucho del colegio y sus historias!
Pero acá con los Lamolitatte Vargas,
pudimos recordar cuentos y memorias,
y cosas que para algunos aún son cargas.

Y no. No es tan fácil ser amigo ya de grande.
Y cuando a veces más de uno no se calla,
tengo miedo que este grupo se desbande.
Pienso: “Este no se da cuenta que esto estalla?”
Y rezo para que entre todos esto ande.

Porque sí: elegimos ser hermanos,
hermanos de esos que se eligen,
y con el iphone que tengo entre mis manos
compartí con todos las cosas que me afligen...
y, también, nos divertimos como enanos.

Y estoy seguro que no exageraría,
(y en esto, mis amigos, no divago)
si les digo que estoy lleno de alegría
de haber pasado un tiempo junto al lago,
descansando con ustedes estos días.

Y acá estamos de nuevo, casi todos unidos:
los pocos que fuimos, lo mucho que somos,
juntos festejando todo lo vivido.
Y aunque nuestras penas llenen muchos tomos...
¡Demos gracias por los logros adquiridos!



    Y los cuatro o cinco días volaron entre asados, caminatas, tábanos, caballos, lago… y mucha charla. En mi viaje de vuelta a Portland, no pude dejar de notar la cantidad de chinos que llenaban el Boeing 767 de American. Era ya mediados de enero 2020, y, aunque no lo supiese yo entonces, un virus había surgido en Wuhan (probablemente en el Wuhan Institute of Virology) y chinos como mis compañeros de viaje lo estaban desparramando por todo el mundo, generando una pandemia que cambiaría nuestras vidas y las de tantos otros, para siempre. Pero eso es tema para otra vez.

Comentarios

Anónimo dijo…
Un gran poeta!!
Ciertamente lo pasamos bárbaro en Galletue.

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