El Marques de Carmen de Patagones

Carmen de Patagones, Marzo 1978

Hacer campaña en la época de los militares no era simplemente pararse en una esquina y empezar a gritar slogans. Si uno no contaba con permisos adecuados, el despliegue de capas y estandartes terminaba rápidamente en una comisaría. Y pese a que mas de un zurdo contemporáneo se llena la boca hablando de una unidad de objetivos entre la TFP y el gobierno militar, la cosa no era tan así, por lo menos al principio, y ciertamente tampoco al final cuando la TFP se pronunció, muy a contrapelo de la histeria imperante, contra la invasión a las Malvinas en 1982.

De hecho, a las pocas semanas del golpe militar en marzo de 1976, llegó una orden prohibiendo la exhibición del estandarte en nuestra emblemática sede de Don Pelayo, en la tan transitada Avenida Figueroa Alcorta. Durante unos días estuvimos haciendo jugarretas varias para disimular la falta de estandarte en el caño, que cada día aparecía pintado de un color diferente, luciendo una obvia escalera de pintor adelante. Era nuestra jugarreta para que nadie suponga que la falta de estandarte se debía a cualquier razón que no fuera un problema técnico…

Pero pasado el nerviosismo e incertidumbre de los primeros meses, empezaron los contactos con militares varios para explicar que es lo que hacíamos, y la verdad es que no era difícil convencer a muchos que nuestro actuar en el campo de las ideas era importante si la guerra contra la subversión marxista iba a ser ganada. Claro que mas de uno no lo veía tan así, y estuvimos muy cerca de tener nuestro propio “desaparecido” cuando una cuadrilla, aparentemente de la marina, allanó la sede de "Covadonga" en Pacífico y al día siguiente secuestró a uno de los nuestros, Cristian Vargas, un chileno que se había instalado en Buenos Aires con la caída de Allende. Pero esa historia y sus entretelones será para algún otro día.

El hecho es que a inicios de 1978, no teníamos muchos contactos, y cuando empezamos nuestra “caravana” que nos llevaría de campaña hasta Bariloche, tuvimos que parar un par de días en Carmen de Patagones mientras tramitábamos el permiso del jefe militar de la zona de Río Negro para hacer lo nuestro.

Me acuerdo que después de un largo día de campaña en la ciudad más austral de la Provincia de Buenos Aires, fuimos todos a comer a un bolichito cerca de la plaza central. Ya era de noche, mas bien tarde, y con la excepción de un único cliente sentado en la barra, teníamos el restaurante para nosotros. Éramos ocho o nueve, todos de saco y corbata, naturalmente, que no hablábamos precisamente de fútbol. Atrás de la caja, un hombre de unos 65 o 70 años, con pelo y bigote gris obviamente nos había estado observando, y hacia el final de la comida se acerca a la mesa, se presenta como el dueño del establecimiento y se pone a conversar un poco.

Superadas las presentaciones iniciales, lo invitamos a acercar una silla más y nos ponemos a hablar de todo un poco. Como siempre, nosotros teníamos mucho que decir, siempre tan seguros de nuestra misión de Cruzados del Siglo XX, así que le contamos quienes éramos, de donde veníamos y a donde íbamos, tanto en el sentido literal como figurativo de la palabra. No tardamos mucho en apreciar que el buen hombre era un gran conversador, y no había tema del que no pudiera hablar con interés y conocimiento. Poco a poco, fue ganando protagonismo en la mesa. Terminado el postre, fuimos a buscar una botella de Benedictine y lo invitamos a tomar un licorcito.

Vale la pena notar la existencia de la botella de este licor francés como parte de nuestros “pertrechos”, para llamarlos de alguna manera. No olvidemos que éramos gente fina, y podíamos estar en Carmen de Patagones pero ciertos estándares había que mantener. Un poco como los famosos “ingleses en la India”. Así que ahí estábamos, en un boliche perdido, invitando al dueño a probar nuestro Benedictine. Este nos sorprende cuando se pone un par de anteojos y nos dice… “Veamos si es auténtico.”

La botella estaba sin abrir todavía, y el hombre miró con detenimiento la etiqueta y se tomó su tiempo con la cobertura del tapón. Satisfecho que todo parecía en orden, y obviamente disfrutando del silencio y expectativa que había generado, sacó el corcho, y en vez de ponerlo sobre la mesa lo dio vuelta y confirmó la existencia de un sellito chiquitito en la parte de abajo del mismo, con el escudo de los benedictinos. Pasada esta prueba final, nos devolvió la botella para servirla.

Entrada la noche (y pasadas las copas), nos enteramos que estábamos hablando con un marques francés, radicado en Argentina hacia ya muchos años. Aparentemente se había instalado en Mendoza primero por un tiempo y razones familiares lo habían finalmente traído a Carmen de Patagones. Si mal no recuerdo, había de por medio un mal casamiento o un hijo ilegitimo, ya no estoy seguro. También me acuerdo que, inevitablemente, en algún momento de la conversación mencionamos a Plinio Correa de Oliveira, nuestro fundador, líder, padre y profeta todo en uno. En ese preciso instante, el hombre sentado en el bar (y seguramente pasado de copas) se puso a proferir improperios.

Durante meses, la conversación con el marques de Carmen de Patagones y la reacción “demoníaca” del hombre del bar fueron objeto de nostalgia la primera y serio análisis la segunda. Se que meses después, una dupla circulando por la provincia en un viaje de recaudación de fondos fue a visitar al marques y volvieron bastante desilusionados por no ver en él todo lo que nosotros habíamos contado a la vuelta de nuestro viaje. Aparentemente era un hombre común, un poco rengo y con intereses que no iban no mucho mas allá de la parroquia y las cosas del pueblo.

Pero yo estuve ahí esa noche y quede encandilado con ese marques desconocido, que supo con su conversación y presencia llevarnos muy lejos de nuestra realidad provinciana. ¿Será que el buen vino, la noche y el Benedictine se combinaron para mostrar un lado de la personalidad de este hombre que no se lucia a la luz del sol y en el trajinar de todos los días? A veces me pregunto si el hecho que yo no tenia aun 15 años me hizo una mala jugada, y me deje impresionar por algo que no existía… a no ser en mi imaginación. Pero… ¡yo no estaba solo! ¡Había otros conmigo que dijeron ver y sentir lo mismo! Mirando para atrás, tampoco estoy muy seguro de la madurez de los adultos que me rodeaban entonces. Así que ahí quedará, el marques de Carmen de Patagones, un recuerdo de una noche que nunca conseguí aclarar o entender del todo.

Alfonso

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