Las callecitas de Buenos Aires...

Buenos Aires, 1975-1982

Realmente no me acuerdo cuándo empezó papá con su costumbre de organizarse para pasar algún tiempo solo con cada uno de nosotros. Tampoco llevé un control de qué programa hizo con cada uno de mis hermanos. Pero sí me acuerdo de la primera vez que me llevó al cine. Supongo que yo tendría 7 u 8 años. Fuimos a ver “Superman” a uno de los cines de la calle Santa Fe. Yo me sentía muy grande y orgullosa de estar sola con mi papá. Caminamos por las calles de Buenos Aires a paso rápido (algo que siempre hemos hecho, caminando juntos o cada uno por su cuenta) y papá apoyaba su mano en mi cuello para ir dirigiéndome en el tráfico de las veredas porteñas. Creo recordar que salimos desde el Juzgado (a donde siempre me gustó ir de visita, para conversar con los empleados, y ya más grande disfrutar de los cafés batidos que me preparaba la ordenanza) Mientras caminábamos me iba señalando distintos detalles de la ciudad: un farol, una columna, un friso...

Otra vez, a la salida del colegio me invitó a ver una muestra en el Centro Cultural San Martín. Se trataba de una reproducción de la tumba de Nefertiti. Habían hecho unas reproducciones de los murales de las paredes y techos y con rampas cubiertas con arena simulaban los distintos niveles del interior de la “pirámide”. Al día de hoy me acuerdo el impacto que me causó el “delineador” negro en los ojos de las esculturas y la sensación de arrastrar los pies empujando la arena, perdida la imaginación en oscuros pasillos de la tumba egipcia.

Y cuando en el Museo de Bellas Artes se expusieron obras de arte precolombino, ahí partimos los dos. Esa muestra me impactó mucho. Por un lado yo era más grande y tenía más capacidad para apreciar las piezas, y además la colección era espectacular! Sin discursos grandilocuentes (de esos que le gustan hacer a mi padre-docente de alma) me enseñó a descubrir las cosas buenas del pasado, erradicando de ese modo la soberbia de la juventud moderna que tiende a despreciarlo por el hecho de ser “pasado”. Lo que más me llamó la atención fue, sin dudas, la joyería... me pasé un rato largo mirando y analizando los aros, las peinetas y peines, las máscaras!!!! Pensar que un artesano hace tantísimos años había trabajado el oro para hacer esas filigranas... que hubo una mujer que llevó esos lindísimos aros en sus orejas... que alguna otra se sintió muy especial cuando se enroscó alrededor del cuello ese collar rígido y plano, de oro bruñido... que los peines habían sido usados para convertir una cabellera indígena en una manta de terciopelo negro y brillante... Por un rato quise ser princesa inca y poder ponerme todas esas joyas encima...

Con papá hemos ido al cine, al teatro, a museos... Pero lo más “educativo” de todo fue caminar por la calle con su mano al cuello. En nuestros traslados de un lugar a otro, por motivos prácticos, artísticos o sociales, siempre sabía encontrar cosas lindas para señalarme. Hasta en el Cementerio de la Recoleta!! Un día para festejar mi cumpleaños número 13 me invitó a comer a Clark´s, y mientras esperábamos que llegara mamá desde San Isidro, fuimos a recorrer el Cementerio. Caminábamos entre las bóvedas leyendo los nombres de las familias. Algunas eran conocidas e ilustres, otras llevaban grabado en el mármol nombres nuevos para mí. Papá me fue contando quién era quién y si conocía alguna anécdota del difunto o de alguno de su familia me lo transmitía. En ningún momento me pareció un paseo tétrico... Hay tantas cosas lindas en La Recoleta!!! Acá me hacía notar la perfección de la veta del mármol, allá el estilo Art Decó de la puerta de bronce y vidrio, más allá la calidad del vitreaux, y la ironía de los motivos religiosos en la tumba de quien se declarara agnóstico en vida... Y así mil y un detalles... Después cruzamos la calle para disfrutar de un riquísimo almuerzo.

Esos paseos con mi padre han sido un verdadero tesoro. No sólo han cimentado una relación padre-hija lindísima y fuerte, sino que en ellos mi papá me enseñó a mirar... a no pasar por la vida viendo, sino mirando. Y al mirar, descubrir... y al descubrir, admirar! Y así, me dio la mejor de las herencias posibles: la capacidad de descubrir lo bello en cualquier lugar y circunstancia... He pasado momentos muy difíciles en mi vida, en algunos de ellos pensé que me iba a quebrar. Pero al descubrir la cantidad de cosas lindas que me rodean pude alimentarme de ellas para seguir mi caminar. Mi padre me dio las herramientas para ser feliz y nunca podré agradecerle suficientemente el hecho de que me haya enseñado a mirar...

Bueno, en realidad él va a leer este artículo desde la comodidad de su escritorio y se va a dar por enterado de lo mucho que disfruté esos paseos por las callecitas de Buenos Aires. Gracias Pa!!!

Dolores

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