Mi Primer Viaje a San Pablo
San Pablo, Marzo 1972
Cualquier miembro de la TFP que se preciaba de tal no podía dejar de ir a San Pablo, Brasil, al menos una vez al año. Ahí era donde vivía el Dr. Plinio Correa de Oliveira (derecha), fundador de la TFP, pero más importante aún, fundador de “la familia de almas” que tenía en la TFP su manifestación más evidente. Papá iba a Brasil seguido, y en marzo de 1972 me llevó en el primero de muchos viajes que se seguirían hasta el día que finalmente dejé el grupo.
Me acuerdo que fuimos en aliscafo hasta Uruguay, y de ahí en colectivo hasta San Pablo. Yo naturalmente estaba encantado con el viaje, y, para variar, me sentía muy grande e importante. Una carta que mamá todavía conserva, escrita por mí y dirigida a ella “y a los chicos” (refiriéndome a mis demás hermanos) muestra que con mis escasos ocho años yo ya me creía mucho mayor que ellos.
Mis recuerdos de ese primer viaje son mas bien escasos. Al principio me quedé con papá en la sede de “San Milas”, que era una sede especialmente convertida en dormitorios para los que venían de afuera. En el fondo de “San Milas” estaba el auditorio donde el Dr. Plinio hacía sus reuniones nocturnas, conocidas durante muchos años como el “Santo del Día”. Parece que el origen de la reunión había sido efectivamente comentar la vida del santo cuya fiesta se celebraba en el santoral ese día, pero con el pasar de los años la costumbre se dejó y el Dr. Plinio hablaba de cualquier cosa.
Este señor siempre fue una criatura nocturna, y las reuniones empezaban tarde, por lo que naturalmente yo dormía como un lirón en la silla del auditorio y captaba poco de lo que pasaba. Sí me acuerdo que en la pared de entrada de la sala, había un agujero, y apostado en el agujero, arma en mano y mirando la entrada, había un miembro del grupo de guardia. No olvidemos que era la época del terrorismo, y poco antes o poco después un artefacto explosivo había destruido parte de una sede a menos de cien metros del auditorio.
También me acuerdo que papá consiguió que un tal Gustavo Solimeo se ocupara de mí durante el día. Algo que descubrí en ese primer viaje y lo confirmé en sucesivas visitas a San Pablo, es que precisamente porque el Dr. Plinio prefería vivir de noche, nada o muy poco pasaba en las casas de la TFP durante la mañana. Obviamente todos estaban durmiendo. Así que yo con mis horarios de chico no tenía mucho que hacer, y me quedaba en una oficinita que Gustavo Solimeo tenía donde hacía algún tipo de trabajo administrativo.
El almuerzo era en otra casa o sede llamada “El Sagres”, en honor de la escuela de navegación de Enrique el Navegante. Ahí entré por primera vez en contacto con un plato que siempre encontraría en las sedes de la TFP Brasileña: el “feijoao”. Estos porotos marrón oscuros, cocinados en un agua parda que se desparramaban arriba de cantidades ilimitadas de arroz, me causaron rechazo del primer momento. Siempre en mesas enormes para alimentar gran número de personas, venían primero las bandejas metálicas con arroz, seguidas de unas soperas también metálicas con el contenido marrón. Como broche de oro (e igualmente escaso...) venía lo que yo consideraba comida, sea un pedacito insignificante de carne, o alguna croqueta de verdura o algo más. Durante muchos años, hasta que estuve en condiciones de ir a algún restaurant por mi propia cuenta, yo pensaba que todo el mundo en Brasil comía así, lo que no me gustaba nada.
Me disgustaba tanto que simplemente dejé de comer esta combinación ingrata de arroz y “feijoao”. Y sea porque Gustavo Solimeo no quería que me muriera de hambre, o porque no sabían como tratar a un chico malcriado de 8 años, el hecho es que cada vez que iba al Sagres a almorzar me esperaban dos huevos fritos que yo ponía arriba del arroz y comía alegremente. Esa fue mi dieta durante el mes que estuve en San Pablo. Supongo que ningún médico se asombró cuando de vuelta en Argentina me dio un ataque de hepatitis ya que a mi hígado no le hizo ningún bien la monótona dieta.
El viaje no terminó sin las infaltables palabras en privado con el Dr. Plinio, que también fue una costumbre que me acompañó hasta el final de mi vida en el grupo. Me acuerdo que le pedí unas “dedicatorias” (saludos escritos en una foto) para tener de recuerdo. Una frase escrita bajo una foto de Mater Boni Consilii (izquierda) la tuve enmarcada en mi cuarto durante muchos años, y ya no me acuerdo como la perdí. Otras dos, en fotos blanco y negro del Dr. Plinio fueron quemadas muchos años más tarde cuando el Dr. Edivaldo fue mandado desde San Pablo a Buenos Aires para destruir fotos o documentos supuestamente incriminatorios como defensa previa a un eventual ataque periodístico o legal contra la TFP. Algún otro día comentaré como la caldera de Don Pelayo, nuestra sede en Figueroa Alcorta al 3600, quemó durante varios días y noches todo tipo de papeles. Pero eso irá alguna otra vez.
Papá se quedaba en San Pablo algunos días más, por lo que me acompañaron de vuelta a Buenos Airea Armando Montesinos y José Antonio Ureta, ambos chilenos. El primero se haría tristemente famoso dentro del grupo por haber desteñido accidentalmente la pintura de la imagen peregrina de Nuestra Señora de Fátima. De este accidente, el “desbotamento” como sería llamado internamente, se tejieron todo tipo de teorías relacionadas con nuestra falta de fidelidad “a la causa”. Eventualmente la imagen – o la sagrada imagen como se la llamaba en el grupo – fue pintada nuevamente y hoy por hoy ya han hecho tantas reproducciones de la misma que vaya a saber donde está la original.
Al segundo, José Antonio Ureta, me lo cruzaría en San Pablo y Suráfrica años más tarde. Que yo sepa, vive en Francia ahora con una de las facciones que se crearon después de la muerte de Plinio y ha escrito un libro explicando porque a la TFP nunca le gustó la misa “nueva”. La verdad que no sé a quien quiso convencer con ese libro que nunca leí, pero yo con mis ocho años ya sabia perfectamente que la misa nueva tenía “sabor de herejía” y sólo entrábamos para comulgar al final. Y las misas que se celebraban en la TFP eran todas “San Pío V”y y fuera de San Pablo sólo íbamos a misa el domingo si había alguna misa maronita, ucraniana o tridentina.
Alfonso

Me acuerdo que fuimos en aliscafo hasta Uruguay, y de ahí en colectivo hasta San Pablo. Yo naturalmente estaba encantado con el viaje, y, para variar, me sentía muy grande e importante. Una carta que mamá todavía conserva, escrita por mí y dirigida a ella “y a los chicos” (refiriéndome a mis demás hermanos) muestra que con mis escasos ocho años yo ya me creía mucho mayor que ellos.
Mis recuerdos de ese primer viaje son mas bien escasos. Al principio me quedé con papá en la sede de “San Milas”, que era una sede especialmente convertida en dormitorios para los que venían de afuera. En el fondo de “San Milas” estaba el auditorio donde el Dr. Plinio hacía sus reuniones nocturnas, conocidas durante muchos años como el “Santo del Día”. Parece que el origen de la reunión había sido efectivamente comentar la vida del santo cuya fiesta se celebraba en el santoral ese día, pero con el pasar de los años la costumbre se dejó y el Dr. Plinio hablaba de cualquier cosa.
Este señor siempre fue una criatura nocturna, y las reuniones empezaban tarde, por lo que naturalmente yo dormía como un lirón en la silla del auditorio y captaba poco de lo que pasaba. Sí me acuerdo que en la pared de entrada de la sala, había un agujero, y apostado en el agujero, arma en mano y mirando la entrada, había un miembro del grupo de guardia. No olvidemos que era la época del terrorismo, y poco antes o poco después un artefacto explosivo había destruido parte de una sede a menos de cien metros del auditorio.
También me acuerdo que papá consiguió que un tal Gustavo Solimeo se ocupara de mí durante el día. Algo que descubrí en ese primer viaje y lo confirmé en sucesivas visitas a San Pablo, es que precisamente porque el Dr. Plinio prefería vivir de noche, nada o muy poco pasaba en las casas de la TFP durante la mañana. Obviamente todos estaban durmiendo. Así que yo con mis horarios de chico no tenía mucho que hacer, y me quedaba en una oficinita que Gustavo Solimeo tenía donde hacía algún tipo de trabajo administrativo.
El almuerzo era en otra casa o sede llamada “El Sagres”, en honor de la escuela de navegación de Enrique el Navegante. Ahí entré por primera vez en contacto con un plato que siempre encontraría en las sedes de la TFP Brasileña: el “feijoao”. Estos porotos marrón oscuros, cocinados en un agua parda que se desparramaban arriba de cantidades ilimitadas de arroz, me causaron rechazo del primer momento. Siempre en mesas enormes para alimentar gran número de personas, venían primero las bandejas metálicas con arroz, seguidas de unas soperas también metálicas con el contenido marrón. Como broche de oro (e igualmente escaso...) venía lo que yo consideraba comida, sea un pedacito insignificante de carne, o alguna croqueta de verdura o algo más. Durante muchos años, hasta que estuve en condiciones de ir a algún restaurant por mi propia cuenta, yo pensaba que todo el mundo en Brasil comía así, lo que no me gustaba nada.
Me disgustaba tanto que simplemente dejé de comer esta combinación ingrata de arroz y “feijoao”. Y sea porque Gustavo Solimeo no quería que me muriera de hambre, o porque no sabían como tratar a un chico malcriado de 8 años, el hecho es que cada vez que iba al Sagres a almorzar me esperaban dos huevos fritos que yo ponía arriba del arroz y comía alegremente. Esa fue mi dieta durante el mes que estuve en San Pablo. Supongo que ningún médico se asombró cuando de vuelta en Argentina me dio un ataque de hepatitis ya que a mi hígado no le hizo ningún bien la monótona dieta.

Papá se quedaba en San Pablo algunos días más, por lo que me acompañaron de vuelta a Buenos Airea Armando Montesinos y José Antonio Ureta, ambos chilenos. El primero se haría tristemente famoso dentro del grupo por haber desteñido accidentalmente la pintura de la imagen peregrina de Nuestra Señora de Fátima. De este accidente, el “desbotamento” como sería llamado internamente, se tejieron todo tipo de teorías relacionadas con nuestra falta de fidelidad “a la causa”. Eventualmente la imagen – o la sagrada imagen como se la llamaba en el grupo – fue pintada nuevamente y hoy por hoy ya han hecho tantas reproducciones de la misma que vaya a saber donde está la original.
Al segundo, José Antonio Ureta, me lo cruzaría en San Pablo y Suráfrica años más tarde. Que yo sepa, vive en Francia ahora con una de las facciones que se crearon después de la muerte de Plinio y ha escrito un libro explicando porque a la TFP nunca le gustó la misa “nueva”. La verdad que no sé a quien quiso convencer con ese libro que nunca leí, pero yo con mis ocho años ya sabia perfectamente que la misa nueva tenía “sabor de herejía” y sólo entrábamos para comulgar al final. Y las misas que se celebraban en la TFP eran todas “San Pío V”y y fuera de San Pablo sólo íbamos a misa el domingo si había alguna misa maronita, ucraniana o tridentina.
Alfonso
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