Tres Meses al Servicio de Tatton en Texas

San Antonio, Texas, 1981

Ya hacía algunos meses que me encontraba instalado en el Estate, una espectacular propiedad de 52 hectáreas en el Condado de Westchester, Nueva York. Desde Agosto de 1978 que papá se ocupaba de la administración de la propiedad, y cuando mi ciclo en Argentina llegó a su fin, encaminé para el Estate para encontrar un lugar en la TFP norteamericana. Que conste que yo no hablaba una palabra de inglés y que entre los miembros del grupo en Estados Unidos había de todo un poco. Tal vez escriba más adelante sobre algunos de estos personajes...

Este grupo que oscilaba entre 50 y 75 personas era dirigido por Luiz Antonio Fragelli, un brasilero, que pese a estar casado y con numerosa progenie, se las ingeniaba para dedicarse de manera exclusiva a la conducción de la TFP americana. Fue Fragelli el que un día se me acercó en alguna de las salas de la espléndida mansión que llamábamos la Main House, y me preguntó si podía contar conmigo para llevar a cabo una misión muy importante para la TFP (y por ende para su fundador, el Dr. Plinio Correa de Oliveira). Era obvio que cualquier miembro del grupo que se precie no se negaba a este tipo de pedido, así que en pocos segundos contaba con mi exclusiva atención. Pero antes tendré que hacer una pequeña digresión y contar algunas cosas previas.

No era secreto para nadie que la magnífica propiedad en la que vivíamos había sido comprada a comienzo de 1978 por la Sra. Virginia Tatton, una señora tejana a cuyas manos había llegado el libro “Revolución y Contra-Revolución”, escrito por el Dr. Plinio si no me equivoco en 1959. De la lectura del libro le surgió un interés por conocer al autor y su obra, y de allí nació una amistad que la llevó a convertirse – ella misma, a su hijo John y sobrino “Mr. Bramann” – en la principal financista de la TFP Americana primero y más tarde a la expansión del grupo en varios países del mundo.

Todo esto yo ya lo sabía, ya que Tío Cosmín había participado en el asesoramiento legal relacionado con la compra de la propiedad, valuada en aquel entonces en $2.7 millones de dólares. Y fue Tío Cosmín que insistió en que papá emigre a los Estados Unidos para ocuparse del mantenimiento de la propiedad a cambio de que la TFP Americana mantuviese económicamente a mi familia. Un arreglo que vino muy bien, ya que la situación financiera de nuestra familia en Argentina a fines de 1977 no era de la mejor.

Pero volviendo al tema de los Tatton, así como no era secreto alguno que la TFP Americana vivía en aquel entonces gracias a la generosidad de esa familia, tampoco era secreto que John, hijo de Virginia, era un hombre con inquietudes intelectuales que muchas veces lo llevaban a hablar de temas para los que no estaba muy bien preparado. Mr. Tatton (como se lo llamaba) parecía pensar que su dinero le compraría una audiencia interesada en sus elucubraciones, y el trabajo de Fragelli era asegurarse que así lo fuera. Así era como, cada vez que Mr. Tatton nos visitaba en el Estate, se organizaban reuniones para que algunos selectos miembros del grupo oyesen sus teorías y le diesen una plataforma para expandir sus inquietudes.

Pero además de esta relación “institucional”, por llamarla de alguna manera, yo también tenía con Mr. Tatton una relación más familiar. Cada vez que él visitaba el Estate, también era invitado a comer a casa donde fumaba sus habanos y se tomaba un vaso de whisky, entreteniéndola a mamá con cuentos de su vida, o hablando sobre su mujer “Miss Ann” o sus hijos James, Andrew, Charles y otros que no me acuerdo los nombres.

Volviendo ahora a la conversación con Fragelli, él me cuenta que Mr. Tatton había insistido que era muy importante para la TFP Americana tuviera una sede en Texas, ya que Tatton veía a su estado natal como un punto de inflexión muy importante en la lucha entre el bien y el mal, ya que combinaba parte del espíritu americano con el elemento mejicano. Justamente ahí se estaba librando una lucha por el alma de los “chicanos”, con influencia de teología de liberación con acciones preternaturales sobre los Tex-Mex, bla, bla, bla... No se si queda claro de que estuve hablando cuando hice referencia a ciertas elucubraciones intelectuales de difícil entendimiento, aún para mí que vivía en ese mundo.

Con la única misión de contentar a Tatton (¡él era, después de todo, el que pagaba las cuentas!), ya teníamos una casa en San Antonio, TX, y ahí estaban basados Juliernes Manzi, un brasilero que había sido bautizado con parte del nombre de la madre (Julia) y del padre (Ernesto) y Bolívar Plaza, un ecuatoriano. Pero Bolívar Plaza parecía estar teniendo algunos problemas nerviosos (algo muy común, como veremos tal vez en algún otro episodio...) y había que sacarlo de Texas. ¿Podía ir yo a acompañarlo a Juliernes y darle bolilla a Tatton?

La respuesta no sólo fue la esperada, sino que realmente me interesaba el plan. Estaría viviendo lejos de la politiquería típica de todo grupo cerrado en si mismo, y de paso cañazo tendría la oportunidad de conocer un lugar más. Así que a los pocos días estaba arriba de un avión de Delta Airlines, que previa escala de emergencia en Atlanta (camiones de bomberos en la pista y todo...) me llevó a San Antonio.

San Antonio es (o era, no sé) una ciudad muy simpática, cuya característica principal es un río que cruza por el centro creando un área fresca y agradable, y el famoso El Alamo (izquierda) donde los americanos con David Crockett fueron masacrados por las tropas del General Santa Ana en el siglo XIX. En esa ciudad alquilábamos el piso de arriba de una casa en uno de los suburbios. Con tal mala suerte que estaba justo al lado de una estación de bomberos. Vivir al lado de una estación de bomberos me enseñó varias cosas.

Primero aprendí que los bomberos no prendían las sirenas hasta que estaban en la avenida principal más cercana, por lo que no hacían tanto ruido cerca de casa. Lo malo era que no podían desconectar una chicharra que hacía ruido cada vez que los camiones volvían de sus escapadas y ponían marcha atrás para estacionar en la estación. Eso me despertaba cada vez que pasaba. Nunca pude acostumbrarme (y me pregunto ahora si no habrán sido parte del colapso nervioso de Bolívar Plaza...).

También aprendí que vivir en una ciudad rodeada de cuatro bases de la Fuerza Aérea, que albergaban parte del Strategic Air Command que en aquel entonces usaba los B-52 para tirar las bombas atómicas que fueran necesarias sobre el “Evil Empire” (no nos olvidemos que era la época de Reagan), quería decir que con cierta frecuencia la estación de bomberos practicaba el uso de la sirena que en teoría nos daría suficiente aviso de que los misiles rusos estaban llegando para llover sobre la ciudad sus ojivas nucleares. Esta sirena estaba en la punta de un caño bastante alto, justamente entre la estación de bomberos y nuestra casa, y la verdad sea dicha nunca oí una sirena tan fuerte como esta. Empezaba en una nota bastante baja, e iba subiendo hasta que finalmente no se podía hablar mas y había que esperar que terminase para volver a hacer lo que unos estuviera haciendo.

Sirenas aparte, mis tres meses en San Antonio fueron muy agradables. Naturalmente viajábamos con frecuencia al campo de Tatton cerca de Refugio, TX para oír sus elucubraciones sobre Thomas Merton o Ghandi y tratar de hacer preguntas que dieran la impresión que uno estaba entendiendo algo de lo que estaba oyendo. Pero por lo visto, sea por mi juventud o mi falta de entusiasmo, pronto quede excluido de estas conversaciones en su escritorio con extensa biblioteca, y me dedicaba a conversar y pasear por el campo con sus tres hijos varones que mencioné más arriba.

La verdad sea dicha, el refrán “de tal palo tal astilla” es muy verdadero, y todavía me acuerdo de James mostrándome una quemadura en el piso de madera de una casa del campo con forma de cara de demonio. No me acuerdo bien que quería decir la presencia de esta cara infernal en el piso, pero seguro que tenía un significado importantísimo.

Hablando de caras de demonios, me vienen a la memoria dos cuentos más, uno relacionado con Tatton y otro no. Tatton estaba tan convencido de su importancia en la lucha “trans-eférica” entre el bien y el mal, que nos mostró una foto satelital de uno de los muchos huracanes que azotan las costas de Texas cerca de su “ranch” en la que claramente – según él – se veía que el huracán circular tenía forma de cabeza de demonio y se dirigía con fauces abiertas hacia su campo. Seguramente algún exorcismo de último momento lo salvó de perder todo en boca de este infernal enemigo.

El otro episodio ocurrió en el Estate en Nueva York. La mansión adquirida por la TFP había estado abandonada por muchos años. Uno de los salones parecía haber sido, por sus dimensiones, una sala de baile. Naturalmente nunca gozó de ese uso durante nuestra administración, y sirvió de comedor y capilla. En uno de los lados de este gran salón, había una chimenea de tamaño tal que una persona podía entrar parada adentro. Bueno, al poco tiempo de tomar posesión de la casa, y a medida que los fríos del otoño empezaron a mostrarse, organizaron una comida y prendieron la gran chimenea. Para consternación de los presentes (yo todavía estaba en Argentina, por lo que oí el cuento de segunda mano), a medida que el fuego y el calor empezaron a limpiar el hollín de la chimenea, la cara de un demonio surgió de entre las llamas, y con sonrisa burlona miraba a los presentes. Naturalmente, esto no se podía permitir, y con barras y otros instrumentos algunos de los presentes entablaron una lucha con el espíritu del mal y destrozaron un reflector de metal que estaba instalado desde 1920 en la gran chimenea para calentar mejor el salón.

Termino estos recuerdos de San Antonio diciendo que mientras Juliernes tomaba clases de piloto con un ex oficial de la fuerza aérea iraní yo me leí un montón de libros de la biblioteca pública (todavía en castellano...), compré una carabina .22, adquirí en gusto por los juegos de estrategia, aprendí mucho inglés gracias al esfuerzo de Juliernes que me enseño mucho e interactuar con varios americanos. Visité Dallas y leí por primera vez sobre el asesinato de JFK y la “Magic Bullet”, fui a la frontera de Méjico dos veces y a varios “Air Shows”. Como todas las cosas, esta también llegó a su fin. Después de tres o cuatro meses (no me acuerdo bien) volví a Nueva York ya que por lo visto los intereses de Tatton fueron en otra dirección y la sede fue cerrada para siempre.

Años después se reflotó la idea de mandarme a Texas a abrir una sede nuevamente, esta vez con un brasilero llamado Celso Luiz Da Costa. Pero en un viaje exploratorio que Celso Luiz hizo al campo de Tatton, con el objetivo de conocerse mutuamente y determinar si Celso podía llenar los zapatos de Juliernes, Tatton descubrió que Celso era un enviado de los platos voladores, cuya misión era infiltrar (y probablemente infectar) la TFP Americana. Lo echó de Texas y de Estados Unidos. Obvio que Fragelli no le hizo caso, y cada vez que Tatton venía al Estate, Celso Luiz se tenía que esconder de su vista. Lo veo al día de hoy, con su cara flaca y pelo negro, asomándose por una ventanita de la “Winter House” (una de las muchas casas de aquel magnífico Estate que ya fue demolido y parcelado) preguntando si Tatton ya se había ido para poder salir a caminar y no arriesgar un encuentro con nuestro interesante benefactor.

Alfonso

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