Extraño el Viento

Puerto Trinidad, 2001

Me siento, con una taza de té en la mano, a recordar cómo era vivir en Puerto Trinidad. A raíz de unos comentarios y artículos de los blogs recordaba estos días aquellos momentos pasados en Berazategui. Qué gentuza puebla los municipios bonaerenses!!! Pero de todas maneras ninguno de ellos me puede quitar del alma la enorme satisfacción que experimenté durante el año que viví en ese lindísimo lugar.

Una de las cosas que más extraño es el viento... es sorprendente, pero al poco tiempo de llegar a Estados Unidos me entró la necesidad de poner algunas notas en un cuaderno, con la intención de transformarlas en un libro... Extraño el viento... fue lo primero que me vino a la mente cuando pensé en Puerto Trinidad... Extraño el viento... y es de verdad.. Durante un año el viento fue mi mejor vecino...La mayoría de las veces era un compañero muy agradable. Pero a veces se enojaba y soplaba fuerte y violento. Una vez empezamos a ver volar por el aire objetos perteneciente a las casas de los vecinos, e incluso una escalera de madera (dejada por los obreros que construyeron nuestra casa y realmente muuuuy pesada) que teníamos apoyada al costado de la casa. Fue impresionante!

Todos los días soplaba algo de viento: ya fuera una brisa suave y tierna o un furibundo Pampero. Y el viento movía los pastizales de los lotes vecinos rítmicamente y en la misma dirección. Lavar los platos mirando por la ventana al caer el sol era como asomarse a un cuadro de Van Gogh!! Y al salir afuera inevitablemente cerraba los ojos y sonreía al sentir el viento sobre mi piel, despues protestaba un poco cuando me revolvía el pelo y no me dejaba ver... pero mi primera reacción siempre era de bienvenida!! El viento llegaba a mí, me acariciaba, me abrazaba y yo lo recibía gozoza... Ese mismo gozo lo veía pintado en el rostro de mi hijo Alfonso (foto), que en ese momento tenía un año, más o menos... cerraba los ojitos, levantaba la cara al viento y sonreía!! A él el pelo no le molestaba, y a mi se me derretía el corazón al ver el mechón de la frente levantarse con el viento... parecía la pluma de un indiecito rubio de escasos centímetros de altura que, paradito en medio del pasto verde, oteaba el horizonte...

En invierno el viento era gélido! te hacía parpadear y lagrimear y se metía por todas las rendijas de la ropa como buscando un poco de calor. Cómo nos alegrábamos, al entrar en la casa, de haber invertido una pequeña fortuna en ventanas y puertas de alta tecnología y vidrios dobles!!!! No había ni un chiflete dentro de la casa!!! De noche, veíamos pasar a los guardias y salíamos a saludarlos. Los pobres hombres se pasaban la noche entera caminando por el campo, y nos decían: "si no camino, me congelo!" Algunas noches me envolvía en una frazada y salíamos con Alfonso a caminar por el jardín y lotes aledaños. Llevábamos en la mano una copita con algún licor potente para contrarrestar el frío de la noche. Pero en las noches de invierno, en el cielo negro renegrido, las estrellas brillaban más que nunca. La oscuridad era total y yo me acurrucaba, copa en mano, junto a mi marido. Y soñábamos juntos con el futuro del proyecto y los cambios que veíamos venir. Mantuvimos la esperanza hasta el final... hasta que la realidad se impuso dura y cruel... pero eso es para otro artículo... Ahora estoy disfrutando con los recuerdos del viento invernal...

El viento llegó a contarme sus secretos y me enseñó a anticipar los cambios climáticos. Dependiendo del camino que tomara para llegar a casa, yo sabía si venía seguido de nubes y lluvia o si anticipaba un calor seco y matador. Realmente aprendí a descubrir qué iba a ocurrir de sólo observar el viento, sentir el aire y mirar alrededor... Cuando venía la tormenta, la escuchábamos acercarse desde varios kilómetros antes de llegar a casa... el ruido de los truenos era transportado por el viento que me lo traía para que me pudiera preparar.

Los pájaros acostumbraban jugar con el viento. Y volaban esforzadamente para colocarse en un buen ángulo para luego dejarse llevar y planear libres por el cielo. Subían y bajaban, iban solos o con otros pájaros, como si fueran chicos que habían salido a jugar. Los más juguetones eran los gorriones y los pajaritos chiquitos de colores. Llos patos, formados para el viaje, aprovechaban el impulso del viento que los ayudaba en el viaje.

Definitavemente, extraño el viento.......

Dolores

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