Guaia

San Isidro, mayo de 1986

Hoy estaba en la sala de espera del laboratorio de rayos X cuando empecé a recordar a mi abuela. Inmediatamente sonreí y empecé a reírme bajito. Es que mi abuela fue una mujer fabulosa y solo recordarla me pone contenta y de buen humor. Cómo me gustaría que estuviera conmigo ahora... Era una excelente compañía...

Se llamaba María Cristina Castro Cranwell, pero los nietos le decíamos “Guaia” y los demás “Vogele”. Nunca escuché que alguien se refiriera a ella con su nombre verdadero. Era alta, muy flaca, de nariz grande y pelo negro. Elegantísima... la mujer más elegante que he visto en mi vida. Cualquier cosa que se pusiera le caía bien. Y al mismo tiempo era la mujer menos snob y más “normal” del mundo. Nunca una arruga, nunca un pelo fuera de lugar, siempre con pollera impecable... y una carcajada espontánea, fuerte, real que te contagiaba (recordando este detalle caí en la cuenta de que mi mamá se ríe igual que ella... y es una risa muy linda... fuerte y real!)

Unos profesores de la Universidad de Navarra, amigos de la familia, que pasaban todos los años por Buenos Aires y en su paso comían en casa de mis abuelos, me decían que cuando la conocieron en Pamplona mi abuela era la “sensación de la clínica” (mi tío era estudiante de la Universidad cuando se enfermó gravemente y mis abuelos viajaron para acompañar al paciente y a mi mamá que vivía con él). Me decían que le gustaba contar buenos chistes y cantar tangos... que era la mujer más divertida de los alrededores. Lamentablemente no conocí esa faceta de su personalidad, nunca la escuché cantar tangos... pero su buen humor era notorio. Recuerdo cuando se enfermó de cáncer y le hicieron los tratamientos de quimioterapia correspondientes, se le cayó el pelo. Y, obviamente, se compró una linda peluca (nunca la vi sin la peluca!). Un día volvían del centro en el auto con mi abuelo, cuando tuvieron que frenar en seco para evitar un accidente. Por la inercia los dos se sacudieron para adelante, y la peluca salió volando! Se miraron y mi abuelo le dijo “parecès un bonzo!” y estallaron en carcajadas los dos... Esto lo contaba ella sin ningún problema... Reír era algo que le salía fácilmente.

Al mismo tiempo la recuerdo medio cascarrabias conmigo y mis hermanos. En su momento pensaba que era poco simpática. Ahora, pasados los años, pienso que tomar el té todos los días y pasar la tarde en una casa con 10 niños, no es una tarea fácil!! Y es que durante los primeros 17 años de mi vida pude estar con mi abuela, casi todos los días...Si bien no era muy demostrativa, tenía sus hijos y nietos favoritos y con ellos hacía grandes despliegues de ternura. A veces los demás protestábamos un poco... pero no demasiado. Yo nunca me sentí injustamente tratada... una vez que aceptabas que los más lindos eran los favoritos, podías recibir de ella muchísimo cariño y era más que suficiente. Me acuerdo que todos los días después de Misa nos reuníamos en su casa. Los grandes tomaban wiskey y los chicos conversábamos un poco, mirábamos tele o dábamos vueltas por la casa (recibiendo retos si tocábamos los adornos). Al llegar mi tío Pablo desalojábamos el sofá. Porque Guaia se sentaba en una punta y Pablo se recostaba en el sillón apoyando su cabeza en la falda de mi abuela. Ella con el vaso en una mano, le acariciaba la frente con la otra. Hasta que llegaba mi tía María y le decía “a ver Nene si te corrés que ya estás grande!!”.

Su casa no olía a viejo. Tenía muchas antigüedades, cosas realmente lindas, pero puestas en una casa de diseño moderno y combinadas con un exquisito buen gusto. Los sillones del living eran de estilo contemporáneo, de cuero marrón oscuro. A los costados había dos mueblecitos secreter ingleses antiguos muuuuy lindos. Sobre una mesa junto a la ventana (toda la pared del living y del comedor eran ventanales al jardín) había una imagen de la Virgen Dolorosa comprada en alguno de sus múltiples viajes a Europa, vestida de terciopelo negro, con corona de plata y el corazón atravesado por la espada de plata también. Después de ver otras casa de personas mayores (la de mi tìa Rubia por ejemplo... pero eso es otro capìtulo), aprecié mejor el estilo de su casa. Las cosas que se rompían eran arregladas o se tiraban, los tapizados se cambiaban, las cortinas iban religiosamente a la tintorería una o dos veces al año, los adornos de plata y bronce siempre estaban brillantes, el baño era moderno y funcional... Había mucha luz y olor a cera y flores. (En la foto, en la casa de Guaia, de izquierda a derecha Ana, Magdalena y yo).

Cuando Guaio se iba de retiro o de viaje, las tres primas de la misma edad (Micaela, Mercedes y yo) pedíamos quedarnos a dormir con ella... nos divertíamos muchísimo. Revisábamos su ropero, nos probábamos sus zapatos y le decíamos a cada rato “Guaia, cuando te mueras me dejas estas botas para mí?”. A ella le encantaba contarnos cómo había conocido a nuestro abuelo y mostrarnos el agujero en el cráneo que le había quedado después de un accidente de auto aquél día. Llegaba la hora de irnos a dormir y a mi me mandaban al sofá del living “porque vos pateas mucho dormida”. Yo encantada... el sofá era comodísimo y siempre me daba una manta de piel color beige que era toda suavecita... era re lindo sentir el peso de la manta (no tengo idea de qué animal provenía la piel) y la suavidad de los pelitos...

Ella era mi proveedora de novelas de Ágatha Christy y cuando iba a buscar algún libro nuevo y a devolver el terminado no era raro encontrarla rezando el Rosario, sentada en el sillón de su cuarto o con la manicura que le “hacía las manos”. Me retaba si me veía comer mucho y metió en la cabeza de todas las mujeres de la familia que “no se puede ser feliz si uno es gordo!!” Jajajajaja... Algunas hoy siguen sus consejos y lo lucen con más o menos éxito... otras hemos hecho caso omiso de sus consejos y seguimos desayunando algo más que dos galletitas con miel y un café con leche sin azúcar.

Es imposible poner todos mis recuerdos en un solo artículo... Son diecisiete años de mi vida... Pero el final de su vida fue lindísimo y merece ser recordado. Después de mucho pelear el cáncer ganó la partida. Y Guaia empezó a agonizar. Un día al salir de una clase en la Universidad encontré a una de las chicas de la Residencia donde yo vivía. Me acompañó hasta la casa de mis abuelos (a una hora o más de la Universidad). Ahì mamá y María la habían vestido, maquillado y colocado en su cama. Micky y Mercedes (mis tías, nueras de Guaia) Habían tejido una guirnalda de violetas, su flor favorita, y la habían enroscado en la cabecera de la cama. La cama estaba lindísima y mi abuela descansaba en paz. Sabía que llegaba su momento final y le había hecho jurar a sus hijas que la iban a maquillar para no tener “ese color amarillo verdoso típico de los muertos”. Había dado el paso a la Vida definitiva, al lado de sus hijas... Estaba tan linda, con sus manos finas y cuidadas cruzadas, sosteniendo su rosario... No me separé de la cama ni un momento... Fue un desfile de cientos de amigos, curas conocidos, parientes y vecinos. El párroco de la iglesia lloraba como un niño, la cocinera no tenía consuelo, los nietos.. ni qué hablar! Esa noche fui a dormir a casa de Mariquita (la verdad es que no sé por qué no fui a casa de papá y mamá que era al lado). Y me decían “cómo vamos a extrañar la melodía del rezo del Rosario que cada noche se oía a través de la ventana cuando tu abuelo lavaba los platos y tu abuela los secaba y guardaba, con la ventana abierta en verano...”

Ella vivía para mi abuelo y él para ella... Al volver del Cementerio, nos reunimos en la casa de María y ahí mi abuelo se sentó en un sillón. Yo me puse a sus pies, con la cabeza sobre sus rodillas. En un momento me dijo “Lola, yo ya no tengo nada que hacer en esta vida... tenía que cuidar a mis hijos y ellos ya son grandes y están bien instalados... tenía que cuidar a tu abuela y ella ya se fue al Cielo”. Protesté ante sus afirmaciones... Pero un año y medio después se reunieron los dos en el Cielo para seguir desde allí los avatares de la familia y del país.

Geeezzz, cómo los extraño!!!!

Dolores

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