Juegos y Travesuras

Buenos Aires, 1973

Los que hayan leído estos recuerdos ya sabrán (o podrán suponer) que mis hermanos y yo no tuvimos una niñez común, si es que tal cosa existe. El estilo de vida generado por la ideología de la TFP y la visión que esta tenia del mundo determinaron muchas opciones que nuestros padres hicieron por nosotros en aquel entonces. Con el pasar del tiempo, cada uno habrá decantado, estoy seguro, su apreciación de hasta que punto estas opciones en particular fueron positivas o negativas en nuestras vidas, y al que le guste barajar hipótesis se podría divertir durante años soñando vidas que hubieran sido posibles si las cosas hubieran sido distintas.

Pero la vida no es un sueño (¡aunque Calderón de la Barca opine lo contrario!), sino un yunque muy real en el que vamos forjando nuestra personalidad. Yo creo que no seriamos nosotros mismos si no hubiéramos tenido la vida que tuvimos. Como me decía Tata, él seria muy distinto si un grupo de gitanos lo hubieran secuestrado de chiquito y puesto a trabajar en un circo. No hay genética o temperamento que pueda aislarnos de la realidad de nuestra educación. Y esta en nosotros combinar todos estos factores y hacer lo mejor posible con las cartas que “la vida” – para no herir las sensibilidades de los que no quieren hablar de la Providencia, pero para este caso es lo mismo – nos fue y va dando.

De mi parte, si la TFP fuera la banda de gitanos que me secuestro de chico, es innegable que han moldeado de alguna manera mi personalidad. Pero también es verdad que me escape del circo (para seguir la analogía…) y que puedo mirar para atrás y divertirme con el show. Sin rencores, rescatando lo positivo y mirando para adelante.

Pero volviendo a nuestra infancia, seriamos chicos serios, pendientes del cataclismo universal que destruiría la Revolución gnóstica e igualitaria, usaríamos corbata y gomina Chesterfield, e iríamos a un colegio sui-generis… pero seguíamos siendo chicos. Como tales jugábamos cuando podíamos y hacíamos travesuras cuando pensábamos que nos saldríamos con la nuestra. Acá van algunos recuerdos sorteaditos…

Juego de Grandes: Me acuerdo que papá y mamá compraban una revista semanal coleccionable, la Geografía Universal Ilustrada. Los cuatro nos encerrábamos en un cuarto de nuestro departamento en la calle Araoz a jugar el Juego de Grandes. El juego consistía en que cada uno elegía un personaje de la revista para si, y acto seguido, usando fotos de distintos lugares del mundo como inspiración, empezábamos a vivir y representar un cuento, donde todos éramos narradores y actores a la vez. No se cómo nos pasábamos horas en esto. ¡Divertidísimos! Al día de hoy me acuerdo una foto de una mujer albana arrastrando de la mano a un chiquito. Ese personaje era el elegido (o el que le elegíamos a…) de Luis, mi hermano menor. Estela jugaba/representaba/narraba el papel de una holandesita con sombrerito colorado tipo Caperucita Roja. Yo ya no me acuerdo mis personajes. No nos gustaba nada que mamá abriera la puerta para investigar que estaba pasando. En fin, un juego que nunca ví antes o después, pero del que tengo muy lindos recuerdos.

Bigotes a Mater Dolorosa: Este entra en la categoría de travesuras…. Me acuerdo que un día estábamos mi hermano Carlos y yo solos en el asiento de atrás de un Volkswagen Escarabajo azul marino, propiedad de la familia Lamoliatte (unos amigos chilenos) esperando frente al colegio que alguien entre o salga del auto. Tiradas por ahí había unas copias de alguna publicación de la TFP que tenia en la tapa una foto de un cuadro de Mater Dolorosa. Me acuerdo al día de hoy que la impresión de la foto era monocromática en tinta azul. No se me ocurrió nada mejor que decirle a Carlos: “¡A que no se anima a dibujarle bigotes a Nuestra Señora!” Lamentablemente se animó. Agarró un lápiz y le pinto unos discretos bigotitos. Cuando Marta Cecilia (la madre de Andrés Lamoliatte, nuestro compañero de colegio) volvió al auto, vio a la Virgen desfigurada y empezó el problema. Le eché la culpa a Carlos, naturalmente, pero mi Tía y madrina Maria Ester se terminó enterando y logró averiguar que yo era el autor intelectual del acto iconoclástico. Ligué gran reto, y termine arrodillado en un altar de Las Esclavas (a la vuelta del colegio) pidiendo perdón a la Virgen por mi falta de respeto.

Bicicleta en los Lagos de Palermo: De chicos nunca tuvimos bicicletas propias. Supongo que mientras vivíamos en La Lucila éramos demasiado chicos, y mas tarde no había donde guardarlas en el departamento. De todas maneras habíamos aprendido a andar en San Isidro, en casa de Abuelo. Me acuerdo que había un lugar en la Avenida Figueroa Alcorta, frente al Cuartel de la Policía Montada que alquilaba bicicletas. En una época papá nos empezó a llevar – primero a Carlos y yo y eventualmente creo que se plegó Luis también – a alquilar bicicletas los sábados a la mañana. Nos divertíamos en grande andando por los caminitos de polvo de ladrillo de los distintos parques y plazas que abundan en la zona. Había una bicicleta en particular, negra de ruedas grandes, que me gustaba mucho y trataba de obtener cada vez que salíamos.

El Ataque de la Tortuga Caliente: Otra travesura, y otra vez Carlos fue el blanco. Estábamos una noche en La Lucila, por lo que supongo yo tendría seis o siete años. Había en el living una mesita ratona, poblada con varios adornos de bronce, regalos de casamiento. Me acuerdo de un perro salchicha, un patito con ojos verdes y una tortuga a la que se le sacaba la parte de arriba del caparazón y se convertía en cenicero. Me acuerdo que estábamos solos en casa, tal vez bajo la supervisión distraída de una mucama que estaría en su cuarto arriba. No se me ocurrió nada mejor que poner la tortuga en una de las hornallas de la cocina, prender el fuego, calentar la tortuga, apagar el fuego y decirle a Carlos que agarre la tortuga y la ponga devuelta en la mesa. ¡Sin comentarios! Cuando papá y mamá volvieron, me ligue un reto de aquellos y la única trompada (en el estomago) que papá me dio en su vida. Me sacó el aire, y ¡bien merecida que me la tenía!

Meccano y Duravit: El Meccano era divertidísimo. Carlos era el más talentoso en la construcción de autitos y cosas varias. Me acuerdo que una vez hicimos una balsa chiquita, cuyo mástil era un eje de acero en posición vertical. A la noche (los tres varones dormíamos en un dormitorio con cuchetas y una cama plegable que se guardaba debajo de las otras) nos fuimos a dormir sin ordenar del todo, y la balsita quedo en el piso al lado de la cama de Luis, con tal mala suerte que en medio de la noche se cayó al piso ¡y se le atravesó el mástil de la balsa en el brazo! Me acuerdo que papá estaba de viaje, y mamá lo tuvo que llevar al Hospital Alemán. Menos peligrosos eran los autos Duravit (izquierda), construidos con una goma indestructible. Me acuerdo que una Navidad ligué uno descapotable y medio dorado que me sirvió por un buen tiempo.

¡Vidrios Caen desde el 5to Piso!: En uno de los cuartos del departamento había una mesita junto a una puerta/ventana. Como tenia vidrio hasta el piso y no había bacón (sólo unas rejas), era un cuarto con mucha luz y lo usábamos para estudiar y hacer los deberes. Un día, creo que era sábado, no se me ocurrió nada mejor que sacarle la silla a Carlos en el momento mismo que se estaba sentando. La caída al piso era lo que yo estaba buscando, pero lo que no calculé fue que al caerse, Carlos golpeó la ventana. A él no le paso nada, pero el vidrio se rompió en varios pedazos que llovieron a la vereda desde el 5to piso. Al oír el estrépito, papá vino al cuarto a ver que pasaba, e inmediatamente bajó las escaleras corriendo a ver si alguien se había lastimado. Yo ya era suficientemente grande para saber el reto y paliza que me ligaría cuando papá vuelva… y así fue.

Cine propio: La calle Araoz era bastante transitada. Bastante tráfico bajaba hasta Las Heras, a una cuadra. Un día descubrimos que cerrando la persiana de madera del living hasta cierto punto, se proyectaban en el cielo raso del mismo, con bastante nitidez, imágenes de los autos, colectivos y taxis que pasaban. Dependiendo de la luz, hasta se podía ver si algún peatón se acercaba a la calle. Me acuerdo de nosotros acostados en el piso de parquet del living, mirando la “proyección” del tráfico, tratando de adivinar que pasaba. Los colectivos de la línea 57 eran fáciles, enormes y con techo gris. Los taxis, inconfundibles en negro y amarillo, también. A veces uno de nosotros se quedaba cerca de la ventana para espiar por la rendija y confirmar si lo que creíamos que habíamos visto era eso o no. Hoy me parece un opio, y no me los veo a Victoria o Nicolás invirtiendo más de 5 minutos en esto. Obviamente mis gustos han cambiado ya que de chico pasé horas mirando el techo donde se proyectaban los colores de la calle.

Eventualmente me fui de casa y estos juegos se acabaron. Fueron reemplazados por el TEG, Diplomacy, juegos de estrategia y finalmente juegos en la computadora. Me siguen encantando los juegos, y si no fuera porque “la vida” no me lo permite, me pasaría horas jugando. Pero ahora que somos grandes y responsables, se supone que tenemos cosas mejores que hacer. Y ciertamente no nos están permitidas las travesuras. Así que si las hiciera, ¡dudo que las publique!

Alfonso

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Tradición Familia Propiedad

El cáncer y yo

Máma