Me Voy de la TFP y Consigo Mi Primer Trabajo
Johannesburgo, principios de 1990
La decisión de dejar la TFP no fue ni rápida ni fácil. Toda una vida (o al menos toda mi vida hasta aquel momento) había sido invertida en este “proyecto”, por llamarlo de alguna manera, un proyecto que demandaba dedicación absoluta de cuerpo y alma. Para peor, nunca habíamos visto con buenos ojos a aquellos “apóstatas” (así les decíamos a los que se iban del grupo) que por una razón u otra nos dejaban por una vida “en el mundo”. Era algo muy claro entre nosotros que quienes volvieran su espalda a lo que veíamos como una vocación privilegiada para elegir un camino más fácil (ni que hablar del camino de la perdición...) tendrían pocas chances de obtener la salvación eterna. Era casi de rigor pintar a los que se iban en los peores colores posibles, seguramente como mecanismo para apartar de la conciencia estas ideas peligrosas.
Recuerdo dos ejemplos en particular de lo que estoy diciendo. Uno concierne a un fallecido ex-miembro de la TFP Argentina, Antonio López de Tejada, que pocos años después de dejar el grupo murió electrocutado en la bañadera de su casa. Recibimos la noticia cuando estábamos en una “caravana” por el interior, y pasado el primer momento de estupor no faltaron comentarios especulando que este trágico accidente podía ser un castigo divino. Con el tiempo, esta teoría ganó suficiente cuerpo y cuando se mencionaba el nombre de Antonio era en un contexto de las desgracias que podían ocurrir a los que dejaban el grupo.
Mas recientemente, la “apostasía” de Wellington Da Silva Díaz había servido para un gran despliegue condenatorio de parte de su superior inmediato, Joao Clá. Yo estaba en San Pablo entonces, y me acuerdo que fue tema de conversación durante varios días, ya que hubo una reunión dirigida a unas cien personas de la misma generación que Wellington en la sede de Jasna Gora, y una grabación de la reunión circuló después por los Eremos de San Bento y Praesto Summ (donde yo estaba). Joao Clá tenía gran experiencia en manejar un auditorio, y empezó con la descripción presuntamente teórica de la vida de un miembro del grupo cualquiera que empieza a flaquear en el fervor y en el entusiasmo por la vocación y por el Dr. Plinio, y que termina encontrando una chica en un colectivo. En un momento álgido de la reunión, el “caso teórico” adquiere nombre y apellido, para gran sorpresa y consternación de los presentes, logrando el efecto “bombástico” buscado. A partir la narrativa se acelera hasta el momento en que es descubierto, y en medio de lágrimas de arrepentimiento es expulsado de la sede, del grupo y del país. Terminó en Durban, Suráfrica con cáncer de estómago... seguramente confirmando para muchos la teoría del castigo divino...
Pero bueno... de más está decir que para cuando yo tomé la decisión de irme, ya no veía las cosas tan así (sino no me hubiera ido, supongo). Lo que me empujó finalmente a tomar la decisión fue sentirme distinto, un extraño, dentro del grupo. El proceso que había empezado en mi mente tal vez unos diez años antes, finalmente cristalizó y me di cuenta que por más que yo creyese que pertenecía al grupo, muchos en el grupo (sobretodo las personas en posiciones de conducción por debajo del Dr. Plinio) me consideraban un extraño. Era como si me estuviese quedando en un grupo que yo solo imaginaba, mientras que a mi alrededor la TFP era otra cosa. (En la foto, en casa de papá y mamá en Johannesburg).
Un factor muy influyente también en mi camino de salida fue la renuncia / expulsión de Tio Cosmín de la TFP Argentina y posterior publicación por su parte de un ensayo titulado “En Defensa Propia” donde atacaba la evolución que la TFP había hecho de grupo anticomunista de laicos católicos a “familia de almas” sin aprobación canónica. Supongo que la aprobación por parte del Vaticano a una de las ramas que surgió del cadáver de la TFP después de la muerte de Plinio, el fundador, (la de Joao Clá, precisamente) habrá contestado algunas de sus dudas a este respecto. O tal vez no. No sé.
Pero todo esto estaba muy lejos entonces, y lo que me interesaba a mí era irme. Y para irme me parecía que necesitaba dos cosas. La aprobación de mis padres y un trabajo para sobrevivir en “el mundo de afuera”.
Para hacer más fácil lo primero, papá, mamá y Estela ya estaban en África del Sur por aquel entonces, después de su interesante paso por Tenerife. Me acuerdo que hicimos los cuatro un viaje a los Drakensberg, y en un lugar a los pies de las montañas aproveché la tranquilidad para conversar extensamente sobre el tema con papá. Me sentí totalmente apoyado y entendido, y eso quiso decir mucho. Supongo que no habrá sido simple para él ya que honestamente había creído todos esos años que la TFP era lo mejor para mí, y me pregunto si en algún momento sintió algo parecido a una desilusión. Si lo sintió no lo mostró para nada, y como dije antes, sólo mostró apoyo, comprensión e interés por mis planes. No me sorprendió porque mi relación con papá siempre había sido (y sigue siendo) buena y menos tormentosa que la que tuvo con algún otro de mis hermanos.
Así que a la vuelta de este viaje a los Drakensberg, le dije a José Antonio Ureta – el chileno que me había llevado de vuelta a Buenos Aires en 1972 y que por entonces estaba a cargo de la TFP sudafricana – que estaba pensando en irme de la sede, buscar un trabajo y alquilar un departamento. Su reacción fue – esta sí – sorprendentemente favorable.
Con estos dos apoyos abajo del brazo, tuve que tomar inventario de que habilidades tenía que podían ser útiles fuera del contexto TFPistico. Valga decir que entre caravana y caravana, no había ni siquiera terminado la secundaria, por lo que me sentía gravemente “handicapped” para conseguir un trabajo razonable.
Pero pensando un poco me di cuenta que una de las cosas que hacía para la TFP en Suráfrica era diseñar – usando un programa llamado “Ventura” – la revista mensual que imprimíamos y mandábamos por correo a nuestros simpatizantes. Así que agarré una copia del “Star” de Johannesburg y empecé a buscar trabajos relacionados con “DTP” -- Desk Top Publishing. Para decir la verdad, no me acuerdo a cuentas empresas fui, pero no fueron muchas. Tuve suerte en encontrar rápidamente a la Sra. Joan Osborn, la gerente administrativa de Kelly Girl, que era la agencia de empleos más grande de Africa del Sur en aquel entonces; y que estaban buscando alguien para ocuparse del DTP interno de la empresa.
Fui a la entrevista en el edificio de ocho pisos que Kelly tenía en 36 Joubert Street, frente a la “Oppenheimer Fountain”, y después de conversar un rato me pidieron que me siente frente a la computadora y haga un par de cosas, lo que pude hacer sin dificultad. Me ofrecieron entonces mi primer trabajo ¡y yo no lo podía creer! Tenía 27 años.
Al poco tiempo me nombraron gerente del Departamento de Imprenta de la empresa, y como tal supervisaba el trabajo de unos cinco negros que hacían funcionar las máquinas. Mi paso por Kelly fue muy exitoso, y poco tiempo antes de volverme a Argentina me dieron varios premios y fiestas de despedida. Es más, estando en Bariloche después de haber fracasado en abrirme camino en la Argentina de los “early 90s”, recibí una carta de mi jefa, Joan, ofreciéndome el puesto una vez más, “al salario que yo quisiese determinar”. En dos semanas estaba en un avión de vuelta a Kelly Girl donde pasé unos meses más hasta que, finalmente, decidí volver a Argentina a casarme. Pero eso ya es otra historia.
Alfonso
La decisión de dejar la TFP no fue ni rápida ni fácil. Toda una vida (o al menos toda mi vida hasta aquel momento) había sido invertida en este “proyecto”, por llamarlo de alguna manera, un proyecto que demandaba dedicación absoluta de cuerpo y alma. Para peor, nunca habíamos visto con buenos ojos a aquellos “apóstatas” (así les decíamos a los que se iban del grupo) que por una razón u otra nos dejaban por una vida “en el mundo”. Era algo muy claro entre nosotros que quienes volvieran su espalda a lo que veíamos como una vocación privilegiada para elegir un camino más fácil (ni que hablar del camino de la perdición...) tendrían pocas chances de obtener la salvación eterna. Era casi de rigor pintar a los que se iban en los peores colores posibles, seguramente como mecanismo para apartar de la conciencia estas ideas peligrosas.
Recuerdo dos ejemplos en particular de lo que estoy diciendo. Uno concierne a un fallecido ex-miembro de la TFP Argentina, Antonio López de Tejada, que pocos años después de dejar el grupo murió electrocutado en la bañadera de su casa. Recibimos la noticia cuando estábamos en una “caravana” por el interior, y pasado el primer momento de estupor no faltaron comentarios especulando que este trágico accidente podía ser un castigo divino. Con el tiempo, esta teoría ganó suficiente cuerpo y cuando se mencionaba el nombre de Antonio era en un contexto de las desgracias que podían ocurrir a los que dejaban el grupo.
Mas recientemente, la “apostasía” de Wellington Da Silva Díaz había servido para un gran despliegue condenatorio de parte de su superior inmediato, Joao Clá. Yo estaba en San Pablo entonces, y me acuerdo que fue tema de conversación durante varios días, ya que hubo una reunión dirigida a unas cien personas de la misma generación que Wellington en la sede de Jasna Gora, y una grabación de la reunión circuló después por los Eremos de San Bento y Praesto Summ (donde yo estaba). Joao Clá tenía gran experiencia en manejar un auditorio, y empezó con la descripción presuntamente teórica de la vida de un miembro del grupo cualquiera que empieza a flaquear en el fervor y en el entusiasmo por la vocación y por el Dr. Plinio, y que termina encontrando una chica en un colectivo. En un momento álgido de la reunión, el “caso teórico” adquiere nombre y apellido, para gran sorpresa y consternación de los presentes, logrando el efecto “bombástico” buscado. A partir la narrativa se acelera hasta el momento en que es descubierto, y en medio de lágrimas de arrepentimiento es expulsado de la sede, del grupo y del país. Terminó en Durban, Suráfrica con cáncer de estómago... seguramente confirmando para muchos la teoría del castigo divino...

Un factor muy influyente también en mi camino de salida fue la renuncia / expulsión de Tio Cosmín de la TFP Argentina y posterior publicación por su parte de un ensayo titulado “En Defensa Propia” donde atacaba la evolución que la TFP había hecho de grupo anticomunista de laicos católicos a “familia de almas” sin aprobación canónica. Supongo que la aprobación por parte del Vaticano a una de las ramas que surgió del cadáver de la TFP después de la muerte de Plinio, el fundador, (la de Joao Clá, precisamente) habrá contestado algunas de sus dudas a este respecto. O tal vez no. No sé.
Pero todo esto estaba muy lejos entonces, y lo que me interesaba a mí era irme. Y para irme me parecía que necesitaba dos cosas. La aprobación de mis padres y un trabajo para sobrevivir en “el mundo de afuera”.
Para hacer más fácil lo primero, papá, mamá y Estela ya estaban en África del Sur por aquel entonces, después de su interesante paso por Tenerife. Me acuerdo que hicimos los cuatro un viaje a los Drakensberg, y en un lugar a los pies de las montañas aproveché la tranquilidad para conversar extensamente sobre el tema con papá. Me sentí totalmente apoyado y entendido, y eso quiso decir mucho. Supongo que no habrá sido simple para él ya que honestamente había creído todos esos años que la TFP era lo mejor para mí, y me pregunto si en algún momento sintió algo parecido a una desilusión. Si lo sintió no lo mostró para nada, y como dije antes, sólo mostró apoyo, comprensión e interés por mis planes. No me sorprendió porque mi relación con papá siempre había sido (y sigue siendo) buena y menos tormentosa que la que tuvo con algún otro de mis hermanos.
Así que a la vuelta de este viaje a los Drakensberg, le dije a José Antonio Ureta – el chileno que me había llevado de vuelta a Buenos Aires en 1972 y que por entonces estaba a cargo de la TFP sudafricana – que estaba pensando en irme de la sede, buscar un trabajo y alquilar un departamento. Su reacción fue – esta sí – sorprendentemente favorable.
Con estos dos apoyos abajo del brazo, tuve que tomar inventario de que habilidades tenía que podían ser útiles fuera del contexto TFPistico. Valga decir que entre caravana y caravana, no había ni siquiera terminado la secundaria, por lo que me sentía gravemente “handicapped” para conseguir un trabajo razonable.
Pero pensando un poco me di cuenta que una de las cosas que hacía para la TFP en Suráfrica era diseñar – usando un programa llamado “Ventura” – la revista mensual que imprimíamos y mandábamos por correo a nuestros simpatizantes. Así que agarré una copia del “Star” de Johannesburg y empecé a buscar trabajos relacionados con “DTP” -- Desk Top Publishing. Para decir la verdad, no me acuerdo a cuentas empresas fui, pero no fueron muchas. Tuve suerte en encontrar rápidamente a la Sra. Joan Osborn, la gerente administrativa de Kelly Girl, que era la agencia de empleos más grande de Africa del Sur en aquel entonces; y que estaban buscando alguien para ocuparse del DTP interno de la empresa.
Fui a la entrevista en el edificio de ocho pisos que Kelly tenía en 36 Joubert Street, frente a la “Oppenheimer Fountain”, y después de conversar un rato me pidieron que me siente frente a la computadora y haga un par de cosas, lo que pude hacer sin dificultad. Me ofrecieron entonces mi primer trabajo ¡y yo no lo podía creer! Tenía 27 años.
Al poco tiempo me nombraron gerente del Departamento de Imprenta de la empresa, y como tal supervisaba el trabajo de unos cinco negros que hacían funcionar las máquinas. Mi paso por Kelly fue muy exitoso, y poco tiempo antes de volverme a Argentina me dieron varios premios y fiestas de despedida. Es más, estando en Bariloche después de haber fracasado en abrirme camino en la Argentina de los “early 90s”, recibí una carta de mi jefa, Joan, ofreciéndome el puesto una vez más, “al salario que yo quisiese determinar”. En dos semanas estaba en un avión de vuelta a Kelly Girl donde pasé unos meses más hasta que, finalmente, decidí volver a Argentina a casarme. Pero eso ya es otra historia.
Alfonso
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