Merecidas Vacaciones (II)

Virgin Gorda junio 1997

El gerente general del hotel nos había ofrecido llevarnos a Misa. Así que nos encontramos en el muelle tempranito a la mañana. Fuimos nosotros cuatro, un matrimonio joven (¿luna de miel?) que tenían la piel tan colorada por quemaduras de sol que solo de mirarlos te dolía, Jaime y su mujer Michelle. ¡Es divertido porque la gente se maneja en estas islas en lancha como nosotros en auto! ¡Las mujeres salían con polleras rectas y zapatos con taco y los hombres de “elegante sport” para subirse a una lancha!

En otro lugar de la isla había un yacht club, unas casas, un hotel y un bar inglés lindísimo. Ahí, en el bar, tendría lugar la Misa. Cuando subimos el sacerdote (irlandés, de unos 80 años, alto y poseedor de unos ojos “azul Caribe”, chispeantes, ¡divinos!) nos dio un misal y nos invitó a sentarnos en unos sillones de mimbre alrededor de la barra del bar. Esta era circular y en el medio se colocaban habitualmente los mozos. Colgaban las copas y al costado había una máquina de cerveza. Sobre la mesa había cuatro esculturas de madera, que representaban a unas mujeres semidesnudas, que servían de base a las lámparas de la barra. Unos avioncitos antiguos colgaban del techo, había maquetas de barcos cubiertos por fanales de vidrio, y mil detalles de decoración que hacían del bar un lugar sensacional!! Pero como iglesia... resultaba un tanto particular... Yo estaba divertidísima con la experiencia. Todo fue muy digno y original... y terminada la Misa nos despedimos del cura (misionero que iba de isla en isla atendiendo a los navegantes) y volvimos a desayunar.

Estábamos hambrientos y subimos directamente al “dining room”. Pedimos un “English breakfast” completo... Nunca antes había desayunado con guiso de garbanzos... pero siempre hay una primera vez!! En Biras Creek confirmé por qué los ingleses no tienen muy buena fama en la cocina, con la excepción de los bifes de pez espada a la parrilla cocinados por los empleados negros del hotel en la playa, la comida del hotel dejaba bastante que desear... Pero el pez espada, después de este viaje, se ha convertido en un plato con tradición en nuestra familia...

Después del desayuno los hombres se fueron a trabajar y yo enfilé para nuestro bungalow. Ahí me encontré con una de las mucamas del hotel. Era una mujer negra de generosas proporciones, que me recibió con una enorme sonrisa. Inmediatamente se puso a conversar muy simpática. La verdad es que no entendí nada de lo que me dijo, pero estaba fascinada viéndola hablar. Cuando gesticulaba se le abrían más (es eso posible?) las aletas de la nariz, y sonreía sin parar. Yo sonreía también y pensaba “que no se ofenda si no le sigo la conversa...” Finalmente se fue, desarmé los bolsos, me puse el traje de baño y salí a explorar los alrededores. Caminé buscando la playa, bajo el sol ardiente.

Junto a los bungalows hay una playa con rocas y muchos corales que mira al océano y por eso no está permitido nadar (el mar tira muy fuerte hacia fuera y es realmente peligroso). Pero como este lugar está lleno de bahías hay otra playa cerrada al mar por una muralla de corales que forma una gigantesca pileta de agua tibia y salada. En medio de la bahía hay una plataforma flotante para los nadadores. Sobre la playa, sombrillas de paja, un buen bar, reposeras, veleros, kayaks y botes, y todo tipo de entretenimiento para los huéspedes del hotel. En esta playa me instalé los 6 días, mientras los hombres trabajaban.. ¡Qué vida! Nadar hasta la plataforma y ahí sentarme a mirar el mar... jugar divertida con los pescaditos plateados que se acercaban cuando estabas quieta parada dentro del agua pero cerca de la playa... escribir a la sombra del toldo... observar a la gente... navegar... disfrutar del sol, del agua, del viento... ¡Eso era vida! Además, gozaba con mi secreto... ¡Ya habíamos confirmado que nuestro hijo estaba en camino! Era tan diminuto... pero estaba ahí!! Celebramos con el mejor Champagne del hotel en compañía de nuestros nuevos amigos. Y no podía dejar de sonreír... ¡todo era perfecto!!! Alfonso y yo, nuestro baby, el lugar paradisíaco, los buenos amigos...

Una noche decidimos comer solos porque yo no había visto a mi marido en todo el día. Ya estábamos dejando el restaurante cuando Pablo nos llamó. Se lo veía muy nervioso... “please, quédense un rato con nosotros! Todos los huéspedes del hotel piensan que somos pareja!!!!” jajajajaja Nos quedamos un buen rato conversando y después nos fuimos a jugar al pool. Pero hacía tanto calor que las manos transpiraban y los tacos no patinaban!! He de confesar que soy malísima al pool... ¡pero eso era imposible!!! Nos divertimos muchísimo y conversábamos sin parar. Otra noche con Alfonso nos subimos a las bicicletas que cada había en cada “cuarto” y nos fuimos a la playa. Era una noche espectacular... La playa estaba vacía, pusimos un par de reposeras al borde del agua y pasamos horas mirando las estrellas... !Qué noche!

A la tarde yo me instalaba en la playa cercana para escribir y mirar las olas. Una vez, estaba escribiendo cuando reparé en la batalla que se estaba desarrollando a pocos centímetros de mis pies. Dos cangrejos chiquitos estaban luchando por un caracol... se tiraban pinzazos y de a poco se acercaban a la orilla... en eso desaparecieron dentro del agua y yo seguí escribiendo. Las olas eran grandes y fuertes, de color azul oscuro ribeteadas con espuma blanca. Rompían sobre las rocas, salpicando y produciendo gran ruido. Como el restaurante no tenía ventanas se podía escuchar perfectamente desde la altura panorámica que ocupaba el romper de las olas. El edificio principal del hotel estaba en una colina desde donde se podía ver el mar desde todas las ventanas. De un lado el mar abierto... del otro la bahía que compartía con Bitter End y otros hoteles de la isla...

El último día a la mañana pedimos una lancha y volvimos al bar inglés y a “Pussers”. En la tienda nos hubiéramos comprado todo!!! La ropa, los accesorios para barcos, las maquetas de veleros famosos, los cuadros... ¡todo! Pero no lo hicimos.. Sacamos fotos bajo las garras y fauces de un enorme tigre embalsamado, y compramos una caja del tradicional ron (¡recomiendo vivamente la lectura del website de Pussers! ¡Es genial!). Este ron fue tradición de la Royal Navy durante más de 300 años!!! Pero sobre el ron escribiré otro artículo.. porque marcó nuestra historia familiar.

Antes de volver “el pirata Dunlop”, así llamábamos a uno de los encargados del Hotel que era el típico avivado y vividor, nos llevó a recorrer la isla de Tortola. Ahí volvimos a encontrarnos con “serentidipity”, palabra que se nos cruzaba mucho en esos tiempos... Pero esta vez en vez de estar escrita en la popa de un velero (un barco espectacular Benetau 68 que estaba a la venta en Buenos Aires), ahora la veíamos escrita en el cartel de la calle... una callecita adoquinada, pintoresca, típica de las ciudades caribeñas...

Nuestro viaje terminó y volvimos a casa. En nuestras valijas traíamos muchos papeles para procesar, botellas de ron, dos amigos nuevos (¡y de los buenos!) y un hijo!!! Nada mal para unas vacaciones en el Caribe, no?

Dolores

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