Poca Calma en Calma Court

San Diego, California, Febrero 2002

El vuelo de Lan Chile que me trajo de Buenos Aires a California llego al aeropuerto internacional de Los Angeles el 22 de Enero de 2002. Traía yo mi mochila sudafricana verde, una Karrymore que me había acompañado a más de un campamento en los Drakensberg, tres valijas y $3,000 en efectivo. Mi primer gasto en Estados Unidos fue pagarle a un remisero iraní que me llevó del aeropuerto a la estación de colectivos Greyhound. Mi segundo gasto fue comprarme un pasaje en colectivo desde Los Angeles a San Diego.

Unas horas después, el colectivo me había depositado en la terminal de Greyhound en el centro de San Diego. Claudia no estaba en ninguna parte, por lo que yo y mi equipaje nos quedamos en la vereda esperando que aparezca. El tiempo pasaba y decidí hacer un llamado, en el que me entere que un mal entendido la había mandado a Claudia a esperarme a Escondido (una ciudad más cercana a su casa) y no a San Diego, a donde el colectivo efectivamente había llegado. Así que me resigné a esperar un rato más, hasta que una hora y media más tarde, mas o menos, aparece en la calle Claudia con su Toyota Corolla blanco.

Claudia y su marido Paolo vivían en aquel entonces en Rancho Bernardo, en el condado de San Diego. Rancho Bernardo es un barrio afluente al norte del centro de San Diego, lindero con la autopista I-15. En la calle Calma Court tenían una casa de cinco dormitorios en dos plantas. Paolo trabajaba en una empresa de rayos láser cerca de su casa. En aquella época ya tenían su primer hijo, Steven que tendría dos o tres años.

A Claudia yo la había visto en Buenos Aires un par de veces, pero no la conocía. Ella era amiga de mi mujer en la época que ambas frecuentaban el Opus, y era parte del grupito de extranjeras que incluía a Margaret Forrest y Bea Renault que mi siempre sociable Dolores se había armado en Buenos Aires a principios de los ’90. Porque pese a que los padres de Claudia son argentinos, ella había vivido en Estados Unidos de chica y en Buenos Aires se consideraba más americana que argentina. Al marido, un italiano llamado Paolo, ni Dolores ni yo lo conocíamos, ya que Claudia se había casado con él en California después de haberse ido de Argentina unos años antes que nosotros.

Ya comenté en otro momento que aceptamos la generosa oferta de ayuda de Claudia y Paolo porque no estaba yo en condiciones de financiarme una vivienda durante el tiempo necesario para encontrar un trabajo. Ni California ni San Diego se nos hubieran ocurrido de otra manera, ya que nuestra predilección natural hubiera estado en la costa este, sea en Florida o Nueva York. Pero como dicen en ingles, “beggars can’t be choosers”, ahí estaba yo, llegando a la casa de unos desconocidos y sin tener ni idea como me las iba a arreglar para conseguir un trabajo lo mas rápido posible.

Es claro que del primer momento, yo era conciente que estaba en una situación precaria, ya que no me unían con mis huéspedes, lazos de amistad o parentesco directos. Y antes de subirme al avión, ya había decidido que tenia que hacer todo lo posible para que mi estadía sea lo mas corta y agradable posible. Y esto lo tenía que lograr adaptándome a las costumbres de la casa y ayudando con lo que pudiera, para no mencionar dedicarme a encontrar un trabajo lo antes posible.

No tuve que cruzar el umbral para empezar a adaptarme. Aprendí con ese primer paso que en la casa no se usaban zapatos. La verdad que nunca en mi vida había estado sin zapatos en una casa, y es una costumbre que yo asociaba con personas de otra religión (los musulmanes se sacan los zapatos en las mesquitas) o de otra clase social. Pero bueno… así como Enrique IV dijo “Paris bien vale una misa”, mi techo bien valía un par de zapatos, y ahí quedaron los míos, en un roperito maloliente debajo de la escalera que se usaba para ese fin.

Subí mis cosas al cuarto de arriba que estaría usando durante los próximos dos meses y medio. El cuarto bárbaro, con una cama camera, roperos, ventilador de techo y una ventana por la que se veía un gran árbol y el techo de la casa de al lado. Con otro cuarto vacío y un baño de por medio, era todo lo que había en el primer piso, ya que el resto de la casa estaba en la planta baja. Yo estaba colgando algunas cosas en el ropero y desarmando las valijas cuando Claudia sube a ver si estaba todo bien y comenta (en esa forma tan directa y poco diplomática que la caracteriza) que yo y mis cosas teníamos olor a humedad Argentina. Por lo visto no era un olor que le resultaba agradable, pero no era un problema que yo pudiera resolver tan fácil como sacarme los zapatos… Así que supuse que con el pasar del tiempo el “olor a Argentina” iría desapareciendo.

Al menos no parecía que Steven fuera tan sensible a mis olores, por lo que rápidamente hicimos buenas migas. Y a mí que siempre me gustaron los chicos me resultó fácil jugar con él. Además, era parte de mi plan que para hacer mi presencia más llevadera a los dueños de casa, un poco de “baby sitting” iba a ser fundamental.

A la tarde lo conocí a Paolo, que resultó ser un tipo agradable, que se preocupó por mis cosas y se ofreció a ayudar en lo que pudiera. Pero yo ya estaba cansado y mi día terminó seguramente con un e-mail a Dolores en Buenos Aires y… a acostarme temprano.

Durante las próximas semanas me dediqué a buscar trabajo. Claudia me ayudaba con búsquedas en internet, yo compraba los diarios locales y publicaciones con empleos. Para mi comodidad, la casa de Claudia tenía un dormitorio convertido en oficina, con computadora e impresora y, si mal no recuerdo, hasta podía mandar faxes. Mi contra era que yo nunca había buscado trabajo en Estados Unidos, y ciertamente no tenia contactos que pudiera usar. También me di cuenta rápidamente que mi currículum no era muy útil, ya que, sin titulo universitario, mi experiencia laboral era cuestionable y no muy clara.

Seria largo listar todas las puertas que golpeé. Mi rutina era contestar a cualquier aviso útil de internet con mi currículum, tratar de establecer contacto telefónico, y no dejar pasar posible contactos que me pudieran referir a otros. Me acuerdo que por internet conseguí una entrevista para un puesto de Gerente Administrativo de un Soccer Club en La Jolla! También estuve cerca de enganchar un puesto administrativo en una empresa que se especializaba en enseñar a leer a chicos disléxicos en San Diego. Una empresa hotelera me llamó una vez y me entrevisté con unas diez agencias de empleo para ver si me podían colocar en algún puesto (sea temporario o permanente). Ya al final me conocía tan bien estos los tests que hacían estas agencias ¡que mi puntaje era cada vez mejor! Pero esa fue otra avenida que no llegó a ninguna parte.

En otro frente, me dediqué a conocer gente que me pudiera ayudar. Paolo me introdujo a un ecuatoriano, parroquiano de la iglesia local, que tenia una consultora de empleos. Me recibió en su casa (a pocos metros de donde estaba viviendo) y me habló durante horas de la importancia de los contactos o “networking” (que yo no tenia). Sí me acuerdo que me dijo que la regla habitual era que cada mes que se invertía buscando trabajo se traducía en $10.000 al año de ingresos. ¡Fue lo único útil de todo lo que me dijo! También fui a visitar un colombiano en Escondido, pero la charla nunca se tradujo en nada, y Jon Wester, un amigo que conocí en el cumpleaños de Steven al mes de llegar a San Diego, me introdujo a Ned Heiskel, que trabajaba en una desarrolladora inmobiliaria. Un poco más lejos, fui a visitar a una tía segunda que vivía en Newport Beach, a ver si salía algo, pero más allá de hablar de la familia y generalidades no paso nada.

Para tener mejores herramientas y conseguir un trabajo, también completé un curso nocturno del Poway School District que me dió el equivalente americano de la educación secundaria, ya que muchos empleadores requerían ese certificado como requisito para una entrevista. En el ínterin, también abrí cuenta de banco, compré un auto viejo para circular, y contacte a algunos viejos conocidos americanos de mis épocas de la TFP. Hasta exploré la posibilidad remota de mudarme a Texas, donde un amigo de un conocido manifestó interés en contratarme. (En la foto, Dolores embarazada de Nicolás y Victoria posan al lado de mi primer auto, un Lincoln Towncar 1986 por el que pagué $1.000).

Pero era claro que el camino de los contactos seria largo, bien largo, antes que diera algún fruto concreto, y mis urgencias no permitían contemplar ese camino de forma seria. Por un lado, Dolores estaba embarazada de Nicolás, y si Nicolás nacía en Argentina, nacía sin visa. Y al mismo tiempo, la visa de Dolores y los chicos vencía en Septiembre. Por lo que se daba una perversa combinación que o Dolores viajaba con los dos ya nacidos antes de Mayo (no permiten a embarazadas de ocho meses viajar en avión), o el nacimiento de Nicolás en Buenos Aires y el tiempo necesario para tramitar su visa haría expirar la visa de los demás. Considerando que la visa del primer grupo había tardado como seis meses, yo no estaba preparado quedarme sin mi familia por tanto tiempo.

Por otra parte, era claro que pese a mis esfuerzos de hacer mi estadía lo mas llevadera posible para los dueños de casa, estos (y supongo que Paolo en particular) estaban cada vez mas impacientes con mi presencia. Una tarde Claudia me dijo (una vez mas con su delicadeza habitual) que era claro que no estaba consiguiendo nada, y que tal vez era hora de que me buscara un puesto cualquiera, aunque sea haciendo hamburguesas. De hecho ellos tenían un vecino que trabajaba como gerente en Jack in the Box, una cadena de hamburguesas local, que de repente me podía conseguir tal puesto. También sugirió que era hora que me anotara en alguna cadena como WalMart o el Home Depot a ver si me daban algo. Y el broche de oro, naturalmente, fue que a ellos les parecía que si no encontraba nada antes de dos semanas, tal vez fuera mejor que me busque alojamiento por otra parte. Thank you very much!

La verdad que me fui al cuarto que usaba con una rabia, frustración e impotencia que no había sentido en mucho tiempo. Obviamente mis días en Calma Court estaban contados, y yo no más cerca de un trabajo que cuando había llegado. Tomé inventario de mi situación, y claramente no tenia la plata para alquilarme un lugar, ni siquiera un cuarto para mi solo. Le mandé un mail a la prima de mamá en Newport Beach a ver si me podían recibir por un tiempo, y el “no” llegó el mismo día.

Durante varios días me sentí realmente mal, sobretodo por haber llegado a un punto donde ya no sabia que hacer, ya que no conseguía trabajo ni estaba en condiciones de vivir por mis propios medios. Confieso que en más de una oportunidad, me encontraba llorando de amargura, sobretodo cuando estaba solo en misa. ¿No se daban cuenta que si había alguien interesado en conseguir trabajo era yo? ¿Creían que a mi me divertía estar solo en su casa sin mi familia y con un futuro tan incierto?

Pero en ese momento el aparente “no” a la primera pregunta y “si” a la segunda eran la realidad de mis días. En ese estado de desesperación estaba cuando me llamaron de Target (una cadena de supermercados) y me ofrecieron trabajo descargando camiones a partir de la medianoche. La paga era $8 la hora. Yo había dejado una aplicación online, soñando con algún puesto gerencial, pero dadas las cosas como estaban en Calma Court, no me quedo otra que aceptar esa oferta. Así que ahí fui, y rodeado de unos roqueros llenos de tatuajes y varios otros personajes indeseables, me paraba en línea y sacaba cajas de una cinta transportadora para ponerlas en distintas pilas que más tarde se llevaban al gigantesco local para rellenar los estantes. Al día de hoy, cuando entro a cualquier Target, me acuerdo de cómo rellenábamos los estantes de comida, muebles, comida para gatos, productos deportivos y tantas otras cosas. En la foto, mi primer recibo de sueldo, por $145!!!

En eso estaba cuando me llamaron también de otra empresa en la que había dejado curriculum. Era Armstrong Growers, y el gerente se llamaba Jorge Ayala. Un día, después de haber terminado a las 6 de la mañana mi trabajo en Target, fui a verlo a Jorge en Fallbrook. Cuando llegue, lo vi a Jorge en una galería que había armada frente a la oficina. Jorge es un mejicano de grandes bigotes y manos finas, y no lo dejé hasta que me dijo que haría lo posible para contratarme como asistente administrativo, a $8.50 la hora. En el proceso, saqué billetera y le mostré fotos de Dolores y los chicos, y habré pintado un cuadro bastante desesperado. Porque desesperado estaba.

Mi pedido de “dáme cualquier trabajo, con tal que tenga seguro médico”, dió resultado, y a los pocos días me pidieron que empiece el 24 de Marzo. El mensaje a Dolores para que se venga salió esa misma noche. De alguna manera nos la íbamos a arreglar. Además, no quedaba otra.

Durante dos semanas retuve ambos trabajos. Salía de Calma Court a las 23:30, trabajaba en Target hasta las 06:00, de ahí me iba a Fallbrook hasta las 15:30 y llegaba de vuelta a Calma Court a eso de las 16:30 para comer algo y dormir hasta que la rueda empezara de vuelta. Con esto y la noticia que Dolores estaba en camino los dueños de casa se tranquilizaron, y estoy seguro que al día de hoy creen que la presión que me pusieron fue lo que me hizo conseguir trabajo. Lamentablemente están equivocados, pero esas ultimas semanas en su casa fueron mas tranquilas y seguimos siendo amigos, aunque ahora vivimos más lejos. Y el ecuatoriano tenía razón. Estuve dos meses y medio buscando trabajo y en mi primer año gane unos $20.000.

Alfonso

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Tradición Familia Propiedad

¡Praesto Sum! (I)

Plinio Correa de Oliveira