En Campaña por el Norte Argentino (II)

Jujuy, Mayo 1979

Después de un largo día de campaña en la ciudad de Jujuy, me armé de coraje y le pedí a José Antonio unos minutos para conversar un rato. Tenía que transmitirle la preocupación del “sector joven” de la caravana. Estábamos preocupados con la falta de “entusiasmo” y “radicalización” (términos muy de moda en aquel entonces) del grupo, y queríamos hacer lo que pudiéramos para mejorar el ambiente.

En el Hotel Belgrano en el que nos alojábamos, había un restaurante con barra, y ahí, los dos solos en la barra tomando 7-Up tuvimos nuestra conversación. José Antonio me confirmó lo que ya suponíamos: esta caravana en particular contaba con algunos elementos indeseables (Pancorvo y José Walter), lo que hacía todo más difícil… pero él se alegraba de todas maneras por la gracia que había permitido que nosotros veamos eso, e íbamos a trabajar juntos en lo que quedaba del viaje para ver cómo podíamos hacer para mejorar las cosas, etc. etc.

De vuelta en mi cuarto les conté a Cosme y Mario con quienes compartía uno de esos típicos cuartos de hotel viejo, que daban todos a un corredor común frente a un patio interno. Supongo que no habrán pasado muchos minutos cuando nos golpean la puerta y entra José Antonio, fusta en mano y nos encara preguntando si lo que yo le había transmitido correspondía al deseo de todos. Confirmando que así era, nos pide que adoptemos la posición “Gloria Patri” y nos propina a todos los presentes un número de fustazos en la espalda antes de retirarse del cuarto y dejarnos dormir tranquilos (o en mi caso, pensativos).


Por m
ás bizarro que este episodio pueda parecer ahora, la verdad es que era bastante común. Como ya conté antes, estaba de moda en esa época lo que llamaban “sagrada arbitrariedad” que consistía en infligir castigos varios sin mucha razón aparente, siendo el motivo subyacente proveer a los miembros del grupo con una fuente de sacrificio y, más importante, abnegación de la propia personalidad a la obediencia que se debía al Dr. Plinio a través de sus representantes (o quidams) como lo era en aquel momento para nosotros José Antonio. Y la posición “Gloria Patri” (pies juntos y manos en las rodillas presentando así una espalda doblada como la posición del “Gloria” en el Oficio) ya era un estándar en materia de castigos.

Sea común o no, el hecho es que lo fustazos siempre dolían y la verdad sea dicha mi voluntad no estaba lo suficientemente quebrada aún para aceptar así nomás este tipo de tratamiento sin cuestionarlo. Claro que me quedé callado, y probablemente habré hecho un esfuerzo para aceptarlo y seguir adelante, pero con el pasar del tiempo este recuerdo se fue juntando con otros para ir tejiendo una suma cuyo resultado no era positivo y no se condecía con la imagen que yo tenía de qué era pertenecer a la TFP o la lucha contra-revolucionaria. Pero la caravana continuó al día siguiente como si nada hubiera pasado.


Recuerdo también que por aquel entonces estábamos muy en sintonía con la trans-esfera. La trans-esfera era (¡o sigue siendo, tal vez!) aquel lugar por encima de la esfera terráquea, donde ángeles y demonios luchan constantemente, y tratan de influenciar los acontecimientos del mundo. De donde salió esta teoría no estoy seguro, pero bien que la teníamos clara en aquel entonces. Una de las principales armas en nuestra lucha trans-esférica era el rezo diario del exorcismo. Nos teníamos memorizado un largo exorcismo en latín (“Exorcisamus te, onmis inmundo spíritu!) que era parte de nuestras oraciones diarias. Una noche, por ejemplo, estábamos manejando por la ruta cuando vimos un cartel indicador de la presencia de unas “ruinas incaicas”. Inmediatamente, las ruinas se convirtieron en un lugar apropiado para el rezo del exorcismo, ya que seguro estos miserables incas se dedicaban a todo tipo de rituales satánicos, y nada como un exorcismo en tales ruinas para sacudir un poco al demonio que seguro ni se la esperaba! Lamentablemente creo que no pudimos entrar al lugar que estaba cerrado, así que paramos en unas vías de tren, por las que nos pusimos a caminar rezando el exorcismo del día (o de la noche, a esta altura). Me acuerdo que nos pusimos a cruzar un puente, y yo preocupadísimo por si aparecía un tren es ese momento… Pero no pasó nada.


Recuerdo que otra escaramuza trans-esférica la libramos en el hotel que usamos en La Quiaca. Ahí estábamos, en la ciudad más norteña de la Argentina, cuando nos enteramos que la vecina Bolivia estaba en plenas elecciones presidenciales, y que uno de los candidatos, naturalmente, era zurdo. Claro que estábamos preocupados con el desenlace electoral, pero nuestra preocupación aumentó cuando nos enteramos que compartíamos el hotel con el embajador polaco en la Argentina y su chofer, que manejaba un Mercedes Benz blanco.


Que conste que esto era en las buenas épocas de la guerra fría, cuando Polonia estaba firmemente bajo el yugo comunista, y el embajador era seguramente un agente encubierto de la KGB. Nos pusimos a conversar al respecto, y el consenso del grupo fue que el embajador obviamente estaba involucrado en alguna turbia maniobra cuyo objetivo era influenciar el resultado de las elecciones y poner a un izquierdista como presidente de Bolivia.


Como obviamente no estábamos en condiciones de interferir con sus nefastos planes, no nos quedó otra que conformarnos con un exorcismo solemne, para pedir a San Miguel Arcángel que aplaste a los demonios al que el embajador servía. Y así lo hicimos, formados con toda formalidad en uno de los dormitorios del hotel. Me acuerdo al día de hoy las persianas metálicas que se cerraban sobre la alta puerta que daba al patio y cómo, por las rendijas, se veían pasar las siluetas de algunos huéspedes. ¿Será que uno de esos era el embajador? ¿Será que sufrió el efecto de nuestro exorcismo? Quién sabe…


Contemplando esta caravana más de 25 años después, es evidente que nuestro querido líder no estaba en su mejor estado físico o psíquico. Nunca supe que le estaba pasando, pero hacia el final era claro que estaba tomando remedios para dormir (¡durante el día!) y, para mi escándalo, ¡hasta lo vi fumando un cigarrillo! El hecho es que lenta e inevitablemente, la admiración que durante muchos años le tuve fue cayendo hasta el punto que no quise quedarme más en Argentina y me fui al Estate en Nueva York, y a la TFP Americana.


Me acuerdo que mi última Navidad en Buenos Aires la pasé en la quinta que el Eremo tenía en José C. Paz. Pese a que esta había sido mi casa durante por lo menos cuatro años, yo ya no estaba de humor para soportar la forma de ser de José Antonio, y no veía la hora de irme. Me acuerdo que me compré un par de botellas de cerveza Heineken, y procedí a celebrar la Navidad, sólo en mi celda, fingiendo alguna enfermedad que de hecho no tenía. Los ruidos de la conversación y de la comida al aire libre ya no me interesaban, y yo me preguntaba que hacía ahí, un 24 de Diciembre a la noche, sólo en una diminuta celda con paredes de madera y piso de cemento encerado de colorado.


Antes del final de la noche me crucé con José Antonio en un caminito de adoquines que unía la parte de atrás de la casa (donde estaba la cocina) y el edificio que se había dividido en celdas para dormir. Claramente yo no estaba con ganas de disimular estado de ánimo depresivo, y José Antonio, que seguramente estaría con alguna copita de más, me enfrentó con su propio desprecio hacia mí, diciendo, entre otras cosas, “Usted se cree superior a este esclavo (José Antonio) por ser Beccar Varela, pero está equivocado”. La verdad que no lo había pensado así entonces, ni lo hago aún.


Lo que sí había cambiado era que con 17 años recién cumplidos, yo estaba creciendo y ni todo lo que me decían o mandaban hacer yo lo aceptaba sin cuestionar. Durante los próximos 10 años, en Estados Unidos y Sudáfrica, trataría de encontrarme un lugar en la TFP que fuera compatible con mi forma de ser y mis ideas. Fue sólo cuando esto fracasó que me terminé alejando, primero física y después mentalmente del grupo. De lo que no me arrepiento, por si a alguno le queda duda.

Alfonso

Comentarios

Andres dijo…
Me hiciste llorar de la risa con la historia. Creo que podría agregar uno que otro fatinho del peculiar personaje
Fumador dijo…
Ha dado en el clavo con el comentario que cito abajo. En la TFP, la de verdad, la que uno conocía cuando estaba enganchado, había una carencia importante de people skills. Esta carencia generaba muchos problemas.

"que bien se los trataba “a los chicos de apostolado”, como les decíamos a los que recién entraban en contacto con la TFP. Obviamente que conmigo, u otros hijos de miembros de la TFP cuya “pertenencia” al grupo se daba por descontada, el trato era un tanto más directo y menos aterciopelado. Pero volvamos a mi primera caravana."

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