En el Eremo de Pilar (I)

Partido de Pilar, 1970 a 1970 y pico

Cuando papá y mamá y mis otros tres hermanos viajaron a Estados Unidos allá por 1978, se decidió (como dije, en la TFP en Sr. “Se” decidía mucho...) que yo me quedaría donde estaba, en el Eremo de Pilar, bajo las órdenes directas de José Antonio Tost y una supervisión general de Tío Cosmín. En su momento me explicaron que al Dr. Plinio le parecía mejor que yo me quedara donde estaba, y contra esos pareceres se discutía poco y nada, menos yo con mis 14 años.

La verdad sea dicha no me importaba quedarme. El Eremo de Pilar había sido siempre “el” lugar para estar. Mis primos Cosme y Mario me habían precedido en ese camino, y nunca me voy a olvidar la envidia que me daban ellos, apenas dos y un año mayor que yo respectivamente, que ya habían participado de una caravana a Ushuaia, estado en Chile gastando zapatos en la compaginación del libro “La Iglesia del Silencio en Chile”, y estaban haciendo todo lo que a mí me gustaría hacer.

Así que cuando después de haber participado en una SEFAC (Semana Especializada de Formación Anti-Comunista) en la “fazenda” que la TFP usaba en el Estado de San Pablo, conocida como “Morro Alto” papá me autorizó a quedarme a vivir de forma definitiva en la casa-quinta que era la base de operaciones del Eremo de Pilar, no me podría haber hecho mayor favor. Toda mi vida había sido condicionada para este momento, y era realmente un sueño hecho realidad.

El Eremo de Pilar empezó allá a comienzos de los años 70, como una versión argentina de una institución existente en la TFP Brasileña que eran las “caravanas”. La idea de la caravana era meter entre 8 y 10 personas en una “kombi” y viajar de pueblo en pueblo haciendo “campaña”, es decir, difundiendo a través de la venta de material impreso, la ideología de la TFP entre la población. En el caso del Eremo de Pilar, me parece recordar que el exilio de un montón de chilenos que se vinieron a Argentina con la subida al poder de Allende, sumado al número de “militantes” que la TFP ya tenía en nuestro país, hizo posible constituir este nuevo centro de operaciones, que se puso bajo la advocación de la Virgen del Pilar, ya que la primera casa-quinta que lo albergó quedaba cerca de la ciudad de Pilar. Volviendo a los chilenos, si mal no recuerdo, la primera camioneta que usaron fue una F-100 que pertenecía a uno de los Larraín, y que iniciando una tradición que se seguiría con todas las camionetas adquiridas más tarde fue bautizada: la llamaban “La Pinto”.

Durante muchos años el Eremo y sus “eremitas” (la idea era, al igual que los antiguos ermitaños, alejarse del mundo para no ser contaminados por la decadencia circundante) estuvieron en esta quinta de la que tengo algunos recuerdos, aunque pocos, ya que mis visitas de fin de semana (y una que otra “quedada a dormir”) ocurrieron antes de yo cumplir los 10 años. Me acuerdo por ejemplo de una noche muy oscura, corriendo por ahí con varios otros chicos, todos hijos de miembros de la TFP, cuando uno de ellos, Andrés Lamoliatte, se cayó al fondo de la pileta. La pileta era bastante profunda... y estaba vacía, ya que en la TFP no se les daba a las piletas el uso para las que habían sido diseñadas. Gracias a Dios no pasó del susto y un buen porrazo, y Andrés, que estuvo también varios años en la TFP, está hoy casado y trabaja para la cancillería chilena.

También me acuerdo que el comedor estaba en lo que había sido diseñado como un garaje para por lo menos dos autos, y que debajo de las mesas estaban las fosas que se usan para cambiarle el aceite y engrasar a los autos. Atrás del comedor (y más a tono con el diseño original de la casa) había un pequeño taller donde Alfonso Riesco (otro chileno) desarmó una Zanella 125 y la volvió a armar... y funcionó. Recuerdo como me asombraba ver todas las piezas del motor separadas. Increíble...

Acá vivían un numero oscilante de personas, ya que siembre había algunos viajando, sea dentro de la Argentina en “duplas”, o en grupos más grandes que eran las “caravanas”. Ya habían adquirido camioneta propia, una F-100 colorada que se bautizó “Chanteclair”, en honor al gallo de Rostand. No hay que aclarar que Chanteclair y Cyrano de Bergerac eran figuras conocidas y admiradas por su idealismo en la TFP de aquel entonces. Conscientes de una vocación importante y convencidos que luchaban la “Cruzada del Siglo XX”, los miembros de la TFP en general, pero más especialmente los eremitas en particular, mantenían un estilo de vida que combinaba ciertas prácticas de piedad (se cantaba el oficio, se guardaba silencio, etc.) con un estilo paramilitar en materia de disciplina y vestimenta. Usaban las boinas bordeaux de los paracaidistas brasileños, borceguíes de “La Chinche” eran el calzado preferido, se cronometraban las duchas para que no durase todo el operativo más de 10 minutos y había que estar pendiente de la campana, sobretodo la campana que daba la alarma. No recuerdo nunca una alarma que haya sonado por un motivo realmente alarmante. Pero el toque (dos golpes, pausa, dos golpes, pausa, etc.) sonaba mas de una vez.

A José Antonio Tost, el líder o “quidam” como se lo llamaba (“quidam” quiere decir “cualquiera” en latín, lo que significaban que la autoridad que detentaba no venía de él sino de otro) le encantaban las falsas alarmas. Me acuerdo todavía una noche, una de esas noches frías y húmedas de la Provincia de Buenos Aires, cuando suena la alarma y todos nos congregamos en el punto de reunión habitual (la Sala de Alardos) para salir inmediatamente a correr por el parque a órdenes de “cuerpo a tierra” y “carrera march” alternativamente. Obviamente el pijama era una prenda burguesa, y todos dormíamos con ropa que nos dejara siempre listos para este tipo de eventualidades. Otra variedad de estas inyecciones de energía física diseñada – seguramente – para fomentar el espíritu de sacrificio y limpiar las telarañas de la pereza, era lo que José Antonio llamaba el “paso vivo”, que era simplemente mover las piernas rápidamente (sin doblar las rodillas) quedándose en un lugar fijo. Digo que a José Antonio le gustaban estas cosas porque no recuerdo a algún substituto haciendo lo mismo con sus subordinados.

Otro recuerdo divertido que tengo del Eremo de Pilar en aquella primera fase, fue una noche de “entretenimiento creativo”. No sé de donde salió ese nombre, pero una noche se hizo una fiesta al estilo medieval, con gran asado, fogatas, juegos varios de destreza como caminar por un poste a través de un charco de barro a ver quién se caía... fuegos artificiales y todo eso. Por lo visto fue una moda pasajera, porque nunca más lo hicimos, al menos mientras yo estuve en Argentina.

Fue en esta primera quinta en Pilar donde pasé por primera vez varios días fuera de casa. No me acuerdo bien cuantos años tenía (diez u once tal vez) cuando durante unas semanas de verano me fui a vivir a la quinta. El experimento no duró mucho, y terminé volviendo a nuestra casa en la calle Araoz 2256, 5to “B” porque todavía extrañaba. Me llevó de vuelta Luiz Orlando, un brasileño de prominente mandíbula que vivía en Argentina en aquel entonces. Yo, chocho de estar devuelta en casa. Era chico todavía, pero eso no iba a durar mucho...

Alfonso

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