Salmonella al por mayor

Belgrano, 1989-1990

Había terminado mis dos años de formación intensiva (Centro de Estudios) en la Residencia Universitaria Sur. Me ofrecieron quedarme un par de años más y ayudar en la dirección de la casa y la formación de las chicas que venían de todo el país para mejorar su preparación. Así que mientras cursaba cuarto y quinto año de la Facultad, enseñaba latín, doctrina católica, “buenos modales y etiqueta” en la Residencia. En esa casa vivían unas 50 chicas argentinas, paraguayas y bolivianas estudiantes o profesionales recién recibidas, de carreras muy diversas. Y entre ellas muchas estudiantes y residentes de Medicina. La presencia de las doctoras era siempre muy bienvenida... especialmente en una temporadita en la que tuvimos tres epidemias de salmonelosis en el período de año y medio.

Un buen día, de una en una y como gotas que caían de un sachet de suero en la cama de un paciente, empezaron a enfermarse las chicas de la Residencia. Todas tenían los mismos síntomas: dolor muscular, vómitos, problemas intestinales, algo de fiebre... Al principio pensamos que sería algo limitado.. pero el número de caídas iba en aumento. Hasta llegar un momento en que teníamos 30 chicas en la cama!! Mechita Casas (cordobesa y experta en educación, hoy debe ser directora de algún colegio sin duda...) tenía una enorme planilla donde llevaba el control de las comidas, bebidas, remedios, fechas y síntomas de cada una de las chicas. Yo miraba esa planilla con absoluta admiración y se lo decía... a lo que contestaba “si no anoto me olvido!” (Pasaron los años y cuando mis hijos se enferman yo hago lo mismo!! Al fin y al cabo quién puede recordar cuántas veces en medio de la noche le controló la temperatura a su hijo, qué le dio para tomar y qué hora era????)

Mechita y yo recorríamos los pisos de la residencia, cuarto por cuarto, analizando la situación. Una tarde resolvimos llamar a un médico para que tomara las riendas de la epidemia. Nuestras médicas eran buenas, pero estaban muy ocupadas con sus respectivos trabajos. Así que llamé a mi primo Marcelo Franchino que trabajaba en el Hospital Tornú y era profesor en alguna Universidad (creo que la Maimónides). Vino, por hacerme el favor, antes de volver a su casa. Entró y me dijo: “Lola, no voy a ver a las 30... mostráme a la que está peor”. Fuimos al cuarto donde estaba Laura Narváez... pero no la encontramos en su cama... en eso Lenka Zuazo se asomó por la puerta del baño, pálida y ojerosa, y nos dijo con voz casi inaudible “Laurita está desmayada...” terminaba de decir esto cuando se fue desplomando lentamente contra la pared. Llevamos a una y a otra a su cuarto y Marcelo las revisó. Nos dijo “Laura está al borde de la deshidratación... si no mejora en las próximas horas la interno!” Esta vez era yo la que, carpeta en mano, iba tomando nota de todo lo que me decía el doc... “que todas chupen hielos de 7up... tomen mucho líquido.. y mañana a primera hora una de ellas va al Hospital para hacer un estudio, evidentemente todas tienen lo mismo, vamos a confirmar si es salmonella o qué es”. Con su ayuda trasladamos a Laura a la enfermería de la Residencia (era como el cuarto de un hospital!) Y ahí buscó el suero, aguja, etc... y terminó Laurita “enchufada” al líquido que su cuerpo necesitaba con urgencia. Se fue Marcelo y quedó en volver al día siguiente si las cosas no estaban mejores.

Por suerte Mariana (la directora) y las demás “autoridades de la casa” no cayeron en la volada, confirmando así mi teoría del refuerzo inmunológico que recibe una persona cuando no puede enfermarse porque tiene gente a su cargo (quién es la persona que menos se enferma en una casa?? La madre!!si ella se enferma la casa se convierte en un caos...)

Era tragi-cómico cuando estábamos en el oratorio por la mañana y veíamos como en medio de la Misa alguna salía discretamente... Cruzàbamos miradas y marcábamos otra caída en nuestra planilla mental...

A la mañana siguiente de la visita de Marcelo yo estaba en mi oficina tratando de ordenar mi cabeza, cuando sonó el teléfono: “Lola, vení urgente... no estàn ninguna de las médicas y Mariana tampoco!” Subí a la enfermería y vi con estupor el brazo de Laurita... Evidentemente la aguja del suero se había salido de la vena y el líquido se estaba volcando debajo de la piel... Su brazo parecía un globo!!!! No sabía si reírme o poner cara de espanto... Laurita media dormida, débil y enferma me miraba en medio de su sopor... opté por no reírme y fui a lavarme las manos y a buscar una gasa con alcohol. Apoyé la gasa sobre la aguja (como vi hacer mil veces a las personas que sacan sangre en los laboratorios) y la saqué. Enrosqué la vía de plástico y la tiré a la basura! Traté de tranquilizar a la paciente diciéndole que no se preocupara, que ese líquido se iba a absorber solo... “es solo suero, no te preocupes...” mientras pensaba para mí “qué divague!! A gatas sé algo de filosofía... qué hago yo acá trabajando de enfermera???” pero con la mejor de mis caras inexpresivas (de esas que no tengo) dije con mucho aplomo a la chica que me había llamado: “por qué no te fijás si llegó Sandra Hansen de La Plata o Majo Fronteras del Hospital, por favor” y seguí la recorrida por el piso. No veía la hora de irme a la Facultad...

Eran las 3 y media y me subí al colectivo aliviada... por fín! Llegué a la Facultad y me derrumbé en una de las mesas del bar frente a Alejandra y José Ma. “Pequeñita, cómo está tu hospital?”... y yo pasaba el parte médico “se levantaron dos, cayeron tres”.. “vos mantenete de pie, mi pequeña que se acercan los exámenes y vas a tener mucho entre manos...” No quería que me lo recordaran... Después de un café, subí a clase de Filosofía Social (justo lo que necesitaba para recuperar el buen humor)... A la noche al volver el panorama era un poco más alentador. El brazo de Laura estaba bien y ella se encontraba mucho mejor.

Gastamos litros y litros de lavandina en la limpieza de baños, vajilla, ropa de cama... y finalmente la epidemia empezó a aflojar... Terminada esta etapa todas las personas que trabajaban en la cocina se hicieron estudios para determinar si alguna no era portadora de la “salmonella”. Mechita y yo no veíamos la hora de dejar de repartir bandejas de comida que volvían intactas a la cocina... Una vez que las cosas estuvieron medianamente bajo control nos fuimos a Freddo a tomar el helado más grande que sirvieran y descansar un rato. Y recordar los mil detalles que no vuelco en este artículo para bienestar de los lectores.

Lamentablemente la epidemia se repitió a los 6 meses. Pero esta vez ya estábamos re cancheras... y la tercera vez... casi, casi me toca caer a mí... Estaba cursando el último semestre de mi carrera, preparaba exámenes finales y parciales a la vez y estaba haciendo las prácticas docentes... Se ve que el esfuerzo me tenía un poco debilitada y la maldita bacteria me atacó... Por suerte no fue muy fuerte y con dos días de no comer y de dormir sin parar, pude estar de pie el lunes siguiente para ir a la Facultad.

Esas epidemias fueron una buena experiencia, porque aprendí que en caso de catástrofe generalizada, con higiene y organización se puede ganar mucho terreno! Y una vez más agradecí al Cielo que me haya puesto en este mundo al final del S XX, donde los conocimientos médicos están tan avanzados y hay tantas herramientas para hacerle frente a la enfermedad. Se imaginan una epidemia como esta hace 200 años? Hubieran terminado todas muertas....

Dolores

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