Verano en Mascardi

Villa Mascardi, Diciembre 1991 - Enero 1992

Se iba a cumplir casi un año de mi vuelta a Argentina. En Beccar Varela Diseños (“La Empresita”) estábamos con mucho trabajo, pero claramente el emprendimiento no iba a levantar vuelo para convertirse en nada serio. En otro frente, mis tímidas tentativas de conocer chicas habían resultado en caminos sin salida. La verdad era que yo me sentía incómodo e inseguro. Sin trabajo, sin un pasado común, desconectado de los temas que a ellas les interesaba, mis “dates” se reducían a un par de cafés y a invitarlas al cine. A la segunda o tercera vez, eran ellas que con alguna gentil excusa ponían fin a mis esfuerzos, para que el circo empiece nuevamente con otra…

Fue en este contexto cuando me enteré en Diciembre que Tio Cosmín se había comprado una cabaña frente al lago Mascardi y que Isidro estaba viajando para pintarla y acomodar todo antes que sus padres fueran ahí a pasar el verano. Me pareció una oportunidad bárbara para alejarme de Buenos Aires y pasar unas semanas tranquilo en Bariloche. Tal vez el aire limpio me ayudaría a despejar mi mente y pensar en el futuro…

Yo ya había estado en Bariloche antes (ver artículo sobre la maldición al Obispo de Viedma) y en mis frecuentes visitas a lo de Santiago y Mónica había oído muchos cuentos (y visto videos) sobre la cabaña que estos ya tenían frente al lago. Pero nunca antes había ido al sur en plan de vacaciones, y ni que hablar así “solos”, sin un mayor que nos controlase o marcase el paso.

Durante los preparativos, se plegó al viaje otro primo mío, Tomás Delacre. Tomás es uno de esos primos que conocí más de grande. Cuando frecuentábamos lo de Abuelo y Máma la diferencia de edad era tal que no había juegos en común. Además, viviendo en el centro (y en la TFP) no era que mis padres tuvieran mucha relación con Santiago y Paloma. En esta época en la que yo estaba re-encontrando a gran parte de mi familia, Tomás vivía con sus padres en una muy linda casa en San Isidro y compartía un cuarto – independiente del resto de la casa – con su hermano Jaime. De más está decir que para mi, recién salido de la TFP y con una formación bastante estricta, el cuarto de Tomás, empapelado como estaba con fotos de Claudia Schiffer en distintas poses provocativas me llamaba bastante la atención. Pero bueno… ¡había que acostumbrarse!

Fotos o no fotos, me hice amigo de Tomás que a su manera también hacia lo posible para que yo me sienta cómodo. Supongo que él, como muchos otros, me trataba como alguien que había salido de una cápsula de tiempo y que tenía que actualizarse, o al menos enterarse, de cómo eran las cosas en el mundo real. Me acuerdo que coleccionaba unos CDs con los éxitos de cada año, los “NOW!”, y en su equipo de música me ponía músicas varias para ver cuáles me gustaban y porqué. Yo, que ya en Sudáfrica oía por mi cuenta música rock cuando manejaba solo en auto de la TFP, no iba a admitir así tan fácil que la música pop me parecía bien, y me hacía el conservador objetando a esta o aquella música. Pero cuando me puso un remix de “I get lonely… living on my own” de Freddy Mercury no me quedó otra que rendirme (casi incondicionalmente) a las melodías y ritmo de Queen y Freddy. De hecho me sentía bastante identificado con esta y otras letras de las músicas de Queen… “Under Pressure” (!si lo sabré yo!”) “Time waits for no one” (en la TFP hablábamos de “tempus fugit”) o “The Show Must go On” (¡mi vida entera!).

Como parte de los preparativos del viaje, Isidro se había comprado una tabla de windsurf y se había ofrecido a llevar al sur un velerito “clase Q” que tenía Santiago en su casa. ¡No vaya a ser que pasemos unos días en Mascardi sin divertirnos! Así que cuando llegó la tarde de la partida, pasamos a buscarlo a Tomás a su casa con el Flacon repleto de cajas, bolsos y valijas, y atado al techo un velero, mástil y tablas de surf… ¡Todo un espectáculo!

A las instrucciones que yo había recibido de Tio Cosmín sobre cómo debía comportarse Isidro, se sumaron las de Paloma para su hijo Tomás. Como primo mayor, se suponía que yo tenía que controlar a estos dos. No lo conocía demasiado a Tomás, pero no tenía la menor ilusión mi habilidad de controlarlo a Isidro, que me constaba entraba y salía de su casa a la hora que le daba la gana. La verdad sea dicha que me sentía totalmente eximido de responsabilidad cuando su propio padre no lo controlaba en su casa… ¡Que iba a hacer yo! (En la foto, de izquierda a derecha Carlos, Rodrigo, Tomás, yo, Isidro y Palomita el día de la partida, frente al Falcon recargado).

Emprendimos el camino al sur, los tres sentados en el asiento de adelante (el de atrás estaba lleno de cosas) y enfilamos hacia la chacra de los Delacre en el valle del Río Negro, si no me equivoco cerca de Villa Regina. Ahí paramos a dormir una noche, y me acuerdo que los caseros nos prepararon unas tortas fritas muy ricas. Seguimos viaje, y previo paso por un supermercado en Bariloche para comprar comida, llegamos a la cabaña una lluviosa tarde de Diciembre.

Obviamente la llave que teníamos no funcionaba y ya se había hecho de noche cuando finalmente logramos abrir la puerta (creo que cerrajero de por medio). Así que sin desensillar demasiado estacionamos el Falcon debajo de un techito frente a la entrada y nos repartimos unas cuchetas que se ocultaban del living-comedor mediante unas cortinas marrones.

Pasamos el primer día explorando los alrededores (incluyendo la cabaña vecina y vacía de Santiago), desempaquetando las cosas, limpiando un poco la casa, juntando madera para la chimenea y otras actividades varias. Obviamente yo estaba exhausto cuando llegó la noche y supuse que los otros dos también estaban… Craso error. Ya habían decidido ir a un boliche en Bariloche y ahí me quedé, después de haber extraído todo tipo de promesas de buen comportamiento, sólo en la cabaña.

La lluvia que duró varios días nos vino bárbaro, porque no era muy motivante salir afuera, y así pintamos toda la cabaña. Y comíamos. Comíamos como heleogábalos. Me acuerdo de una bandeja enorme que en Buenos Aires seguramente se usaba para servir a ocho personas, llena con una montaña de puré y rodeada de milanesas, que traíamos de la cocina a la mesa y la comíamos toda. También aprendí ahí en Mascardi que no se pueden hacer huevos duros en un microondas…

Entre comidas, charlas, música, chupi y más comida, la verdad que lo pasámos muy bien. Eventualmente mis activos primos se cansaron de esperar a que pare la lluvia y decidieron ir a probar la tabla de windsurf en las heladas aguas del brumoso lago Mascardi. Cuando Isidro se compró la tabla en San Isidro o Martínez, le habían preguntado cuanto sabia de windsurf, ya que había distintos tipos de tablas para distintos niveles de destreza. Obvio que Isidro se compró una profesional de carrera, ¡sin haber nunca puesto sus pies antes en una tabla de windsurf! ¡Y así le fue! La tabla se le hundía antes de generar suficiente velocidad para permanecer a flote, y, que yo sepa, ni Tomás ni Isidro dominaron el arte del windsurf esa temporada. Yo ni traté.

Si la comida había sido el principal atractivo de la estadía hasta entonces, la comida de Navidad – después de misa en los salesianos donde cantaron el Padre Nuestro al ritmo de una música de Paul Simon – fue un lujo. La verdad que no me acuerdo exactamente cuantos platos y que comimos, pero seguro que fue de lujo. Me acuerdo que Tomás me regaló un casete de Plácido Domingo (o Pavarotti).

Entre Navidad y Año Nuevo, Santiago, Mónica y las chicas (incluyendo a Clarita de invitada, que sacó esta foto) llegaron de Buenos Aires. Gracias a Santiago que me prestó la máquina de cortar pasto que guardaba en su altillo, pude dedicarme (ahora que ya habían salido el sol y los tábanos) a cortar el pasto del parque. Y en eso estaba cuando llegaron Tio Cosmín y Tia Josefina.

Lamentablemente el primero no estaba de muy buen humor, porque Isidro, con su improvisación habitual, había calculado mal el tiempo que le llevaría llegar al aeropuerto previo paso por la lavandería. Si mal no recuerdo, se cansaron de esperar y se tomaron un taxi del aeropuerto a Mascardi. Bajo la óptica de Tío Cosmín, era totalmente inaceptable que Isidro, que había viajado de Buenos Aires, en su auto, para arreglar la casa y recibirlos, no hubiera sido capaz de llegar al aeropuerto en hora. Bajo la óptica de Isidro, el incidente no tenía mayor importancia, ya que por lo visto estaba acostumbrado a estos desencuentros.

Seguramente cuando Tío Cosmín llegó enojado en taxi, no estaba en condiciones de distinguir entre la impuntualidad de Isidro y el trabajo que habíamos hecho (y que de hecho yo estaba haciendo en ese momento cortando el pasto) arreglando su casa. Me dijo de todo, que éramos unos irresponsables y no se cuantas cosas más… Claro que no me causó mucha gracia pero seguí cortando el pasto suponiendo que tarde o temprano cambiaría de humor. Dejé de ser el foco de su enojo cuando llegaron Isidro y Tomás (este último prudentemente cruzó el cerco y se fue a lo de Santiago…) y a mi me mandó a Bariloche a hacer unas compras, entre ellas – ya no me acuerdo para qué – cola de carpintero.

Evidentemente a mi regreso los ánimos no se habían calmado aún. Ligué más retos porque no sabía – según él – lo que era cola de carpintero, pese a que el ferretero me había dado exactamente eso. A esa altura yo ya había tenido suficiente de esta pataleta, y aproveché la primera oportunidad para cruzar también el cerco y refugiarme en lo de Santiago, donde la cosa estaba más tranquila. De hecho, ahora que había tanta gente en ambas casas, me armé mi carpa atrás de la casa de Santiago, y ahí pasé el resto de mis días en Mascardi, que fueron muy agradables. Y hasta Tio Cosmín, después de unos días de golf en Arelauquen ¡ya había recuperado el buen humor!

Tengo que mencionar que cuando vino de Buenos Aires, Santiago me trajo una carta que me había llegado a casa, escrita por Joan Osborn, mi jefa en Kelly en Johannesburgo. En esa carta (que conservo al día de hoy), Joan me contaba que desde mi renuncia un año atrás habían tenido tres o cuatro personas en mi puesto, pero que ninguna hacía las cosas tan bien como las hacía yo. “Seguramente ya estás muy bien instalado y contento en Argentina” me escribía “pero si no lo estuvieras, sabé que si te interesa volver, nombrá el sueldo que quieras y te contratamos de vuelta”.

Esa carta cerró mi primera vuelta a Argentina. Mi sueño de “instalarme” no se había dado. Seguia – pese al cariño de muchos – siendo “sapo de otro pozo”, y a las dos semanas de volver a Buenos Aires, estaba en un avión hacia Johannesburgo, donde pasaría un año más.

Para Isidro, el viaje a Mascardi fue más productivo. La conoció a Carolina y, como su futura mujer se iba a Punta del Este, agarró el Falcon (ahora más vacío) y con Raúl Gómez Alzaga se fueron a Punta del Este a pasar el resto del verano. (En la foto estoy en el medio de un grupo de amigos camino al Tronador).

Alfonso

Comentarios

Anónimo dijo…
Salimos el 16 de diciembre de 1991 y nos fuimos de Mascardi cerca del 10 de enero 1992. Llovió hasta el 24/12 y partír de ese día, ni una sola nube. En navidad comimos un peceto al horno con toneladas de puré. Nos pasábamos el día jugando a la canasta. Isidro la conoció a Caro en Puerto Blest a donde fuimos en una regata. Carolusa estaba de novia!!!!! La invitada a lo de Santiago era Clara, no Esperanza. Isidro y Raúl se fueron a Punta del Este, via San Juan (campo de los Von Wuthenau). Tengo muchas fotos de este viaje y te las voy a mandar o subir a la web. Fueron mis mejores vacaciones. ¿Te acordás cuando Isidro se cortó el dedo con un cuchillo tramontina y yo se lo pegué con La Gotita? Pobre Santiago, le rompimos la bordeadora y la motosierra. Eramos tan cuidadosos ...!!!

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