Noche de Terror
Colonia del Sacramento, mayo 1996
En abril se casó mi prima Magdalena y en la fiesta conocí a Sebastián. Había ido acompañando a Ana, amiga de la novia, y me rescató gentilmente de los brazos de un cordobés pasado de copas quien había decidido acaparar mi atención durante el baile. Conversamos mucho en el jardín de la quinta de los Bosch en el Tigre, y hablando de todo un poco le conté que nunca había ido a Colonia. A los pocos días me llamó para invitarme a ir con él, por el día, el Primero de Mayo.
Él vivía en Adrogué y yo en San Isidro, así que acordamos encontrarnos en Retiro muy temprano a la mañana para tomar el Buquebus a Colonia. Al alba, literalmente, nos encontramos y para mi sorpresa (sería la primera de una jornada de bajo presupuesto) en vez de ir en taxi o colectivo fuimos caminando hasta la terminal del barco. Sacamos los pasajes y nos embarcamos. Caminábamos por la cubierta y me di cuenta que él era bastante más bajo que yo. En la fiesta lo había atribuido al hecho de que yo usaba zapatos con tacos altos... pero ahora yo tenía zapatillas y, aún así, no me alcanzaba. Pero la conversación era amena y entretenida y lo estaba pasando bien. Hablamos por horas del trabajo, la familia, los proyectos, los amigos... y por primera vez en mi vida, me encontraba con un hombre al que le gustaba hablar casi tanto como a mí!!
Llegamos a Colonia, paseamos un poco por la parte antigua de la ciudad, almorzamos en un lindo restaurante, y después caminamos más de una hora para llegar a una playa que él me quería mostrar. Ahí me contó de la última novia que había tenido y los mil y un dramas de una relación que no había prosperado. Creo que fue ahí en la playa cuando empecé a sentirme un poco molesta... estaba haciendo un trabajito de psicóloga cuando había esperado ser agasajada por un caballero con cierto interés “galante”. Poco a poco me fui dando cuenta de que a la falta de “química” se le agregaban más elementos... minuto a minuto, el interés inicial se iba esfumando... Y ya para cuando empezamos a caminar rumbo a la ciudad antigua otra vez, yo caminaba rápido estirando mis piernas lo más posible con pasos largos y fuertes. El pobre petiso hacía buenos esfuerzos para mantener el ritmo, y supongo que las horas de fútbol, que todo chico argentino tiene en su currículo, le habrán servido en este momento.
Eran las 5 más o menos y nos sentamos a conversar en de la escollera. En eso me dijo: “no entiendo por qué no querés verla a Ana... me dijo que estabas enojada con ella y que estabas manteniendo distancia... qué pasó?” Inmediatamente me enojé más con Ana... Cómo explicarle a Sebastián que su amiga era lesbiana y lo mantenía en secreto. Cómo hacerle ver que la señorita malinterpretó mi amabilidad al reencontrarnos después de 4 años, como “interés”. Cómo recordarle que en el casamiento de Maga, Ana se había enojado porque en vez de “darle bolilla” yo había estado bailando divertidísima con Sebastián y el cordobés. Cómo trasmitirle mi desagrado cuando al preguntarle a Ana si me podía garantizar que íbamos a ser amigas y “que no iba a tener otros intereses conmigo” me había contestado que “no puedo prometerte eso!”. Tenía ganas de echarle en cara toda la problemática de “su” amiga para limpiar mi imagen de amiga desleal y traidora... imagen que no me gustaba nada poseer... Pero un cierto sentido de decencia y lealtad me llevaron a callar. Si ella era su amiga tendría que contarle su secreto ella misma. Así que me limité a decirle “es Ana la que tiene que darte explicaciones.. y supongo que algún día lo vas a entender”... Y seguí mirando el romper de las olas de mi queridísimo Río de la Plata.
Empezaba a oscurecer y Sebastián sugirió que enfiláramos hacia el puerto para tomar el barco de vuelta. Llegamos y el barco estaba soltando amarras!!!!! Corrí y estaba por saltar para subirme (se había alejado solo medio metro del muelle) cuando sentí un tirón en el brazo. “Estás loca? Ni se te ocurra saltar!” Lo miré con cara de pocos amigos y creo que desde ese momento no lo miré a los ojos por el resto de la jornada. Averiguamos en la oficina y nos dijeron que el siguiente barco zarpaba a las 2 de la mañana!!! Eran las 7.30 de la tarde. Yo estaba realmente molesta... muy molesta. Tenía que estar dando clase a las 8 de la mañana... me esperaba Claudia en su casa para comer y quedarme a dormir... la idea de pasar seis horas más con Sebastián en Colonia no me resultaba un programa muy tentador... Busqué un teléfono público y le avisé a mi amiga que no iba a ir esa noche.. en cambio me quedaba a pasar la noche en Uruguay con mi amigo!!! No hacía falta ser muy mal pensado para emitir un comentario irónico u horrorizado.. Y mi amiga era muy conservadora.. así que sé que pensó lo peor de mí... A esa altura me importaba poco.
Volvimos sobre nuestros pasos hacia el casco histórico. Era de noche y una niebla bien espesa cubría la ciudad. Caminábamos por las calles irregulares de adoquines iluminadas pobremente con unos faroles coloniales. La imaginación fácilmente me hacía esperar la aparición de un misterioso Conde Drácula en cada zaguán de las casas antiguas, tapándose con su capa y su galera para protegerse de la humedad y de la curiosidad de los turistas. En un gesto inusitado, digno de Drácula, Sebastián cortó una flor de una planta y me la puso en el pelo. Lo agradecí y seguí caminando por las callecitas tenebrosas. En mi cabeza iba levantando con la mano el vestido y sus enaguas para evitar tropezar en el cordón de la vereda. La niebla era densa... muy densa y la humedad estaba empezando a rodear mi cabeza de una corona de rizos que con la luz mortecina parecían de fuego. Necesitaba mi capa de terciopelo con capucha... pero dónde estaba? Y una vez más, mi estimado Sebastián me arrebató de mi ensoñación para devolverme a la cruda realidad de ser dos “giles” que perdieron un barco y necesitaban comer algo para enfrentar las horas que se avecinaban.
Después de comer frugalmente (yo tomé solo un vaso de leche) volvimos a la terminal de Buquebus y nos sentamos en los “comodísimos” bancos de hormigón de que estaba dotada la sala de espera. Yo quería que alguien me consolara... que alguien se hiciera cargo de mi cansancio y frustración. Definitivamente no encontraba en mi acompañante esa contención y mi frustración iba en aumento... Pasaron las horas y finalmente nos subimos al barco rumbo a Buenos Aires. Al desembarcar llamé a mi trabajo para avisar que había tenido un accidente y que no podía ir a dar clases (faltaba hora y media para que llegaran mis alumnos y yo estaba a-go-ta-da!). Así que me despedí de Sebastián y volví a mi casa con mil historias de una cita catastrófica!!!
Al mes y medio conocí a Alfonso y nunca más me encontré con Sebastián para tomar ningún café, en ningún lugar de la ciudad, como habíamos hecho solo una vez dándonos otra oportunidad después del viaje a Colonia. Pero al empezar a repartir las participaciones de nuestro casamiento, les mandé a Sebastián y Ana una, notificándoles de mis venturosos cambios de vida. Recibí un llamado de teléfono de Ana, tratando de disuadirme de casarme “tan pronto”... llamado al que no le di la menor trascendencia.
Un día, al terminar de dar clase, fui a buscar a mi novio para ir juntos al cine. Al llegar a su casa, su madre me entregó una carta que había llegado para mí. Caminamos hasta el Paseo Alcorta, sacamos las entradas y fuimos a comer una torta enorme en un café que había ahí. Mientras disfrutaba de mi porción de torta de chocolate (cuatro cortes de mousse en un biscochuelo esponjoso y húmedo!!!! Bañada con una crema brillante de chocolate semiamargo!!! Mmmmmm... un manjar!) abrí la carta que me diera mi futura suegra. Era de Ana. Volvía a decirme que mi decisión de contraer matrimonio era apresurada y, por consiguiente, iba a resultar un fracaso... Terminé la torta, hice un bollito con la carta y camino a la entrada del cine lo tiré en un tacho de basura... I´m sorry!
Dolores
En abril se casó mi prima Magdalena y en la fiesta conocí a Sebastián. Había ido acompañando a Ana, amiga de la novia, y me rescató gentilmente de los brazos de un cordobés pasado de copas quien había decidido acaparar mi atención durante el baile. Conversamos mucho en el jardín de la quinta de los Bosch en el Tigre, y hablando de todo un poco le conté que nunca había ido a Colonia. A los pocos días me llamó para invitarme a ir con él, por el día, el Primero de Mayo.
Él vivía en Adrogué y yo en San Isidro, así que acordamos encontrarnos en Retiro muy temprano a la mañana para tomar el Buquebus a Colonia. Al alba, literalmente, nos encontramos y para mi sorpresa (sería la primera de una jornada de bajo presupuesto) en vez de ir en taxi o colectivo fuimos caminando hasta la terminal del barco. Sacamos los pasajes y nos embarcamos. Caminábamos por la cubierta y me di cuenta que él era bastante más bajo que yo. En la fiesta lo había atribuido al hecho de que yo usaba zapatos con tacos altos... pero ahora yo tenía zapatillas y, aún así, no me alcanzaba. Pero la conversación era amena y entretenida y lo estaba pasando bien. Hablamos por horas del trabajo, la familia, los proyectos, los amigos... y por primera vez en mi vida, me encontraba con un hombre al que le gustaba hablar casi tanto como a mí!!
Llegamos a Colonia, paseamos un poco por la parte antigua de la ciudad, almorzamos en un lindo restaurante, y después caminamos más de una hora para llegar a una playa que él me quería mostrar. Ahí me contó de la última novia que había tenido y los mil y un dramas de una relación que no había prosperado. Creo que fue ahí en la playa cuando empecé a sentirme un poco molesta... estaba haciendo un trabajito de psicóloga cuando había esperado ser agasajada por un caballero con cierto interés “galante”. Poco a poco me fui dando cuenta de que a la falta de “química” se le agregaban más elementos... minuto a minuto, el interés inicial se iba esfumando... Y ya para cuando empezamos a caminar rumbo a la ciudad antigua otra vez, yo caminaba rápido estirando mis piernas lo más posible con pasos largos y fuertes. El pobre petiso hacía buenos esfuerzos para mantener el ritmo, y supongo que las horas de fútbol, que todo chico argentino tiene en su currículo, le habrán servido en este momento.
Eran las 5 más o menos y nos sentamos a conversar en de la escollera. En eso me dijo: “no entiendo por qué no querés verla a Ana... me dijo que estabas enojada con ella y que estabas manteniendo distancia... qué pasó?” Inmediatamente me enojé más con Ana... Cómo explicarle a Sebastián que su amiga era lesbiana y lo mantenía en secreto. Cómo hacerle ver que la señorita malinterpretó mi amabilidad al reencontrarnos después de 4 años, como “interés”. Cómo recordarle que en el casamiento de Maga, Ana se había enojado porque en vez de “darle bolilla” yo había estado bailando divertidísima con Sebastián y el cordobés. Cómo trasmitirle mi desagrado cuando al preguntarle a Ana si me podía garantizar que íbamos a ser amigas y “que no iba a tener otros intereses conmigo” me había contestado que “no puedo prometerte eso!”. Tenía ganas de echarle en cara toda la problemática de “su” amiga para limpiar mi imagen de amiga desleal y traidora... imagen que no me gustaba nada poseer... Pero un cierto sentido de decencia y lealtad me llevaron a callar. Si ella era su amiga tendría que contarle su secreto ella misma. Así que me limité a decirle “es Ana la que tiene que darte explicaciones.. y supongo que algún día lo vas a entender”... Y seguí mirando el romper de las olas de mi queridísimo Río de la Plata.
Empezaba a oscurecer y Sebastián sugirió que enfiláramos hacia el puerto para tomar el barco de vuelta. Llegamos y el barco estaba soltando amarras!!!!! Corrí y estaba por saltar para subirme (se había alejado solo medio metro del muelle) cuando sentí un tirón en el brazo. “Estás loca? Ni se te ocurra saltar!” Lo miré con cara de pocos amigos y creo que desde ese momento no lo miré a los ojos por el resto de la jornada. Averiguamos en la oficina y nos dijeron que el siguiente barco zarpaba a las 2 de la mañana!!! Eran las 7.30 de la tarde. Yo estaba realmente molesta... muy molesta. Tenía que estar dando clase a las 8 de la mañana... me esperaba Claudia en su casa para comer y quedarme a dormir... la idea de pasar seis horas más con Sebastián en Colonia no me resultaba un programa muy tentador... Busqué un teléfono público y le avisé a mi amiga que no iba a ir esa noche.. en cambio me quedaba a pasar la noche en Uruguay con mi amigo!!! No hacía falta ser muy mal pensado para emitir un comentario irónico u horrorizado.. Y mi amiga era muy conservadora.. así que sé que pensó lo peor de mí... A esa altura me importaba poco.
Volvimos sobre nuestros pasos hacia el casco histórico. Era de noche y una niebla bien espesa cubría la ciudad. Caminábamos por las calles irregulares de adoquines iluminadas pobremente con unos faroles coloniales. La imaginación fácilmente me hacía esperar la aparición de un misterioso Conde Drácula en cada zaguán de las casas antiguas, tapándose con su capa y su galera para protegerse de la humedad y de la curiosidad de los turistas. En un gesto inusitado, digno de Drácula, Sebastián cortó una flor de una planta y me la puso en el pelo. Lo agradecí y seguí caminando por las callecitas tenebrosas. En mi cabeza iba levantando con la mano el vestido y sus enaguas para evitar tropezar en el cordón de la vereda. La niebla era densa... muy densa y la humedad estaba empezando a rodear mi cabeza de una corona de rizos que con la luz mortecina parecían de fuego. Necesitaba mi capa de terciopelo con capucha... pero dónde estaba? Y una vez más, mi estimado Sebastián me arrebató de mi ensoñación para devolverme a la cruda realidad de ser dos “giles” que perdieron un barco y necesitaban comer algo para enfrentar las horas que se avecinaban.
Después de comer frugalmente (yo tomé solo un vaso de leche) volvimos a la terminal de Buquebus y nos sentamos en los “comodísimos” bancos de hormigón de que estaba dotada la sala de espera. Yo quería que alguien me consolara... que alguien se hiciera cargo de mi cansancio y frustración. Definitivamente no encontraba en mi acompañante esa contención y mi frustración iba en aumento... Pasaron las horas y finalmente nos subimos al barco rumbo a Buenos Aires. Al desembarcar llamé a mi trabajo para avisar que había tenido un accidente y que no podía ir a dar clases (faltaba hora y media para que llegaran mis alumnos y yo estaba a-go-ta-da!). Así que me despedí de Sebastián y volví a mi casa con mil historias de una cita catastrófica!!!
Al mes y medio conocí a Alfonso y nunca más me encontré con Sebastián para tomar ningún café, en ningún lugar de la ciudad, como habíamos hecho solo una vez dándonos otra oportunidad después del viaje a Colonia. Pero al empezar a repartir las participaciones de nuestro casamiento, les mandé a Sebastián y Ana una, notificándoles de mis venturosos cambios de vida. Recibí un llamado de teléfono de Ana, tratando de disuadirme de casarme “tan pronto”... llamado al que no le di la menor trascendencia.
Un día, al terminar de dar clase, fui a buscar a mi novio para ir juntos al cine. Al llegar a su casa, su madre me entregó una carta que había llegado para mí. Caminamos hasta el Paseo Alcorta, sacamos las entradas y fuimos a comer una torta enorme en un café que había ahí. Mientras disfrutaba de mi porción de torta de chocolate (cuatro cortes de mousse en un biscochuelo esponjoso y húmedo!!!! Bañada con una crema brillante de chocolate semiamargo!!! Mmmmmm... un manjar!) abrí la carta que me diera mi futura suegra. Era de Ana. Volvía a decirme que mi decisión de contraer matrimonio era apresurada y, por consiguiente, iba a resultar un fracaso... Terminé la torta, hice un bollito con la carta y camino a la entrada del cine lo tiré en un tacho de basura... I´m sorry!
Dolores
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