Luna de Miel

Bariloche, Marzo 1997

Manejando el Jaguar “bordeaux” de mi primo Isidro, empezamos nuestro viaje de Luna de Miel el 16 de Marzo. Hicimos una parada en la Basílica de Luján, a oír nuestra primera misa dominical de casados, y a encomendar la nueva familia a la protección a la Virgen Patrona de la Argentina. Nos dirigíamos a Bariloche, ya que dos de mis tíos, Santiago y Emilio Beccar Varela habían insistido que usemos sus cabañas en los lagos Mascardi y Gutiérrez respectivamente.

Contábamos con la “Guia Emilín” para mostrarnos el camino. Esta imitación casera de la mundialmente conocida Guía Michelín había sido diseñada por Lucas Beccar Varela (hijo de Emilio), que nos la prestó para mostrarnos los puntos importantes de la ruta. Siguiendo sus indicaciones, no tardamos en encontrar una parada en la Ruta 5, supuestamente famosa por la calidad de sus sándwiches, y ahí nos pertrechamos de sendos pebetes de jamón y queso con mayonesa, para darnos energía hasta Neuquén.

En la Provincia de La Pampa tuve oportunidad de disfrutar la calidad del Jaguar que manejaba. El control de velocidad crucero, la computadora de abordo indicando consumo de nafta y velocidades promedio, las mullidas butacas de cuero beige, y un agarre a la ruta muy superior a lo que el tamaño del auto dejaba suponer, hicieron de ese tramo del camino una placentera experiencia digna de ser recordada. Como todo en la vida, el placer se terminó pagando en una estación de servicio YPF en General Acha, cuando mi billetera se vació con la misma velocidad que el enorme tanque de nafta del Jag se fue llenando.

El Hotel que nos había recomendado Santiago en Neuquén no fue gran cosa. Demasiado cerca de la ruta que aportaba su constante ruido de camiones, y para peor el cuarto que nos dieron no tenía aire acondicionado, por lo que estuvimos bastante incómodos. De todas maneras aprovechamos para comer muy bien en el restaurante del Hotel, y la verdad que la calidad del hotel no nos importaba entonces. Lo importante era estar juntos, y eso sí estábamos.

Fue a la tarde siguiente (previa parada en el supermercado Norte de Bariloche) que llegamos a la cabaña de Emilio en Arelauquen, frente al Lago Gutiérrez. Yo ya la conocía de un viaje anterior de soltero, y la verdad que tiene una vista espectacular, que no se desperdicia gracias a unos grandes ventanales de vidrio y ubicación privilegiada en la ladera de una montaña. Ahí pasamos nuestra primera semana de casados, sin importarnos mucho la frecuente llovizna y el poco sol. De hecho, tenía conmigo el grueso volumen de la última novela de Tom Clancy, “Ordenes Ejecutivas”, y ¡qué recién casado necesita otra cosa para pasar una luna de miel agradable!

A la semana manejamos los escasos kilómetros que nos separaban de la cabaña de Santiago en el Lago Mascardi. Esta nos estaba esperando muy bien arreglada a pedido de los dueños de casa, incluyendo champagne en la heladera, leña en la chimenea y flores en el cuarto. Pronto conocimos a los Morixe, una pareja de ex-porteños que estaban radicados en Mascardi y se ganaban unos pesos cuidando y arreglando casas de dueños ausentes, y eran los responsables de todos los agradables arreglos que habíamos visto en la cabaña. Nos invitaron a comer una noche, y la verdad que la combinación de pisco y vinos chilenos probó ser demasiado para mí, y al día de hoy no se como logré manejar el Jaguar devuelta, en medio de la noche y por tortuosos caminos, a nuestro destino.

Pero sacando el mal momento de una indigestión inducida por sobreabundancia de alcohol, también pasamos unos días espléndidos en Mascardi. Nos sentábamos en el “deck” a tomar el té, recorrimos los alrededores (y nos desilusionamos mucho con El Bolsón), y hasta nos armamos un viajecito desde Bariloche a Puerto Bless, donde pasamos una noche en la hostería del lugar.

Llegado el día del regreso, madrugamos y aún de noche partimos de Mascardi, dejando atrás dos semanas memorables y listos para encarar tantos proyectos juntos en nuestro flamante departamento de la calle Austria. No nos imaginábamos que el Jaguar todavía nos daría uno de los recuerdos más memorables de nuestra luna de miel. Efectivamente, en las cercanías de Piedra del Aguila, empecé a notar problemas en el motor de la máquina que hasta ese momento había sido un placer manejar. Falta de potencia y un fuerte pistonear si la velocidad excedía los 60/kph eran los síntomas de que algo estaba muy mal. Naturalmente, el par de estaciones de servicio que encontramos en el camino miraban atónitos y admirados el motor del auto, pero ni siquiera tenían las herramientas correctas para desarmar nada, ni que hablar de hacer un diagnóstico del problema.

Así que no nos quedó otra que seguir, bien despacito, hasta Neuquén, donde un domingo a la mañana convencimos a un mecánico de una concesionaria Renault, a abrir su garage y tratar un arreglo. Pese a tener un taller más sofisticado que las estaciones del ACA en la ruta, este buen hombre también se vió derrotado por la complejidad tecnológica del motor del Jag, y nos derivó a su vez a un especialista que, tal vez motivado por la rara oportunidad que se le ofrecía de poner las manos en este exótico auto inglés, se dispuso a ver que estaba pasando.

No tardó en hacer un diagnóstico correcto. Se nos había roto la junta de la tapa de cilindros, de tal manera que dos de los seis quedaron anulados, pero con la buena suerte de que no se produjo una pérdida de aceite. Me dijo que si viajaba entre 50 y 60 kph el auto andaría bien (como ya lo había notado) y que lo mejor que podía hacer era seguir viaje a Buenos Aires, ya que en Neuquén nadie tenía ni las herramientas ni los repuestos para efectuar un arreglo.

Resignados, nos subimos al auto y reanudamos el viaje. En un par de horas encaramos la Ruta del Desierto, esa línea recta de 200 kilómetros que corta La Pampa. Conciente que el viaje sería largo, le pedí a Dolores que tome el volante, con la esperanza de descansar un poco. Pero en pocos minutos nos salimos del camino dos veces, y di por terminada mi tentativa de siesta, retomando el volante hasta nuestra llegada a Buenos Aires.

Hacer la Ruta del Desierto en un espléndido Jaguar a 50kpm fue una experiencia humillante. Cualquier vehículo que rodara nos pasó, y era divertido mirar la cara de asombro de los que lo hacían, seguramente intrigados por la rara oportunidad de pasar a, en lugar de ser pasados por, el lastimado Jaguar. El último clavo lo dio un viejo y destartalado Citroen 2CV, que a unos agónicos 60kph todavía viajaba más rápido que nosotros. Para empeorar el cuadro, el aire acondicionado, que de entrada no anduvo bien, finalmente dejó de funcionar. Las ventanas abiertas no hacían mucho por bajar la temperatura, y no nos quedó otra que reírnos juntos cuando vimos en el asiento de atrás una bola de chocolate derretido de la que sobresalían unos deditos... Era todo lo que quedaba de un simpático monito de chocolate que habíamos comprado en Bariloche y llevábamos de regalo a Buenos Aires.

Ya era noche cerrada cuando en Santa Rosa, capital de La Pampa, nos preguntamos si parábamos a dormir o dábamos el último estirón hasta casa. Yo tenía miedo de parar y que el motor una vez frío ni siquiera arranque, así que seguimos por la Ruta 5 hacia nuestro destino. Viajabamos – siempre clavados a 50kpm gracias a un muy exacto control automático de velocidad crucero – con esa ventana de techo abierta, por la que veíamos las estrellas... ¡muy romántico! Y si nos habían quedado cosas sin hablar durante el noviazgo o dos semanas de luna de miel, terminamos de tocar todo y cualquier tema esa noche. Dolores, siempre de palabra fácil, se lució esa noche haciendo un esfuerzo para mantenerme despierto.

Pero yo ya llevaba más de 20 horas manejando y sin dormir, por lo que mi cansancio me deparó la primera (y Dios quiera última) alucinación de mi vida. Efectivamente, vi con mis propios ojos, como una butaca se caía de la ventana de un ómnibus que nos pasó raudo a eso de las tres de la mañana. Solo que la butaca no existió en ningún otro lugar que mi imaginación. Las cercanías de Lujan, y finalmente la Autopista del Buen Ayre anunciaron la proximidad de lugares conocidos, y con un último esfuerzo llegamos al garaje donde guardamos el auto. En pocos minutos (previa desconexión del teléfono “just in case”) estábamos los dos fritos. Había manejado durante 26 horas sin dormir, un record que no he superado aún.

Nuestra vuelta a Buenos Aires no fue sin su secuela de problemas. Durante nuestra ausencia, divergencias en el Directorio de Puerto Trinidad habían culminado en una pelea bastante desagradable entre mis tíos e Isidro, y los dos que tan generosamente me habían ofrecido sus casas ahora no me hablaban ya que yo seguía en Puerto Trinidad. De todas maneras, lo llamé a Santiago por teléfono para agradecerles la casa. Fue la última vez que hablé con él, hace más de 8 años.

Pero ni la pelea con mis tíos, ni los problemas mecánicos del Jaguar, ni el mal clima en Arelauquen podrán empañar mis recuerdos de esas dos semanas, cuando finalmente con Dolores formamos una familia.

Alfonso

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Tradición Familia Propiedad

¡Praesto Sum! (I)

Plinio Correa de Oliveira