“Sailing.... I am sailing…”

Río de la Plata, 1980 y 1996

Sentada bajo un árbol en algún lugar de la ladera de Mt. Gorgonio (California) cierro los ojos para escuchar mejor el ruido del viento. El silbido que hace al pasar entre las agujas de los pinos me lleva atrás en el tiempo y vuelvo a tener 11, 12 y 13 años. Siento el viento en mi cara al salir río abierto en el velero de mi tío Pablo....

Desde chicos Pablo y Hernán, hermanos de mamá, disfrutaron navegando. Ya adulto Pablo se compró un velero que después cambió por otro más grande. Los tuvo en el YCA (Yatch Club Argentino) de San Fernando y ahí nos dirigíamos muy seguido los domingos. ¡Qué valentía la de mi tía Mercedes de salir con tantos chicos chiquitos! Merceditas, Micaela y yo éramos las primas más grandes, pero los hermanos de Merce eran mucho más chicos que nosotras (que nos creíamos adultas y teníamos 11 y 10 años). Cada vez teníamos la misma conversación: “salimos río afuera o vamos por el Delta?” El Delta se prestaba para un día más relajado, de aventuras en la jungla y menos riesgo... Río afuera significaba viento, olas, navegar en serio!!! Las primas grandes siempre elegíamos salir al Río de la Plata... mi tía y los más chicos preferían la tranquila seguridad del monótono vaivén del Paraná.

Lo más lindo de navegar por el Río de la Plata era sentarnos en la proa del barco y colgar las piernas hacia fuera... el agua corriendo por entre los dedos... el pie cortando el agua... era lo máximo... En verano el agua es bien tibia y en invierno te corta el habla... apoyábamos los brazos en el guardamancebo, la cara sobre los brazos, y dejábamos de hablar para disfrutar de la brisa en la cara y en el pelo.... Cuando el clima y la corriente no lo hacían peligroso, nos gustaba atarnos un cabo en la cintura y tirarnos al agua. Nadando a favor de la corriente te sentías un pez... y al querer volver tenías que poner mucha fuerza para luchar contra el agua que inexorablemente iba hacia el mar... A veces, y siempre en nuestro camino de vuelta a la amarra, nos poníamos a cantar. Mercedes tiene una voz privilegiada y armaba unos arreglos corales de primer nivel... Me acuerdo cantar a dos voces y a todo pulmón en medio del río “I left my Heart... in San Francisco...!!” (Creo que es una canción de Frank Sinatra.. pero no estoy segura)

Sentir que vas subiendo en la ola para caer al vacío del otro lado, salpicando gran cantidad de agua, y terminar toda mojada... y volver a subir... y volver a caer... subir... caer... Y el ruido del viento en las velas (un especie de clap, clap cuando la vela no está bien tensa) y al golpear las drizas contra el palo mayor (clang, clang.....) El viento que al pasar rozando tus orejas produce un silbido agudo, silbido que te perdías en invierno a causa de los gorros o cuando bajabas y cerrabas el tambucho! Ese viento tibio de verano, te hacía cerrar los ojos y sonreír... frío en invierno te hacía parpadear y lagrimear, sin dejar de sonreír al mismo tiempo...

El movimiento del agua que corre siempre, con calma o con prisa, hacia el Atlántico, pasa a través del casco y se te mete en el cuerpo. Se funde con tu propio ritmo y lo transforma... esa sensación aumenta o disminuye de acuerdo al tamaño de la embarcación... la fusión más notoria la sentí remando en un kayak por el Delta del Paraná... pero en un velero es más lindo, porque al movimiento del agua se le suma el del viento y a veces los dos luchan un duelo y vos sos el punto de contacto... vos y el barco... Hasta tal punto el movimiento ondulatorio toma posesión de vos que al llegar a tierra lo seguís sintiendo y es lo que se llama “mareo de tierra”. A mí me duraba fácilmente un día o dos...

Cuando estás en un velero todo a tu alrededor se ve diferente. Hasta la luz es distinta... al pasar el sol a través de las velas produce una luz muy especial. No encuentro el nombre de ningún color que le vaya bien, solo se me ocurre describirla como la luz que pasa a través de un pergamino... clara, no blanca, tampoco amarilla, ni naranja... solo luz! Y el disco solar bien recortado a través de la vela... Izar el spinnaker era poner una fiesta de color sobre la cubierta y avanzar a toda velocidad con le viento de popa!!!!! Pero la maniobra era tan complicada para mi pobre tío, que contaba solo con la ayuda de tres niñas, que lo hacíamos muy pocas veces... y al volver al club teniendo el sol enfrente que reflejaba sobre el agua, entendí muy bien por qué le pusieron “Río de la Plata”... el color chocolate del agua se transformaba en plata líquida y ondulante...

Y el sol... ahí no hay escapatoria... no hay crema protectora que alcance... el sol siempre encuentra algún lugar en tu cuerpo donde apoyarse y dejar una quemadura!! La peor quemadura que recuerdo ocurrió un día de verano cuando yo tendría unos 13 años. Llegamos al YCA después de pasar un día lindísimo en el río, llamamos al botero para que nos llevara a tierra y nos fuimos a cambiar al baño de damas. Mis piernas estaban de un color colorado oscuro que daba miedo... cuando intenté ponerme los pantalones pegué un alarido... y después... no podía caminar, el roce del jean sobre la piel era una tortura!!!! Así y todo partimos a Misa a Don Bosco. Con mi familia nunca iba a esa Misa, era lejos de casa, a última hora del día y era demasiado concurrida.. Pero era en ESE lugar y a ESA hora donde se aglutinaban todos los adolescentes cancheros de Las Lomas, para mirar y ser mirados. Bueno, ese día no queríamos que nos viera nadie! No nos podíamos mover... cada paso nos hacía poner cara de dolor.. y eso no era nada canchero!

Serrat dice en una de sus canciones que “navegar, era jugar con el viento”... eso es exactamente lo más lindo de navegar... jugar con el viento... desafiar al viento... ponerle obstáculos y ganarle... Por eso uno de los movimientos más lindos del velero es cuando vas escorando. El barco inclinado, el viento empujando la vela para volcarlo, todos los tripulantes con el cuerpo tenso, manteniendo el equilibrio, sentados en la parte más alta para balancear el barco... y llegado el momento de virar... con movimientos rápidos y cabezas bajas, cambiar de lado, mientras la botavara pasa con fuerza por arriba tuyo y la vela se tensa otra vez... y de vuelta la pulseada entre el viento y el timonel...

¡Qué lindo es navegar!

Pasaron catorce años desde la última vez que salí con Pablo hasta que lo conocí a Alfonso. Por eso cuando en nuestro primer encuentro me preguntó si me gustaba navegar fui muy sincera al contestar que sí. Nuestra segunda “salida” fue un viaje a Colonia del Sacramento durante todo un fin de semana con su hermana, cuñado y sobrina. Era invierno y hacía un frío de locos. Después de ese viaje yo ya estaba jugada... ese hombre me gustaba y con él quería estar... y con él sigo estando... Juntos navegamos por el Río de la Plata otra vez... Solos y con amigos, de día y a la luz de la luna...

Después nos volvimos gente de “tierra adentro”... y quizás dentro de catorce años, ya más vieja y medio artrítica, vuelva a subirme a un velero otra vez y a sentir el juego del viento en mi pelo y el agua en mis pies...

Vuelvo a abrir los ojos y lo veo ahí, rodeado de montañas, leyendo un libro mientras supervisa a los chicos que exploran los alrededores. El viento sigue silbando entre los pinos y yo sonrío feliz.

Dolores

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Tradición Familia Propiedad

¡Praesto Sum! (I)

Plinio Correa de Oliveira