Un Año Perdido

Después de cuatro años trabajando en Armstrong Growers, era evidente que mi carrera dentro de la compañía estaba estancada, no solo de un punto de vista jerárquico (lo que me importaba poco) sino especialmente de un punto de vista financiero (lo que me importaba mucho). Me llevaba bárbaro con la gente, mi jefe James, y cultivé amistades personales con muchos, particularmente con Tracy Densmore, Gerente de Ventas de la compañía y que vivía a pocos minutos de casa en Yucapia, CA.

Pero, lamentablemente, nada de eso se traducía en un aumento de sueldo que me permitiese pasar de la banda de subsistencia en la que nos encontrábamos. Había llegado a lo que parecía un tope de 57 mil dólares al año, y cada aumento anual en la zona de los 3 mil dólares a duras penas alcanzaban para cubrir los gastos que seguian aumentando. El problema no era solo que la industria de la horticultura no era de las que mejor pagaban, sino que mi jefe, James Russell, no parecía darle a la plata el valor que tenía, al menos para mí.

James era (y supongo que lo sigue siendo), un tipo macanudo. De mi edad, era lo que se dice en inglés un tipo de los “outdoors”. Nunca estaba en su casa, y repartía su tiempo libre, que no era mucho, haciendo de voluntario para el Servicio Forestal de California y jugando con sus vehiculos todo terreno: un Hummer y un super trailer sudafricano que llevó una vez a un campamento, pero que vetado por su mujer pasó sus días estacionado dentro de su garage hasta que supongo lo habrá vendido. James ganaría bieno como Vicepresidente de la empresa en la que ya estaba más de diez años, pero me daba la impresión de alguien que estaba contento y establecido en la vida, ya sin buscar mayor crecimiento financiero. Lo peor es que parecía pensar que yo, con una diferencia de varias decenas de millares de dólares en mis ingresos, debería estar igual de contento y satisfecho que él. Obviamente no era así.

Creo que ya conté antes que una vez había recibido una oferta para venir a trabajar a la empresa en la que estoy ahora, SBI, lo que causó gran revuelo en Armstrong. Todos se juntaron a convencerme que me tenía que quedar, y por mi forma de ser no usé el momento para negociar un aumento de sueldo, pensando que tarde o temprano tanto cariño se iba a traducir en mayores ingresos… pero pasaron dos años y, como dije más arriba, cada mini-aumento era un parto lleno de lamentos.

Mi comodidad y futuro en la compañía no se beneficiaron en nada cuando cerca de Enero del 2006 tuvimos una crisis en el Departamento de Transporte que yo dirigía. La verdad que estaba habiendo en toda California una escasez de camioneros (en su mayoría mejicanos), lo que se traducía en mayores sueldos para los mismos. Pero en Armstrong seguíamos pagándoles mucho menos que la media, por lo que reclutarlos y retener a los mejores era cada vez más difícil. Así fue que los costos de mi departamento subieron excesivamente, dado a la necesidad de contratar transportistas temporarios, para asegurar que nuestro productos fueran entregados a tiempo a los clientes.

De nada sirvió, obviamente, que yo hubiera venido anunciando este problema, y pidiendo mejores sueldos para nuestro camioneros! A la hora de los problemas James me dijo que si, efectivamente yo le había dicho muchas veces cual era el problema, pero que mi temperamente tranquilo no le había transmitido la urgencia del problema. Le pregunté entonces si prefería si la próxima vez que tuviese un problema serio me pusiera a saltar en su escritorio para transmitir la seriedad del mismo…

En fin, no es que me hayan echado, disciplinado o nada… Pero me quedó un mal gusto en la boca de pensar que a la hora de la verdad tanta amistad no me protegía del clásico sindrome de tantas empresas donde la culpa siempre la tiene el de más abajo… Sumado a mi estancamiento financiero, decidí empezar a buscar otra cosa.

Encontré finalmente una oportunidad en una empresa de transporte de autos, Hadley Auto Transport, una posición de Safety Manager. Me entrevisó el Gerente de la Terminal, Paul Harmon y me ofreció el puesto por un poco más de lo que ganaba en Armstrong. Apostando a que un cambio de aires me vendría bien, y que trabajar en una empresa de proyección nacional me ofrecería posibilidades de crecimiento más amplias, acepté y di mi aviso formal en Armstrong que me iba en un mes.

James prácticamente no reaccionó, no así el dueño de la empresa, Mike Kunce, que el último día vino a verme a mi escritorio y a lamentarse de mi partida… Un lamento que aprecié pero que me pareció muy tardío y poco concreto para cambiar mi decisión.

Hadley operaba en Mira Loma, CA, donde Union Pacific, la empresa de trenes, tenía una central a donde llegaban autos cero kilómetro de Detroit y otras partes de Estados Unidos, para ser distribuidos en esos caminones de llevar autos, a las muchísimas consecionarias de autos del sur de California. En un buen mes, Hadley distribuia cerca de 30,000 autos nuevos a consecionarias Ford y Chrysler, haciendo un poquito de trabajo para una distribuidora de Mercedes Benz también.

La razón por la que me habían contratado era que la empresa estaba emergiendo de la quiebra (Chapter 11), estaba renegociando sus deudas y quería controlar los millones (si… millones) de dólares que se gastaban en indemnizaciones y seguros médicos a los camioneros. Es verdad que el trabajo de estos camioneros era bastante duro. Aprendí muy rápido que no es nada fácil cargar autos en estos camiones, y atarlos con sendas cadenas para que no se caigan por las autopistas así nomás! El proceso llevaba su tiempo. Hay una manera de acomodar la mezcla de autos y camionetas en el camión, para optimizar la carga, respetando los límites de peso por eje, y, más importante aún, la altura total del mismo, para evitar que algún cero kilómetro quede estampado en un puente!

Pero para la salud física de los camioneros, treparse por las rampas y andamios del camión, ajutar las cadenas con una barra metálica de palanca, el peligro siempre presente de caerse desde una altura de varios metros, desgarros musculares y más, el trabajo era demandante. Sobretodo cuando algunos de ellos ya no eran tan jóvenes como lo habían sido al principio de sus largas carreras, pero no tenían la menor intención de jubilarse ya que la paga era extraordinariamente generosa, los beneficios de primer nivel y, sobretodo, pertencecían al sindicato de camioneros de los Teamsters que, en pocas palabras, garantizaba que podían hacer más o menos los que se les diera la gana. O sea, lo menos posible.

No tarde mucho en darme cuenta que el gerente de la Terminal de Mira Loma, los gerentes que manejaban la empresa desde Wayne en Michigan y, menos que nadie, yo mismo, no controlaban nada ni tomaban decisiones importantes. De hecho la gerencia y el control de la terminal de Mira Loma la hacían los propios camioneros, que, a su manera, imponían el ritmo de trabajo, forzando así decisiones por parte del supuesto equipo gerencial.

No que todos fueran malos tipos. De hecho establecí una buena relación y hasta una quasi-amistad con muchos de ellos! Me acuerdo, por ejemplo, que en la primera Navidad que pasé ahí, hicieron una colecta entre ellos para que yo le pueda comprar una muñeca que Victoría quería y yo no podía regalarle! Al día de hoy me conmueve el gesto. Y con más de uno conversábamos y compratíamos muchas ideas, incluyendo la triste realidad que el sindicato imponía sobre el lugar de trabajo.

Pero una cosa era cada uno a nivel individual y otra cosa era el conjutno, cuando se ponían la camiseta de los Teamsters y, como buenos sindicalistas, se aunaban todos al “común denominador mínimo”. Esto quiere decir, que nadie iba a trabajar mejor que el peor de ellos, no vaya a ser que lo hagan quedar mal.

Por primera vez en Estados Unidos, me sentí devuelta en un país del tercer mundo! Era realmente el reino de lo absurdo. El contrato entre la empresa y el sindicato prohibia, por ejemplo, que la empresa defina un “estándar de productividad”. Así, por ejemplo, si un tipo tardaba dos horas en cargar su camión (ese era el tiempo razonable), la empresa no podía de ninguna manear actuar contra el tipo de al lado, que tardaba seis horas.

Mi papel de Gerente de Seguridad se veía igualmente afectado. Era imposible disciplinar a alguien por no cumplir las normas de seguridad diseñadas para evitar accidentes, y, naturarlmente, una vez occurrido el accidente era prácticamente imposible asegurarse que el camionero no se quedara en su casa durante meses, cobrando una importante suma de dólares, ya que nadie quería correr el riesgo de un juicio.

Me acuerdo de cómo los camioneros se opusieron a la implementación del sistema de monitores de camiones por GPS, por ejemplo. La empresa gastó miles de millares de dólares para equipar los cerca de 150 camiones con GPS, naturalmente para medir las rutas, saber cuanto tiempo paraban para almorzar y tratar de hacer el manejo de recursos más eficaz. Fue un escandalete! Hubo un sin fin de reuniones, con la presencia del representante del sindicato, donde se hacían todo tipo de objeciones bizantinas. El resultado fue una inversión desperdiciada, ya que no sólo los camioneros no la usaban como correspondía, sinó que era inutil tratar de disciplinar a nadie basado en los resultados obtenidos por el sistema!

A los pocos meses, yo también estaba marcando tarjeta, como dicen. Mis inspecciones eran un chiste, y mis esfuerzos para cambiar nada era inútiles! No quedaba otra que entrar en el juego de cobrar por no hacer nada… Traté de hacer una Newsletter para levantar la moral, establecer un sistema de incentivos, hacer reuniones de todo tipo y color, en fin, nada servía para producir los cambios necesarios. Para darse una idea, de una lista de cerca de 200 emplados activos, 50 estaban temporariamente discapacitados, cobrando cuantiosos sueldos por no hacer nada.

En fin, pasado no mucho más de un año de mi llegada, la situación no daba para más. La industria automotriz norteamericana estaba en crisis, se vendían menos autos, y estas empresas mounstro, llenas de parásitos a todos los niveles, no eran suficientemente competitivas para sobrevivir. Y no fue sorpresa cuando me avisaron que se cerraba la terminal de Mira Loma y que los 200 empleados tenían que buscar otro trabajo. Me dieron dos meses de paga y tuve suerte en encontrar mi trabajo actual relativamente rápido.

Que habrá sido de esos camioneros? Es poco probable que hayan econtrado trabajo en empresas similares. El número de empresas con empleados sindicados sigue disminuyendo en Estados Unidos, y por buena razón: organizaciones como los Teamsters ya son obsoletas y solo sirven para proteger a los más inútiles y perezosos de sus miembros. Los trabajadores de calidad no los necesitan.

Para mí, lo considero un año de mi vida perdido, al menos en lo laboral. Más que conocimentos anecdóticos de cómo funcionaba una empresa transportista norteamericana, no aprendí nada que me sirviera para cualquier otro trabajo. Sí aprendí que en este gran país, también existe el tipo humano del peronista. Gracias a Dios es una pequeña minoría!

Alfonso

Comentarios

Marta Salazar dijo…
increíble! tienes toda la razón en lo de los sindicatos!

acá también baja ininterrumpidamente, el número de sindicados;

a los sindicatos les quedan dos alternativas: o se especializan -lo que significa que se achican- o se mueren...

Un saludo Alfonso!

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