Un Acontecimiento Increible! (parte 1)

¡Dong!

El sonido del primer campanazo se oyó lejano pero claro. Sabia perfactamente donde estaba. En mi celda en el Praesto Summ. ¿Si lo oí quiere decir que ya estaba despierto? Claramente no había dormido muy bien la noche anterior, en la minúscula celda con paredes de madera prensada y una cortina color marron oscuro como puerta. La verdad que el colchón de tres centímetros de gomapluma, medio corroida en algunas esquinas…


¡Dong!

Segundo campanazo lejano, seguido rápidamente por la estridencia metálica de una campana de mano que alguien agitaba furiosamente en el pasillo. Mientras sacaba los pies de la cama y buscaba mis zapatillas pensaba a quién estaría destinada esta segunda campana… ¿alguno que quisiera hacerse el vivo y decir que no oyó la otra?

¡Dong!

Bueno… acá hay que ponerse en movimiento. Me vino a la memoria una de las frases de batalla de José Antonio… “mucha pereza los señores!”… Pereza nada! Si no me visto rápidamente no llego al “alardo” el el patio frente a la casa principal.

¡Dong!

Me paso la mano por el pelo, olvidando que ya estaba rapado. Con la mano derecha ayudo a mis pies a calzar las zapatillas un tanto raídas que me acompañaron en este viaje. Me paro y busco una campera para taparme un poco… No tenía todavía uno de esos robe-de-chambre azules que usaban los eremitas, y subir en camisa y pantalones no era lo mejor…

¡Dong!

Abro la cortina-puerta y salgo al pasillo antes que otros. Oigo algunos ruidos, movimiento en las celdas adjuntas a la mia. El mismo ritual matinal se está repitiendo por toda la casa. Me dirijo a la puerda de salida.

¡Dong!

Con paso firme llego a una escalerita de cemento que me lleva a una apertura en la pared lindera de esta propiedad con el parque del Praesto Summ propiamente dicho. El camino es ligeramente empinado. Los adoquines bastante desparejos. El verde, ese verde tan brasilero, tan tropical. El olor a humedad, a esa tierra fértil y tan colorada! Camino rápidamente y veo a varios eremitas, algunos cerca, otros lejos, todos convergiendo en silencio al mismo punto en que yo me dirijo.

¡Dong!

"Por lo menos los perros no están sueltos” pienso para mis adentros. Con envidia veo que algunos veteranos ya están duchados. En robe-de-chambre pero afeitados y limpios. Estos son los que no le tienen miedo a los perros y se pueden dar el lujo de despertarse unos minutos antes para usar las duchas antes que llegue la masa. Paso a mi izquierda una casita donde se guardan las sillas para el Jour a Jour.

¡Dong!

La campana ya se oye más fuerte. Veo la parte de atrás de la casa principal, y el edificio nuevo con dormitorios y duchas construido en estilo alpino. Nada que ver con las palmeras de adelante… pero bueno. No está tan mal.

¡Dong!

El camino se nivela a medida que llega a la calle interna, también adoquinada que rodea la casa principal y la conecta con el lejano portón de entrada. Paso frente a la cocina y frente a la entrada al refectorio, contruido en un semi-subsuelo de la casa. Miro arriba y a través de una ligustrina veo al arauto que está tocando la campana en la galería frente a la salita donde está el teléfono.

¡Dong!

Este es el décimo campanazo. Los vengo contando porque se que sólo tengo doce. Me acerco a una escalinata que desciende al patio asfaltado con el mástil azul en el medio. El alardo para subir el estandarte vendrá más tarde. Acá nos juntamos solamente para rezár la oración a San Miguel Arcángel, y enterarnos si hay algún anuncio importante antes de las duchas. Oigo atrás mios las corridas de algunos que no calcularon bien y se apuran para estar en el lugar correcto al campanazo correcto.

¡Dong!

Me paro en mi lugar en la formación, atrás del que llegó antes y entre otros dos que ya esán ahí. Adelante mio están muchos con sus robe-de-chambre azules. Se ven por abajo los pantalos marrones. Me siento fuera de lugar con mi campera y zapatillas. Los eremitas usan unas pantuflas de cuerina. Pantuflas con talón, naturalmente! Me enderezo un poco, miro a mi alrededor para asegurarme que está todo bien y asumo la posición de “descanso”: pies ligeramente apartados, puño izquierdo en la cadera y brazo derecho con puño también cerrado en el pecho. Ya está… todo en orden.

¡Dong!

Siempre están los rezagados. No los veo porque estoy mirando para adelante, pero los oigo, el sonido de las suelas de sus pantuflas o zapatillas contra el asfalto. Hoy nadie se liga un reto. Pasan unos segundos y la voz del quidam de turno, Segio Ogushi manda con una voz fuerte aunque un poco trompeta para mi gusto: “Atencao!” Todos nos ponemos en firmes. No se logra, naturalmente, el clack que hacemos con las botas puestas… pero en fin… no se puede pedir mucho considerando nuestra indumentaria.

“¡As maos postas!” manda Ogushi, con una voz ligeramente menos estridente. Juntamos las manos, bien pegadas las palmas y con el pulgar doblado. Sigue la oración a San Miguel Arcángel (en latín, naturalmente). Terminada esta oración, y en posición de firmes nuevamente, viene el “Dignare me pugnare pro Te, Virgo Sacrata” al que todos respondemos “¡Da mihi virtutem contra hostes tuos!” Para terminar, “Inimiticias Ponam” y el “¡Ipsa Contret!”, extendiendo el brazo derecho en un ángulo de noventa grados hacia adelante, y dando un fuerte pazo adelante con la pierna izquierda.

Esto indicaba el final del primer “alardo” del día. Con paso rápido (mucha gente para pocas duchas!) todos nos dirigimos de vuelta a nuestras respectivas celdas. Viviendo en una casa tan lejana, yo sabía que estaba en desventaja. Pero en fin… quedaba tiempo antes del segundo “alardo” caundo nos reuniríamos todos para subir el estandarte del león rampante antes de tomar el desayuno.

Además, ya hacía diez días que vivía en el Praesto Summ, y todavía no me habían recibido como “estagiario”. Seguía yo con mi “ropa de civil”: campera o saco y corbata y capa, en lugar de los preciados hábitos por los que había venido. Me preocupaba un poco haber pasado tanto tiempo sin ser recibido. Había hablado con Sergio Ogushi el día anterior y me dijo que “un día de estos”. En fin… ya me iba a llegar.

Pensé para mis adentros que de hecho era una ventaja no haber sido recibido aún. Hoy era mi cumpleaños! Cumplía nada más y nada menos que 21 años y me había autoinvitado a la casa de María Ester a almorzar. Era un secreto a voces en la familia que yo estaba esperando cumplir 21 años para tomar mi primer vaso de whisky, y siendo mi tía y madrina María Ester mi única familia en San Pablo, ella haría los honores y me invitaría a tomarlo en su casa, a la vuelta del Auditorio San Miguel. Como bonus inesperado, sabía que mi prima María Josefina estaba en San Pablo también, y prepararía de postre una de sus deliciosas mousse de chocolate. Mmmm… la verdad que no podía esperar la hora! La dieta de arroz, feijoao y algún acompañamiento insípido era algo a lo que no me acostumbraba, por más que mi cuerpo siguiera perdiendo peso.

Después del desayuno le pediría a Serguio Ogushi que me dé permiso para salir al centro, me encontraría con los eremitas en el Auditorio para el Santo del Día, y volveríamos todos juntos al Praesto Summ. Ya lo había hecho antes, y no anticipaba ningún problema.

Llego a la casa donde estaba durmiendo, y me cruzo en la puerta con otros que ya estaban, necessaire en mano, camino a darse una ducha. Entro a mi celda y saco de abajo de la cama mi valija que hacía de ropero. Saco ropa un poco más arreglada de lo habitual. Busco mi necessaire y cuando miro la mesita de luz para buscar mi reloj veo un sobre blanco que dice “Para Alfonso Beccar Varela – Praesto Summ”.

¿Y eso de donde salió? Juraría que no estaba acá cuando subí para el alardo. Intrigado, agarro el sobre que está sellado, pero siento por el grosor que contiene muchas páginas. “Seguramente alguien vino de Estados Unidos y me trajo una carta de papá o mamá”, pensé para mi adentros. Aunque no es la letra de ninguno de ellos. Una letra ligeramente conocida, pero no se de quien.

Dejo arriba de la cama la ropa que ya habia juntado y me siento al borde, cerca de la mesa de luz. Agarro el sobre, y rompo un costado para sacar las hojas de papel que había adentro.

Era un texto impreso. Parecía escrito con una de esas máquinas eléctricas. Casi parecía una fotocopia de buena calidad. O un libro. Pero era una carta dirigida a mí.


Querido Alfonso,
No vas a poder creer el contenido ni el firmante de esta carta… pero es verdad. Soy yo, o si preferís, sos vos el que escribe. ¿Viste que hace muchos años calculaste cuantos años tendrías en el 2000? Treinta y siete, ¿no? Bueno, sumale diez años más. Te escribo desde el 2010 y tengo (o tenés) 47 años. Necesito que leas esta carta. 

Un escalofrío me subió a la cabeza y los ruidos que hasta hacía poco se oian por la casa parecieron retirarse. Sentí en mis brazos que se me ponía la piel de gallina y sin contenerme fui a la última página a ver quien firmaba la misma. Ahí, en la última página y con tinta azul vi mi propia firma, y escrita debajo de la misma la fecha: 25/10/2010

El corazón me latía con fuerza, y sin preocuparme por la poca luz que había en mi celda, seguí leyendo.

Continuará...

Comentarios

-.Me atrapo de entrada tu historia...! Pero me preocupa el cambio de sentido del argumento sobre el final de este atrapante relato.- Podrias guardar esa nueva beta de ficcion para un proximo relato o cuento.- PERO MUY ATRAPANTE LO QUE LEI.-
Anónimo dijo…
De repente buscando por internet me tope con tu blog y fue como un flash....cuantos recuerdo se despertaron. Yo vivi momentos similares recuerdo tu apellido y posiblemente hallamos coincidido algun dia alla por Alcorta y Castex o tal vez en el eremo del Pilar (de palermo a pilar en moto recuerdo)...tengo un par de años mas que vos y sali de la tfp por el 81. Ya agregue tu blog a mis marcadores.

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