Mi Tio Cosmín


Mi Tío Cosmín en el escritorio de su casa, pocos días antes de ser internado y de su eventual fallecimiento. Foto sacada por su nieta Josefina.

Durante el mes de enero de 2020, después de pasar unos días con mis compañeros de colegio en Galletué (Chile), estuve en Buenos Aires para visitar familia y amigos antes de volver a mi casa en Portland, Oregón. Como era habitual en todos los viajes que he hecho a Argentina desde que dejamos el país y nos vinimos a vivir a Estados Unidos, arreglé con tiempo una visita a mi tío Cosme Beccar Varela (Cosmín para los íntimos), hermano mayor de mi padre. En viajes pasados, lo habitual era que yo me daba una vuelta por "el Estudio" en la calle Reconquista, e iba directamente a su oficina en el segundo piso. Allí, siempre rodeado de sus queridos libros y recuerdos de toda una vida, me recibía con el cariño que siempre me tuvo y nos poníamos al día. Frecuentemente lo encontraba también en una minúscula oficina sentado en lo que parecía ser una silla muy incómoda, y mirando a través de sus anteojos la pantalla de una vieja computadora desde la que tiraba sus botellas al mar, contestaba sus emails o batallaba algún enemigo oculto o declarado. La visita concluía, generalmente, con un almuerzo en el Círculo de Armas o algún otro restaurante del microcentro.


    Esta vez, sin embargo, pasaba yo por Buenos Aires a mediados de enero, y no estaba seguro si lo iba a encontrar. Tradicionalmente, mi tío se iba a Bariloche (tuvo durante muchos años una cabaña frente al Lago Mascardi) o a su campo "La Milagrosa" al sur de la provincia de Córdoba para el 28 de enero, su cumpleaños. Pero ese año tuve suerte, y pudimos coordinar para encontrarnos a comer en su casa, en la calle Montevideo frente a la Plaza Vicente López, a las 7 de la tarde del 16 de enero.


    Durante esa mañana y temprano en la tarde, me junté con algunos amigos, y con tiempo de sobra (no soy de los que llegan tarde a una cita), busqué una casa de bombones en la Av. Callao para llegar con un regalo para Tia Josefina (Amadeo). Eran las 7 en punto cuando toqué el portero eléctrico del edificio. Arriba me esperaban ambos con la elegancia y cariño de siempre. Salvo algunos detalles aquí y allá, el living era idéntico al que conocí toda mi vida. Ahi estaba en una repisa el colmillo de elefante que les había llevado yo de regalo desde Sudáfrica hacía más de 30 años. Todo, desde los sillones y un tapiz sobre la chimenea, pasando por el crujir característico de la madera del parquet, a las paredes pintadas de verde claro, la casa de Tío Cosmín siempre fue para mi un oasis: estable, fino, acogedor y siempre un lugar de conversación interesante.


    Como ya he contado en otro lado en esta bitácora de recuerdos personales, nací en una familia donde muchos de sus miembros (tanto por el lado de mi padre, como por el de mi madre Ibarguren), pensaron que estaban llamados a dedicar sus vidas a la causa católica, y lo hicieron como parte de un grupo conocido como Tradición Familia Propiedad (TFP). Las opciones que se hicieron por mi durante mi niñez fueron hechas bajo ese prisma. Así, me fui de mi casa a los 14 años para vivir en comunidad en esa organización, nunca fuimos a algún colegio "normal", y vivíamos bastante aislados de la sociedad en general y hasta de miembros de la familia que no compartían los ideales o la forma de vivir de mis padres. Más tarde, cuando estos fueron destinados a trabajar en la TFP norteamericana, me dejaron en Buenos Aires bajo los cuidados de mi Tío Cosmín cuando yo tenía 15 años.


    Sin ánimo de menospreciar mi propio hogar, las diferencias entre éste y la casa de mis primos Beccar Varela Amadeo eran notorias. Tío Cosmín y mi padre (el primero el primogénito y el segundo el segundo de nueve hermanos) tenían temperamentos opuestos y sus opciones de vida habían sido muy diferentes, pese a militar en la misma causa. Cosmín tenía una personalidad avasalladora, siempre seguro de sus certezas. Combativo, generoso, culto y elegante en sus gestos y vestir. Papá, por el contrario, era más bien pasivo, un seguidor más que un líder. Tenía un gran corazón, pero frecuentemente priorizaba "la causa" por sobre sus buenos sentimientos. Poco le interesaban las cosas finas o el buen vestir, y siempre vivió una espiritualidad que más tarde nos llevó a preguntarnos (medio en serio y medio en chiste) si su verdadera vocación no era la de monje en lugar de padre de familia. No hablaba los idiomas de mi tío, ni se preocupó por la plata, viviendo siempre "con lo justo", y -- no pocas veces -- de la generosidad de mi abuelo o de su hermano mayor. 


    Yo crecí educado y muy influenciado por el contraste entre estos dos hermanos. Desde chico y sin estudiarlo ni entenderlo demasiado, sentí una gran afinidad con mi tío. Sea por los viajes al campo, el Falcon que tenía, o por la mesa bien puesta y servida por mucamas uniformadas; mis visitas a su casa en la calle Montevideo me producían cuando era chico una mezcla de admiración y envidia, saborizadas con una dosis de vergüenza cuando mis modales o conocimientos no estaban lo que yo suponía era el nivel correspondiente. Sin embargo, con el pasar de los años y las circunstancias de la vida, llegué a sentirme, realmente, un hijo más, y tenía en "mi tío favorito" alguien que me prestaba un apoyo emocional y financiero que quisieron decir muchísimo para mí primero, y para mi mujer y mis hijos después. 


    Esto no quiere decir que, necesariamente, estuviésemos de acuerdo en todo. Al igual que mi padre, mis diferencias temperamentales con mi tío eran significativas. Como dije antes, Tío Cosmín era un hombre que se nutría de sus certezas, basadas en una vida entera de estudiar la historia y la doctrina católica. Su ánimo apostólico y combativo no sólo guió su vida pública -- desde la fundación de la revista "Cruzada" en 1957, a sus últimos escritos en su Botella al Mar donde, prácticamente, murió denunciando la tiranía que oprime a la Argentina -- sino que también moldeaba su relación con sus seres queridos, impulsado tal vez por un sentido del deber y una responsabilidad de formar y educar a aquellos a quien más quería. Eso dicho... ¡no es lo más fácil o ameno vivir en la sombra de alguien así!


    Como es sabido, personalidades fuertes y que ven con claridad las cosas y las personas, ni siempre son los más pacientes cuando alguien no acompaña o acepta la verdad que perciben. Así, fueron muchas las veces en mi vida que me sentí alienado y en franco desacuerdo con muchas posturas y actitudes de mi tío. Hasta diría que, en contadas oportunidades, me sentí hasta dolido o personalmente herido por él. Sin embargo (y esta es una virtud que he visto más en él que en muchos otros), más allá de los "exabruptos" puntuales, o de las palabras o acciones que me molestaran, Cosme Beccar Varela tenía un alma enorme y un corazón de oro. Para decirlo en simple, era un buen hombre y un caballero como los de antes.


    En mi vida itinerante y muchas veces desconectada de la familia y de la realidad, mi Tío Cosmín fue una roca de estabilidad y sentido común. Un protector generoso al que no tuve que acurrir muchas veces, pero que sabía incondicionalmente a mi lado en caso que lo necesitara. Y, al final del día, esto era lo importante para mí y lo que me llevó siempre priorizar el afecto y la admiración por sobre cualquier discrepancia puntual que hayamos tenido.


    Esa noche del 16 de enero 2020 fue la última vez que lo vi. Yo no sabía que ya padecía del cáncer que lo llevaría a la tumba, y creo que él tampoco. La comida transcurrió como tantas que compartimos juntos. Hablamos de política, del mundo, de historia y de muchos recuerdos... de muchas cosas que vivimos juntos. Lo ví con el mismo fuego de siempre. Enérgico y seguro de sí. Interesado como siempre por mis cosas, por mi familia, mi hijo autista por el que rezaba todos los días. Naturalmente, juntos recordamos a papá también, que había muerto hacía poco más de un año. 


    Era de noche cuando me acompañó a la planta baja y al portón de su edificio. Ahí nos despedimos, y al hacerlo me puso una mano en el hombro y me dijo: "Quien sabe si nos volvemos a ver..." Mi respuesta, nacida más por una convención que por cualquier premonición o certeza, resultaría tristemente certera: "Y... si no es acá nos veremos en el cielo."


    Estoy seguro que Dios ha recibido en el cielo a un hombre que siempre quiso hacer lo que pensó era lo mejor por Su causa, en un mundo y un país convulsionado que ya no reconocía como propios y hacía tiempo que sólo le causaban amarguras. Y así como Él perdonó sus defectos, que también perdone los míos y me haga un lugar también cerca de los Santos y de mi tío favorito.


* * *


    Hace ya casi un año que mi querido Tio Cosmín murió en Buenos Aires. Y para beneficio de los que no lo conocieron, transcribo abajo como recordé entonces su trayectoria pública:


Cosme Beccar Varela murió hoy, 26 de agosto de 2020, después de una larga enfermedad a los 82 años. Había nacido en Buenos Aires el 28 de enero de 1938. Hijo de Cosme Beccar Varela y Julia Helena Sudblad, fue el mayor de 9 hermanos. Estaba casado con María Josefina Amadeo Padilla, y juntos fueron padres de Cosme, Mario, María Josefina e Isidro. 

Desde su juventud se interesó por la defensa de los valores católicos. A los 17 años estuvo entre los que defendieron la Catedral en 1955 contra la turba peronista que pretendía quemarla. Estudió derecho y se recibió en la Universidad de Buenos Aires. Inició su carrera en el Estudio Beccar Varela, fundado por su abuelo Horacio, donde se convirtió en un exitoso abogado, abriendo años más tarde su propio Estudio, C & C Beccar Varela.

Líder y hombre de acción, editó durante su juventud la revista Cruzada, que aglutinó jovenes argentinos con ideales similares a las suyas. Años después conoció y admiró la obra del brasileño Plinio Correa de Oliveira, y en 1967 fundó la Sociedad Argentina para la Defensa de la Tradición, Familia y Propiedad, una sociedad civil que buscaba defender esos tres valores ante la opinión pública por medio actividades en la vía pública, conferencias y publicaciones de libros y revistas.

Cosme Beccar Varela era un hombre de gran educación y conocimiento de la filosofía y la historia, asi como un hombre de Fe y gran piedad Mariana. Era un polemista nato, y puso ese talento al servicio de la buena causa toda su vida. Su actuación en la Argentina entre los años 1970 y 1990 fue considerable, y como líder de la TFP fundada por él, era un referente del pensamiento católico tradicional, pronunciándose y escribiendo libros sobre temas como el comunismo, el divoricio, el aborto y muchos otros.

A comienzos de los años ‘90, preocupado por ciertos desvíos canónicos dentro de la TFP, y la inefectividad de su accionar en la Argentina, manifiesta su discrepancia y pide una corrección. Como esto no se dió, buscó entonces abrir un espacio político desde el cual luchar por la misma causa, y fundó el partido Orden y Justicia, que lo postuló a un par de elecciones nacionales.

La falta de apoyo masivo (o aún significativo), nunca fue algo que desanimara a Beccar Varela, y ante la ausencia de socios o seguidores comprometidos, mantuvo durante veinte años una presencia online con su página de internet La Botella al Mar, una verdadera “voz que clama en el desierto” donde se pueden seguir las viscisitudes cada vez más tristes de una Argentina que se iba desmoronando, lenta pero inexorablemente, hasta llegar a lo que, en nuestros días, él consideraba la antesala de una dictadura marxista que cuenta con cada vez más herramientas para hacerse del poder de forma definitiva y destruir lo poco que queda de la Argentina católica y tradicional que él amaba.

Pese a eso, su Fé en Dios y su confianza en la Virgen de Luján, nunca cesaron. Su pluma, que se mantuvo activa hasta el final, nos revela su gran intelecto, dotes de polemista, coraje de decir lo que muchos callan, y una enorme esperanza en la restauración de una Argentina católica que, en última instancia, se llevó a la tumba.

En el ámbito íntimo, era un verdadero caballero, honesto y generoso, que siempre ayudó a los más necesitados de su entorno familiar. 

Murió con la asistencia de los Sacramentos de la Santa Iglesia, y rodeado del cariño de su familia y amigos. Su mujer, hijos, once nietos y dos bisnietos, asi como el resto de sus familiares y amigos, lo recordarán con cariño y nostalgia, y elevan ahora una oración por su eterno descanso.


* * *


El la misma fecha, escribí este verso que circulé en la familia. Lo comparto para cerrar, por hoy al menos, este recuerdo.


¡Adiós a Tio Cosmín!


Hoy dejó este mundo para siempre

Tío Cosmín, mi tio favorito.

Lo quise como a un padre.

Como un caballero lo admiré.

¡Que descanse ahora en paz eternamente!


Conmigo fue siempre generoso,

y aunque muchos sufrieron sus enojos,

se algo que nuca fue: ladino o rencoroso.

Yo siempre me sentí querido y protegido,

y ahora ya no está... ¡y ya lo extraño!


Ya no reconocía a esta Argentina decadente

que hace rato sólo amarguras le causaba.

Pero nunca dejó de pedir por un milagro

por su patria y la patria de los suyos,

por la tierra que ahora lo cobija eternamente.

 

Y nos dejó hoy y ya no sufre,

ni la tiranía que denunció hasta el final

ni la enfermedad que tan cruelmente lo llevó.

Es libre para siempre de todos sus achaques,

de sus dolores, sus amarguras y tristezas.


No sé porque Dios quiso que sufriera

como sufrió en sus últimos momentos.

Habrá sido para ahorrarle el purgatorio

y que la Virgen lo abrace sin demora,

lo cubra con su manto y lo quiera eternamente.


Le encargo que en el cielo lo busque a mi papá,

y conversen y se entiendan como hermanos.

Que le diga que a él también lo quiero mucho,

Y que espero que aora me entienda un poco más.


Mientras tanto, yo desde lejos acá abajo,

lo que quiero ahora es darle mi Tío un gran abrazo,

y pedirle que desde el cielo no deje de cuidarme,

e interceda por los míos ahora y para siempre,

hasta que nos encontremos allá arriba nuevamente.


Alfonso

26 de agosto 2020



Comentarios

Veronica dijo…
Que lindo homenaje y que excelente descripción

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