En Campaña por el Norte Argentino (I)

Mayo 1979

En la TFP le decíamos “hacer campaña” a salir a las calles con nuestras vistosas capas y estandartes colorados, a distribuir (generalmente vender) alguna publicación sobre temas de actualidad. Era la manera de contactarse directamente con el público. Cara a cara y sin intermediarios. La presencia de un grupo numeroso de jóvenes en estratégicos lugares de mucha circulación ciertamente llamaba la atención, y fue el método más eficaz de hacernos conocer.

Tengo una foto en blanco y negro que me muestra en mi primera “campaña”. Ahí estoy, a los seis años, parado y sonriente al lado de papá en la esquina de Figueroa Alcorta y Pampa, atrás de lo que en aquel entonces era Aguas Sanitarias, después fue Aguas Argentinas y no sé que será ahora... Tengo en mis manos una copia de la revista “Tradición Familia Propiedad” que tocaba el tema del “IDOC y los Grupos Proféticos”, una versión del progresismo de aquellos tiempos sobre los que la TFP tenía muchas objeciones. Claro que ese día no habré vendido ninguna revista. Mi presencia era sobretodo simbólica, pero con el pasar de los años dejó de serlo y llegué a ser bastante ducho en el arte de interactuar con el público y vender publicaciones por las calles, no solo de Buenos Aires, sino de todo el país.

Cuando un grupo reducido de personas emprendía un viaje con el objetivo de hacer muchas “campañas” en diversas ciudades del interior del país, estaban haciendo una “caravana”, en el lenguaje interno de la TFP. Recuerdo especialmente una de estas, en Mayo de 1979, cuando salimos en el “Beduino” (una camioneta F-350 carrozada a la que ya me referí antes) a recorrer el noroeste argentino.

Esta caravana retiene particular interés para mí ya que, con la perspectiva de los años que han pasado, he podido identificar esta época como el momento en que se dio, de un lado, el apogeo de mi idealismo juvenil (o tal vez, a los quince años debería llamarlo infantil), y al mismo tiempo en principio de mis dudas y escepticismo sobre la TFP y el grupo en el que estaba metido que me llevó, más de 10 años después, a dejarlo finalmente para atrás.

Si mal no recuerdo, éramos ocho los que hicimos este viaje. Nuestro líder era José Antonio Tost Torres, “quidam” del Éremo de Pilar y mi jefe directo. Todo un personaje y fuente inagotable (al menos para mí) de cuentos disparatados y experiencias insólitas.

Venían con nosotros dos invitados. Uno era un peruano de apellido Pancorvo, un tipo enorme y gordísimo que vivía con la TFP en Brasil y que por alguna razón (probablemente renovación de su visa brasilera) estaba pasando una temporada en Argentina. Como su volumen atestiguaba, le encantaba comer (especialmente cosas picantes) y hablaba con un tono de voz aguda y nasal que parecía contrastar con su tamaño. El otro invitado, un brasilero llamado José Walter (¡a los brasileros le encantan los nombres en inglés!) había sido destinado a Argentina, a ocuparse de la administración o “intendencia” de nuestra quinta en José C. Paz. Me llamó la atención entonces que se vino de Brasil con su propio auto, un Volkswagen “Escarabajo” color crema. Era muy raro que un miembro de la TFP tuviera su propio auto, y esto ya era una señal de que no todo estaba bien con José Walter. Años mas tarde, terminó yéndose de la TFP también y se casó en Estados Unidos, si no me equivoco, con la hermana de un ex miembro de la TFP Americana... El resto del equipo éramos los locales Hernán Mora, mis primos Cosme y Mario, y yo.

Vale la pena aclarar que los miembros de la TFP en “caravana” teníamos la habilidad de circular por todas partes, pero al mimo tiempo mantener una vida similar a la que llevábamos en nuestras casas o “sedes”. Los hoteles o la misma camioneta se convertían en “sedes” provisorias o ambulantes, y mucha de la rutina continuaba a centenas de kilómetros de nuestra base de operaciones.

No era raro mantener el silencio en las comidas (aunque estuviéramos en un restaurante), rezar el oficio o el exorcismo aunque estuviéramos en un cuarto de hotel o manejando en medio de la noche entre pueblo y pueblo. Y cuando no era posible hacer nuestra campaña de puerta en puerta por las calles de la ciudad, teníamos reuniones oyendo en algún casete una conferencia del Dr. Plinio o nos juntábamos a hablar o analizar algún tema que considerábamos importante.

Me acuerdo muy bien que con mis quince años yo me sentía muy grande. Finalmente era parte plena de este grupo para el que había sido condicionado durante mi niñez. Finalmente estaba donde mis primos mayores Cosme y Mario habían llegado. Finalmente era tratado como un adulto por José Antonio y los demás. Tal vez por eso, en mi deseo de ser igual (o más) que los demás, creía (o quería creer) a pies juntillas las ideas o teorías que circulaban a mí alrededor, que de simples o modestas no tenían nada.

Éramos, después de todo, los Cruzados del Siglo XX, y más importante aún el “residium revertetum” o el “resto que volverá” de una Iglesia que el humo de Satanás había convertido en una “estructura” vacía, progresista y al servicio del comunismo y la Teología de la Liberación. Teníamos una sensibilidad finamente sintonizada con la “trans-esfera”, ese lugar donde ángeles y demonios luchaban sin cesar e influenciaban, para bien o para mal, nuestras acciones y las acciones de los demás. Nos lideraba desde Brasil, nada mas y nada menos que un Profeta Inerrante, dotado del “discernimiento de los espíritus” y que nos guiaría durante la inminente “bagarre” que destruiría el poder de la Revolución y sus secuaces en el mundo y daría comienzo al tan esperado Reino de María, donde el poder de la Iglesia y de los buenos sería restaurado.

Tamaña misión no era fácil, y nuestros enemigos eran múltiples y poderosos. Antes que nada el demonio acechaba en todo momento. Nos tentaba a abandonar la misión, a ser mediocres y escépticos, a dudar o cuestionar lo que no debía ser puesto en duda. El demonio se servía hábilmente de aquellos en que uno confiaba más. Antes que nada la propia familia, a la que nos referíamos como la “FMR” o “fuente de mi revolución” era fuente constante de llamados a la mediocridad y a elegir un camino bueno pero no de grandeza o heroísmo. Después de la familia, cualquier mujer era fuente obvia de tentación y debía ser evitada. Las llamábamos “fasuras”, por no sé que relación con un tal Fasur de la Biblia. Finalmente, estaban nuestros propios hermanos de ideal, que podían enfriar nuestro entusiasmo y entorpecer el camino.

La verdad que todo bastante simple. Éramos los buenos, el resto del mundo era malo en distintos grados. Desde la “falsa derecha” (cualquiera en algún movimiento conservador que no fuera el nuestro) hasta los “presitos” (gente poseída por el demonio que circula por el mundo), la gama de malos era amplia e inagotable. La clave era mantener las certezas de que lo nuestro era correcto y seguir con fe para adelante, ya que tarde o temprano vendría nuestra recompensa.

Este era el universo en el que estaba inmerso entonces, y me parecía bárbaro. Me acuerdo que una noche salimos a comer los cuatro más jóvenes del grupo (Hernán Mora, Cosme, Mario y yo) a un restaurante en General Güemes, cerca de Salta. Para reducir los gastos, era costumbre pedir comidas gratis durante las campañas, y los dueños de restaurantes eran generalmente generosos. Así que ahí estábamos los cuatro, comiendo y conversando sobre el progreso de la “caravana” y de que estaba a nuestro alcance hacer para que esta fuese una experiencia más “bendecida”.

No tardamos en ponernos de acuerdo en que la presencia de Pancorvo y José Walter eran un peso y un freno a nuestro deseo de mayor “radicalización”. Atando algunos cabos, nos dimos cuenta que poco a poco, las exigencias de la vida diaria estaban diminuyendo y nos estábamos asentando en una rutina a la que le faltaba “entusiasmo”. Uno de los síntomas más evidentes era la reducción de la cantidad de ejercicios de “Santa Arbitrariedad”.

La “Santa Arbitrariedad” era una costumbre que se originó en el Praesto Summ en Brasil y floreció por un tiempo antes de felizmente pasar al olvido. Consistía en que el “quidam” o líder el grupo daba una orden cualquiera, preferentemente arbitraria y sin sentido. En este contexto, me acuerdo de Cosme contando el número de baldosas en cierta vereda de la ciudad de Córdoba y reportando su número exacto (incluyendo las rotas) al grupo formado antes de terminar el día. Ejercicios físicos o cargar adoquines abajo del brazo eran prácticas arbitrarias que estaban de moda.

Así que durante esa comida en Güemes, hicimos la resolución que si Pancorvo y José Walter, los “sabugos” (término despectivo indicando flojos o moderados dentro del grupo) no querían hacer esfuerzos mayores, nosotros, los más jóvenes y esforzados, sí estábamos a la altura de las circunstancias y que le pediríamos a José Antonio un paso más activo, un entusiasmo más evidente y un esfuerzo mayor para así ser mejores.

Lo que faltaba resolver era quién de nosotros iba a hablar con José Antonio y plantearle nuestras inquietudes y propuesta. Sabiendo que yo tenía con él una muy buena relación, me ofrecí de voluntario y me comprometí con los otros tres de contarles como me fue y que teníamos que esperar en el futuro. Así terminó nuestra comida, y nos volvimos a Jujuy donde estábamos viviendo, en el Hotel Belgrano cerca de la plaza principal.

Continuará...

Alfonso

Comentarios

Anónimo dijo…
Salve Maria jejeje, que entretenido sus articulos acerca de su vida en la TFP, yo conoci la TFP en Bolivia y Al Sr Dr Plinio tambien, y sus acertaciones me parecen muy pinturescas, leer sus articulos me trajo una torrente de recuerdos bonitos de mi experiencia por la TFP, (yo siempre hice emfasis en acordarme de lo bonito). Felicidades
Bruno dijo…
Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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